Lectores, una especie en vía de extinción

Mar, 29/04/2014 - 16:07
En su paso por Bogotá, en 1947, el reconocido escritor Christopher Isherwood hizo una afirmación que hoy suena ficticia. Escribió, refiriéndose a la capital: “En ninguna otra parte he visto más
En su paso por Bogotá, en 1947, el reconocido escritor Christopher Isherwood hizo una afirmación que hoy suena ficticia. Escribió, refiriéndose a la capital: “En ninguna otra parte he visto más librerías. Fuera de docenas de autores latinoamericanos de los que nunca he oído hablar, tienen un surtido de innumerables traducciones. Bogotá, por supuesto, es famosa por su cultura. Hay un decir, mencionado, creo, por John Gunther, según el cual hasta los pequeños lustrabotas recitan a Proust”. El testimonio de Isherwood quedó perpetuado en su libro El cóndor y las vacas, que en 1992 formó parte de la biblioteca del quinto centenario del descubrimiento de América para luego perderse en los anaqueles de las librerías de segunda mano. Hace dos años, la editorial mexicana Sexto Piso reeditó la obra rescatando así del olvido un texto valioso e imparcial que describe sin elogios nostálgicos una ciudad insípida, gris y humedecida a diario por la lluvia. Los sellos impresos en tintas negra, azul, roja o violeta que marcaban la primera página de los libros que se vendían en Bogotá en la primera mitad del siglo XX justifican la afirmación de Isherwood: Librería Latina, en la carrera 6ta No 13-18; Librería Mundial, en la calle 12 No 6-23; Librería Siglo XX, en la calle 12 No 6-38; Librería Leticia, en la carrera 6ta No 14-94; Librería Herder, en la calle 12 No 6-89; Librería Hispania, en la carrera 7ª No 19-49; Librería y editorial “Antena”, en la carrera 6ta No 12-41; Librería La Paz, en la calle 19 No 8-17; Librería Granadina, Librería Colombiana y Librería Exposición, entre otras. Hoy, no obstante, la realidad es muy distinta. Las librerías, con mínimas excepciones, dejaron de ser un buen negocio hace mucho tiempo. Las pocas que quedan en Bogotá y las demás ciudades luchan por no desaparecer en un país que se acostumbró a no leer. Entre 2000 y 2005, la lectura de libros se redujo en un 30%, en plena implementación de la política de lectura y bibliotecas. Según el último estudio, publicado en diciembre de 2013 en el volumen Hábitos de lectura, asistencia a bibliotecas y consumo de libros en Colombia, la tendencia demuestra que los colombianos leen cada vez menos. Entre la población lectora mayor de doce años, el promedio fue de 4,1 libros al año en 2012; en 2011 era de 4,2. Entre la población no lectora, llegó apenas a 1,9 libros al año en 2012; en 2011 había alcanzado 2,2. Infografia Lectura colombianos La disminución de lectores en los estratos 1, 2, 3, 5 y 6 fue pareja; sin embargo, en el estrato 4 fue mayor, lo cual desvirtúa en parte la idea de que el poder adquisitivo es un factor decisivo por el cual la gente no lee. En cuanto a sexos, la población de hombres lectores descendió de un 51,0 en 2010 a un 44, 8 en 2002; entre las mujeres, si en 2010 la población lectora constituía el 59,2, en 2012 bajó al 50, 4. En general, el panorama de lectura en Latinoamérica es poco esperanzador. Chile es el país más lector, mientras que México y Perú ocupan los últimos lugares. El mal, pues, no es sólo de Colombia sino de todo el continente, donde el 44% se declara no lector de libros. No cabe duda de que el desarrollo de las bibliotecas públicas ha tenido un impacto decisivo en la población, en especial entre los estratos bajos, principales usuarios. Desde los años ochenta, cuando La Luis Ángel Arango abrió varias sedes en distintas ciudades del país, estos espacios se han fortalecido. La creación de Bibliored, que comenzó a funcionar a finales de los noventa, también fue definitiva para fortalecer la oferta de lectura en Bogotá. Pero según el estudio de hábitos de lectura, la asistencia a las bibliotecas, que en 2010 era de 63,2%, se redujo a un 53,1. Esta disminución se debe al mayor uso de internet fuera de las bibliotecas. Infografia Lectura Precisamente internet ha sido fundamental en el cambio de los hábitos de la lectura. Aunque el acceso a la red es cada vez mayor, el problema de fondo sigue siendo la mala calidad de la educación, que no propicia la comprensión de lectura. De esa forma, como bien afirmó Jorge Orlando Melo en una nota escrita en 2002 en El Malpensante, “la mayoría de los colombianos siguen siendo funcionalmente analfabetas”. En el mismo texto, Melo afirma que en Colombia “la gente se acostumbró a informarse y divertirse mediante el radio o el televisor, sin que se desarrollaran la infraestructura cultural y los hábitos de uso del tiempo libre ligados al libro. Colombia es un país en el que no hay librerías en la mayoría de las capitales de departamento”. El problema grave parece ser educativo. Los libros se han convertido en objetos raros, solemnes. Hay que empezar por quitarle al libro ese halo de solemnidad que lo cubre, es necesario crear políticas educativas que propicien cambios en los hábitos y no sólo se ocupen en tecnificar y regalar tabletas. En últimas se trata de volver a lo fundamental, en enseñar a comunicar a través de la lectura, a “escuchar con los ojos”, como alguna vez afirmó el poeta Quevedo. Es así de complejo, aunque suene sencillo.
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