Philip Glass: del taxi al piano

Dom, 23/01/2011 - 10:00
Mientras Elvis Presley alcanzaba su primer número uno en las listas con la canción Heartbreak Hotel, un joven de pelo negro encrespado, ojos grandes y párpados caídos, como los de un perr
Mientras Elvis Presley alcanzaba su primer número uno en las listas con la canción Heartbreak Hotel, un joven de pelo negro encrespado, ojos grandes y párpados caídos, como los de un perro San Bernardo, manejaba una enorme grúa en la fundidora de acero de Bethlehem, en el estado de Maryland. Era 1956, Philip Glass tenía 19 años y acababa de terminar su carrera de matemáticas y filosofía en la Universidad de Chicago. Pero no quería ser ni matemático ni filósofo. Conforme hacía bajar y subir el brazo metálico de la grúa, Glass pensaba en cuánto más tendría que ahorrar para, por fin, poder dedicarse a la música. Componer en el piano. Luego de nueve meses de manejar la grúa, Philip Glass partió hacia Nueva York y entró a estudiar música en la escuela Julliard. Desde entonces y hasta hoy se ha dedicado componer. Ha escrito óperas, piezas para piano, sinfonías, bandas sonoras, adaptaciones para teatro. Ha sido nominado a tres premios Oscar y ganó un premio Bafta. En todos estos años, ha logrado un estilo propio que él mismo califica como “música con estructuras repetitivas”. No le gusta que lo califiquen como un compositor minimalista. Prefiere considerarse un experto que exprime al máximo la sonoridad de cada nota. Con unas pocas secuencias, Glass logra conmover. Por eso se ha convertido en uno de los compositores vivos más elogiados e influyentes del mundo. Philip Glass es más parecido a una súper estrella que a un músico de la escuela clásica. Ha trabajado en varios proyectos con músicos como David Bowie, Brian Eno, David Byrne, Mick Jagger y Leonard Cohen. Muchos creen que a partir de los años noventa se ha dejado llevar por la música encargada, por una fórmula comercial. A él poco le importan las críticas. Toda la vida ha hecho lo que ha querido. Ha compuesto óperas a partir de obras literarias, obras inspiradas en los animales y música de figuras geométricas para el programa infantil Plaza Sésamo. A los ocho años Glass era el alumno más joven del prestigioso conservatorio de Peabody, en Baltimore, su ciudad natal. Primero tocó violín y luego flauta. Vivía en una casa en los suburbios. Su papá, Ben Glass, era un inmigrante judío que tenía un local donde reparaba radios y vendía discos de música. Poco a poco, los discos ganaron espacio y pronto la tienda se convirtió en discotienda. Fue allí donde Philip Glass empezó a interesarse por la música. Pasaba las horas escuchando los géneros musicales más variados, los cuartetos de Beethoven, sonatas de Schubert, obras de Shöenberg, además de estilos más populares, como el Bluegrass y Bebop. Y mientras el hijo se dejaba ir por el vaivén de los violines y los ronquidos del contrabajo, su papá se concentraba en descifrar las causas técnicas por las que no se vendían ciertos discos, como los de Bartok y Hindemith. “Era un hombre práctico”, dijo Glass. Los años de Philip Glass en Nueva York no fueron fáciles. En general su vida nunca fue fácil. Para pagar sus estudios en la Universidad de Chicago tuvo que trabajar llenando aviones de carga. Fue reparador de radios, plomero, mesero, taxista.  Sus manos, pues, han operado los cambios de una grúa, reparado tubos de desagüe, soldado conexiones, manejado el timón de un taxi por las calles de Manhattan. Pero, sobre todo, han escrito y borrado las notas sobre los pentagramas de papel y tocado las teclas del piano. Su relación con el piano empezó tarde. Luego de que la flauta lo aburriera, en parte por su repertorio limitado, decidió que quería aprender a tocar piano. Mientras estudiaba filosofía y matemáticas en Chicago, solía visitar el departamento de música. Su primer profesor fue el estudiante becado Markus Raskin. Un día, Glass se le acercó a Raskin y le pidió que fuera su profesor de piano. Luego le pregunto: “¿Podemos empezar por Bach?”. Y empezaron con Bach. Practicaba todo el tiempo. En su cabeza tenía las melodías que quería interpretar. Era un estudiante con una energía descomunal. Aún hoy, a los 74 años, toca todas las mañanas, sin falta. Su lema es sencillo: “Practicar te hace mejor”. Durante los años setenta, aún cuando ya tenía cierta fama, conducía taxi en Nueva York durante doce horas diarias, y en la noche tocaba piano y componía. Su primera ópera, Einstein on the Beach, de 1976, hizo que su nombre se escuchara en el escenario musical neoyorquino. Pero la fama le llegó con la banda sonora de la película Koyaanitqatsi, producida por Francis Ford Coppola. Al principio no quería trabajar en el proyecto, pero luego de ver fragmentos del filme cambió de opinión. La película, que no tiene diálogos, fue un éxito. Quien la vio, se conmovió por esa música de voces y notas que se repiten sin cesar, y por otras piezas que parecían emerger de las entrañas de una cueva. Glass se ha convertido desde entonces en uno de los compositores de bandas sonoras más exitosos de los últimos tiempos. El show de Truman, La bella y la bestia y Las Horas son algunas de las películas que ha musicalizado. Glass es vegetariano, hace yoga y Chi-Kung, un entrenamiento ancestral chino que trabaja el cuerpo y la mente. Es fundador de la Casa del Tibet en Nueva York. Tiene una colección de figuras de animales que tocan piano. Odia los bombillos de techo, por eso su casa la alumbran lámparas de piso. Una tarde de marzo de 1983 Philip Glass entró a la sede del ensamble de cuerdas Philarmonia, integrado por músicos entre los trece y los dieciocho años. Los jóvenes músicos habían ensayado durante cuatro meses una composición de Glass. En un momento durante el primer ensayo, una niña de pelo negro levantó la mano y preguntó si tocaban en cuerda abierta o en vibrato. Glass, entonces, les dijo: “que la mitad toque de una forma y la otra mitad de otra”. Nadie les había dicho semejante cosa. Ese es Philip Glass. Hace lo que quiere. Y siempre le sale bien. *Philip Glass se presentará en Cartagena el viernes 28 de enero de 2011 en el Teatro Adolfo Mejía, en el marco del Hay Festival. En Bogotá se presentará al día siguiente, 29 de enero, en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo.
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