La pintura miniatura otomana llegó a Bogotá

Vie, 26/07/2019 - 03:05
La pintura miniatura es un arte otomano que se desarrolló en la edad de oro del imperio turco. Pintores y calígrafos que trabajaban para el sultán crearon un vasto trabajo de manuscritos ilustrados
La pintura miniatura es un arte otomano que se desarrolló en la edad de oro del imperio turco. Pintores y calígrafos que trabajaban para el sultán crearon un vasto trabajo de manuscritos ilustrados con este tipo de pinturas y son considerados piezas fundamentales en la historia del arte islámico y emblema de la idiosincrasia turca. Gracias a ellos se preserva la historia otomana con ilustraciones de batallas, retratos de sultanes, visitas de embajadores, procedimientos médicos, historias religiosas, entre otros temas. “Para mí la pintura miniatura era algo primitiva. Nuestros ojos están tan acostumbrados al arte europeo que calificamos el arte de otros lugares desde esa mirada. Luego de estudiarla a fondo, quedé hipnotizada: me di cuenta que había toda una filosofía y concepción del mundo en ella”, aseguró Aylin Kilic, directora del Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad Hacettepe de Estambul, quien visitó Colombia para dar charlas sobre esta forma artística propia de Turquía. Lea también: De guerrillero a pitonisa: el hombre que se hizo mujer en la cárcel. Lea aquí: La desmesurada historia de un asesino a sueldo: un mercenario en Oriente medio. En el siglo XV, cuando inició la producción de estos manuscritos, la pintura miniatura era entendida más como una necesidad que como un arte. Era producida y dirigida a la élite del reino para que entendieran el contenido de un libro que estaba en árabe o persa: “Su influencia más directa son las pinturas miniaturas timur de Persia y el arte chino que trajeron los artistas mongoles al invadir Asia central”, explica Kilic. Ver estos manuscritos en sus páginas originales es muy difícil. Kilic asegura que hay unos 10.000 manuscritos conservados que fueron intervenidos por los artistas otomanos y permanecen en lugares como el Palacio Topkapi en Estambul, bibliotecas de universidades, galerías, museos y colecciones privadas alrededor del mundo. Los manuscritos tienen cuatro elementos primordiales: la caligrafía, considerada un arte superior en la época porque se creía que los calígrafos eran quienes escribían la palabra de dios; el «tazhib» o los ornamentos al margen de las páginas; las contraportadas con papel marmoleado, una técnica que consiste en colorear una hoja de papel poniéndola en contacto con pigmentos que se encuentran flotando en agua, y el «nakish», como se llama a las pinturas en miniatura. Los artistas de estas pinturas, llamados también «nakash» o «nakkashanes», no firmaban sus obras porque estas piezas de arte nunca las hacía una sola persona. El «nakash» diseñaba la composición general, pero tenía aprendices que unían todos los demás elementos. No obstante, también había una razón religiosa para no atribuirse el crédito, pues en la tradición islámica si un artista pintaba o creaba algo muy realista podía entenderse como una manera de retar a dios, el único creador. [caption id="" align="alignnone" width="712"]Obras del artista turco Murat Palta. (Tuncay Kayaoglu – Agencia Anadolu) Obras del artista turco Murat Palta. (Tuncay Kayaoglu – Agencia Anadolu)[/caption] Por tal razón, el arte islámico es iconoclasta y no figurativo. En los templos no hay representaciones visuales de la naturaleza, ni retratos de santos o profetas, sino que se usan patrones abstractos. Hacer estas miniaturas, en un principio, podía ir en contra de la religión y era un problema porque en las pinturas tenía que haber figuras para poder ilustrar los sucesos históricos. La solución fue darle a la pintura miniatura otomana un carácter documental y no decorativo. Por este motivo, los pintores de miniatura no usaban técnicas que usaban los maestros europeos, como la perspectiva para intentar copiar la realidad, sino que pintaban figuras abstractas, plantas que no existen y personajes calcados que no expresan emociones en su rostro ni miran al espectador. Esta manera de acercarse al arte también les permitía algunas libertades. Por ejemplo, podían cambiar la proporción de un personaje para darle mayor importancia o pintar desde varios puntos de vista. Los tapetes, por citar un caso, aparecen como rectángulos que no respetan la perspectiva, porque los artistas querían darle importancia a la suntuosidad de este objeto. [single-related post_id="413326"] En 1453, cuando el sultán otomano Mehmet conquistó Estambul, entonces llamada Constantinopla, hubo una transformación de esta técnica artística. “Al entrar a Estambul, lo más seguro es que el sultán vio retratos colgados en la pared, monedas con rostros del emperador, y las pinturas de las dinastías europeas”, considera Kilic. El monarca traería a artistas europeos, como Gentile Bellini, que trabajaron de la mano con pintores de miniaturas para desarrollar una nueva manera de pintar. No es casualidad que Mehmet sea el primer sultán otomano que posó para un retrato y aunque fue hecho con técnicas europeas, mantiene ciertas características otomanas, como la ubicación de perfil que no mira al espectador. Con la llegada de los europeos en el siglo XV inició un periodo muy ecléctico en el arte otomano. Los artistas agregaron nuevos elementos pictóricos europeos, como el uso de perspectiva en la arquitectura, y por primera vez los personajes tenían gestos y expresiones en su rostro. Por ejemplo, «Dos amantes despidiéndose», una pintura miniatura del manuscrito Dilsuzname, muestra a dos figuras sonrojadas: “Hay una analogía que me atrae entre los amantes a un lado de la pintura, el ruiseñor y las rosas al otro”, dice la experta. En los siglos XVI y XVII, la corte otomana vivió un periodo glorioso de producción de manuscritos durante el reinado de Solimán el Magnífico y Selim II. Esta es considerada la Edad de Oro de las pinturas miniatura, porque llegaron muchos artistas de Occidente a centros urbanos como Herat (Afganistán), Bagdad (Irak) y Shiraz (Irán). En Anatolia se pintaron miniaturas de planos de las ciudades, llamadas también pinturas topográficas, muy útiles para los estrategas militares en las campañas militares de Solimán el Magnífico. También empezaron a producir trabajos literarios ilustrados donde aparecen por primera vez personajes ficticios, como por ejemplo un dragón rojo. Poco a poco, la pintura miniatura pasó de ser un trabajo artesanal a ser vista como un arte y por ese motivo las piezas se empezaron a recolectar en álbumes, o «murakkas», para preservarlas y llevarlas consigo. Los artistas dejaron de ser anónimos e incorporaron su toque personal en cada miniatura. Por ejemplo, Nigari, el primer «nakesh» en autorretratarse, hizo una pintura de Solimán en su vejez caminando por el jardín del palacio junto a dos sirvientes y en la parte inferior pintó una rama a punto de deshojarse: “Es mi pintura favorita. Solimán gobernó casi medio siglo, tuvo victorias y derrotas, mató a su propio hijo y perdió a su esposa. Nigari dibuja al sultán de una manera muy expresiva: se siente el duelo que lleva dentro”, afirma Kilic. Desde el siglo XVIII las técnicas europeas se integraron del todo en el arte otomano. Se empezó a respetar totalmente la proporción y la perspectiva en las escenas y a usar el óleo y los lienzos en vez del papel de los manuscritos. Ahora los personajes que pintaban miraban al espectador y no tenían cuerpos rígidos. Este, para muchos expertos, podría considerarse el fin de la pintura miniatura otomana. No obstante, hay varios artistas modernos que han rescatado esta tradición en el arte contemporáneo. Por ejemplo, Günseli Kato pinta escenas de la actual Estambul en miniatura; Canan Senol, más conocida bajo su nombre artístico CANAN, combina miniaturas persas y otomanas con fotografía, video, costura y escultura y Murat Palta representa escenas de películas de Hollywood en esta técnica tradicional. Kilic vino a Colombia a dictar esta charla con el propósito de acercar la cultura turca con la colombiana. Lo que más le sorprendió a su llegada fueron los cambios de clima entre ciudades como Cartagena y Bogotá, las majestuosas estatuas de Fernando Botero y el paisaje verde que vio desde el avión, adornado con nubes muy parecidas a las de las pinturas miniaturas otomanas: “Creo que debería haber más interacción académica entre las universidades para proveer oportunidad a quienes estén interesados en descubrir diferentes culturas y expresiones artísticas. Estoy fascinada de estar en Colombia, la gente es muy amable y me hacen sentir como si estuviera en casa”.
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