Los chocoanos que sorprendieron en las vegas

Mar, 09/11/2010 - 18:50
Algún iluminado les aconsejó, hace ya tantos años, que se fueran para Bogotá. Tostao trabajaba en Rumba Estéreo, Goyo y Slow se la rebuscaban como podían mientras ChocQuibTown, el sueño de los
Algún iluminado les aconsejó, hace ya tantos años, que se fueran para Bogotá. Tostao trabajaba en Rumba Estéreo, Goyo y Slow se la rebuscaban como podían mientras ChocQuibTown, el sueño de los tres, despegaba. “Somos una banda de Cali”, me dijo alguna vez Tostao, quizá para darme el gusto de sentir que su banda le pertenecía a los caleños. Pero si se hubieran quedado en la Sultana del Valle, es difícil imaginar que la vida los hubiera llevado hasta Las Vegas, la meca del “showbiz”, a recibir un Grammy. Que sí, que es un Grammy Latino, el primo bobo del original. Vale. Menudencias. Tratemos de caminar unos minutos en los tenis de estos tres chocoanos que se subieron al escenario del Mandalay Bay Arena en Las Vegas la noche de ayer, para cantarle a lo más selecto –no frunzan el ceño: es lo único que hay– de la industria musical latina, además de un puñado de millones de televidentes diseminados por todo el mundo. Habría que ser demasiado amargado para reparar en ese tipo de detalles irrelevantes. Los ChocQuibTown no son los consentidos de una disquera poderosa, ni el producto empaquetado de un operario musical, ni los cantantes de moda del ritmo de moda. Son una banda que toca una mezcolanza extraña y única originaria del pacífico colombiano. Una banda que se hizo a la vieja usanza, a punta de toques a lo largo y ancho de Colombia. Desde la Concha Acústica de los Cristales, en Cali, hasta las salas de concierto de la capital, pasando por los parques de las ciudades intermedias, el malecón de Quibdó, las galas de la farándula criolla y una letanía de bares miserables que se encendieron con su energía. ¿Quién en Colombia no se acuerda de la primera vez que oyó hablar de CQT? Un nombre que quedaba sonando, pero es poco probable recordarlo. Lo inolvidable de verdad era verlos tocar en vivo. La exquisitez de Goyo –la cabeza en la tierra del grupo–, el flow de Slow –el link con lo electrónico–, el performance de Tostao –el genio musical–. La buena vibra expansiva que se apodera del recinto. La música que invita al baile, El Bombo, que amaba sin reparos, Nadie Como Tú. Que pedía prestado del hip–hop, de la marimba, de los sonidos ancestrales del folclor pacífico que iluminan los cielos caleños durante el festival Petronio Álvarez. Canciones que hablaban del mundo pero no sermoneaban, que pedían baile sin ser escapistas. Despojadas de cualquier pretensión, unían, Somos Pacífico. Quizá me exceda en elogios. Seguro. He estado demasiado cerca de ellos como para poner el freno de mano ahora, justo ahora. Ahora que las luces encandilan, los reporteros se amontonan y los camerinos se llenan de oportunistas. Incluso en esos primeros días, cuando su música empezaba a rodar como pólvora en los callejones de la escena musical bogotana, era claro que eran estrellas. Porque cuando hablamos de música, Colombia, nación de perdedores, es una potencia mundial. Más allá de Shakira o Juanes, de Carlos Vives o Fonseca, en la patria hay un nivel terrible. Terrible. Y el público local lo sabe, lo aprecia, lo pide, paga por verlo, se lo goza. Bombaestéreo, Sidestepper, Superlitio, Charles King, Pernett, la Mojarra Eléctrica, la lista no es infinita pero se alarga hasta el horizonte. Unos llegaron primero, otros después, unos son más electrónicos, otros son más rockeros, unos son de la cumbia, otros de la champeta. Todos caribes. No en el sentido literal de la Costa Caribe colombiana, sino en el sentido cultural, de un raigambre muy particular, insular y a la vez articulado a una región enorme, caracterizada por la diversidad, el cruce de caminos, la no linealidad. La Isla que se Repite de Antonio Benítez Rojo. Y ya que estamos recordando, valdría la pena hacerle un reconocimiento a un músico y productor inglés que hace rato llegó a Bogotá para no volverse a ir. El gran Richard Blair. No soy un experto en la materia, pero se me antoja que su aporte a este fenómeno de la nueva música colombiana es fundamental. Un tipo raro, que no se mueve con ambición ni oportunismo, que ha estado tras las bambalinas de tantos artistas nacionales, de la música con la que mi generación aprendió a reconocer el valor, la riqueza de nuestros sonidos, de nuestra herencia. Un inglés que vive en La Candelaria, y su estudio, donde ha producido los beats más memorables de los últimos años. Ahora, ChocQuibTown se estrena en un mundo nuevo. Su Grammy es un rito de iniciación por el que pasaron, en su momento, Calle 13, Aterciopelados, Gustavo Cerati, Vicentico, Café Tacuba. Mientras todos los demás celebramos este éxito, cae sobre sus hombros el enorme reto de continuar el camino sin distraerse con las miserias de la fama, de seguir con la autenticidad a pesar de su popularidad. Esa es otra historia, de final incierto. Mientras tanto, repasemos con esmero de coleccionistas los dos discos de los CQT, Somos Pacífico y Oro, paseándonos por las canciones con las que gozamos tantas veces, que nos pertenecen porque nos traen tantos recuerdos, y que el mundo apenas comienza a descubrir.

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