No sé si me encuentro en un taxi o en una especie de templo. El aroma inmaculado me recuerda una de los tantos establecimientos de psíquicos y chamanes que abundan en la ciudad. Una imagen de la virgen cuelga del espejo retrovisor amarrada por un escapulario, una estampilla del Divino Niño está pegada en el vidrio parabrisas, junto a la calcomanía de una mano con un ojo en la palma.
Jorge Ulloa habla con parsimonia y conduce con precaución. Mantiene controlada la respiración, sentado muy derecho, recostado contra el espaldar. Los ojos bien abiertos, el rostro perfectamente afeitado, las manos firmes en el manubrio. Hay algo místico en él, una especie de aura especial, casi irreal.
No puedo dejar de mirar esa extraña mano que constantemente me está examinando con el ojo que tiene en la mitad. “¿Qué es eso?”, le pregunto. “Es un Jamsa – contesta – un talismán contra el mal de ojo. Me protege de la mala energía de los clientes que suben a insultar, que maldicen todo el tiempo, y de todos los que me deseen mal. Porque las palabras tienen poder. No se imagina cuánto. Se lo digo yo, qué sé de eso”.
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Por un momento me quedo en silencio, intentando organizar mis pensamientos mientras voy en ese taxi, en la noche de Bogotá por la carrera séptima. Nunca he creído en esas cosas, pero siempre me llamó la atención que otros sí lo hicieran. Finalmente le pregunto si en serio cree en eso. “Claro que sí. Es verdad. Las maldiciones, los conjuros, los hechizos, agüeros. Todo eso tiene un poder muy fuerte”.
Lo dice con sinceridad, y asegura que también por experiencia. Lleva mucho tiempo conduciendo un taxi, y hace unos diez años vivió una experiencia que marcó su vida para siempre.
“Era un tipo desordenado. En esa época, ya sabe, era más joven y no me importaba nada. Tenía dos novias al tiempo, y como conducía taxi, era fácil salir con ambas sin que se dieran cuenta. Eso creía, pero una de ellas me pilló, no me pregunte cómo porque no sé. Lo que no sabía es que en su familia siempre hubo brujos y adivinos, y que encontraría la forma de vengarse”.
Y así lo hizo. Cuenta Jorge que una mañana salió a trabajar, y nada le salió bien. Un hombre subió al taxi y al completar la carrera le dio un billete de 50 mil pesos para pagar un servicio de $5.000. Después permaneció casi dos horas en un trancón interminable sin ningún pasajero.
Durante la espera, un vendedor ambulante se acercó a su ventana y le puso una figura extraña. Una mano con un ojo dibujado en la palma. El vendedor no regresó, y Jorge, estresado y ofuscado, lo tomó en sus manos y lo colocó en el bolsillo de su camisa.
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Cerca de las seis de la tarde no había conseguido el producido, por lo que decidió seguir conduciendo en la noche, para ver si su suerte cambiaba.
Pero no fue así. El cielo parecía querer desquitarse con él. La lluvia caía sin misericordia, con granizo. Conducir era difícil y apenas podía ver. Iba por la autopista norte hacia el sur, esperando un lugar en donde estacionar mientras la tempestad terminaba. Con sus ojos siempre al frente, tratando de ver por dónde iba, no se percató de que una camioneta apareció de la nada, chocando a gran velocidad con el costado derecho del taxi.
“El accidente fue muy grande. Del golpe me pegué en la cabeza con la ventana de mi puerta y empecé a sangrar. Perdí el conocimiento y cuando me desperté estaba en un hospital. Duré allá por once días, tenía contusiones en todo el cuerpo, fractura en la tibia, y estaba lleno de raspones”.
Al ser dado de alta, fue a ver su taxi. Parecía increíble que siguiera con vida luego de tal impacto. El carro fue pérdida total. Su única inversión y fuente de empleo quedó reducida a chatarra. Soprendentemente, solo una parte del auto parecía intacta: el puesto del conductor.
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“Estaba destrozado. Ese momento caí en cuenta que pude haber muerto. Me puse a llorar sentado frente al manubrio. Entonces, no sé por qué, me dio por tocar debajo del asiento y encontré un atado de matas con una nota de mi novia diciendo que me había descubierto con otra y que lo pagaría caro. Fui donde un brujo y le pregunté qué era eso y me dijo que era una maldición hecha para que me muriera. Me miró y me dijo: ‘Ese día algo lo protegió’. Entonces me acordé del talismán que me dieron ese día en el semáforo. Ese vendedor era un ángel que quería protegerme”.
Desde entonces se volvió en un fiel creyente de todo aquello que tuviera un carácter espiritual. Santos, ángeles, tarot, talismanes, riegos, adivinación, agüeros, rezos, oraciones, entre otras. Así lleva 10 años, y asegura que las cosas van mejor. “Estoy juicioso, ya tengo otra vez mi propio carro, y siempre tengo buenos días de trabajo. Los talismanes tienen sus ventajas. Usted debería tener uno”.
Al llegar a mi destino salgo del auto, cierro la puerta, y solamente camino. No puedo sacarme de la mente la mirada de ese ojo que me examinaba con atención mientras permanecía inmóvil, dibujado en esa mano.
Historias de taxi: un hombre de supersticiones
Lun, 14/05/2018 - 05:17
No sé si me encuentro en un taxi o en una especie de templo. El aroma inmaculado me recuerda una de los tantos establecimientos de psíquicos y chamanes que abundan en la ciudad. Una imagen de la vir