La cuna de plata al nacer no es un sinónimo de buen comportamiento ni mucho menos de rectitud moral. Esto lo representaron muchas personas en Colombia durante los 80, cuando la cultura de los narcotraficantes estaba en auge y la droga era de acceso fácil a todo aquel que la pudiera pagar.
En este contexto, al norte de Bogotá, nació una banda de adolescentes que, aun teniendo un gran privilegio económico, decidieron acudir a la ilegalidad para tener un dinero extra. Estas actividades y la comunidad que se armó alrededor de ella, ganaron popularidad en todo el país.
Los Billis, como se autodenominaron, iniciaron su historia en las afueras del centro comercial Unicento que, en el momento, era el único que existía en Colombia. Las primeras reuniones de estos jóvenes eran en la zona de videojuegos que se encontraba en el lugar.
No obstante, las últimas, que aún viven en la memoria de los sobrevivientes, fueron en los entierros de los miembros de esta pandilla, que poco a poco fueron eliminados por los enemigos que consiguieron en su corta historia.
Sus inicios en la criminalidad
Desde un inicio, la naturaleza de este grupo se basó en la amistad y la igualdad, pues, aunque tuvieran unas cabezas definidas, los botines se repartían por igual y nadie era dejado atrás.
Al principio, las recompensas eran pocas, pues los primeros pasos en la criminalidad fueron pequeños robos a farmacias que se encontraban en el barrio Santa Bárbara en 1984. La recompensa de estos actos, en su mayoría, era drogas y alcohol.
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El lugar de reunión predeterminado para disfrutar de estas sustancias era Uniplay, la popular plaza de videojuegos que frecuentaban cientos de jóvenes en el Centro Comercial Unicentro.
Aunque este era un lugar público y altamente concurrido, la personalidad de los protagonistas de esta historia no parecía estar preocupada por las consecuencias de sus acciones, pues, por insistencia y presencia, se adueñaron de la sala de juegos que, en un futuro, se volvería una especie de cuartel.
Al principio, mientras estaban en la zona de videojuegos, se comenzó a crear una cultura alrededor de este grupo en dónde, los pantalones pegados, joyas y motocicletas, mandaban la parada y servían de distintivos para identificar quienes eran los Billis.
No obstante, este momento de aparente tranquilidad llegó a su fin, pues los directivos del centro comercial lograron echarlos del lugar, por lo que, la pandilla, migró a las discotecas ubicadas en la carrera 15 con 98, desde dónde experimentaron su máximo esplendor económico.
La leyenda que se creó detrás de los Billis
En esta época, cuando los Billis comenzaron a ganar relevancia en la ciudad, se creó un misticismo en torno a su historia, estilo de vida y los que, en ese entonces, actuaban como jefes de la banda.
A lo largo de los años se han conocido testimonios de personas que, en su adolescencia, vivieron de cerca el fenómeno que genero esta pandilla y describen lo que se sentía estar “parchndo” con ellos.
Lo primero que llamaba la atención era el espíritu fiestero y la facilidad con la que socializaban con los demás. Varios los describen como “parleros y pintosos”, además, siempre estaban acompañados de adolescentes con caras bellas y todos eran buenos bailarines.
A menudo, se referían a ellos como niños de bien, no obstante, al mismo tiempo, el requisito para entrar a este grupo era saber pelear. Uno de los integrantes de esta pandilla, en una entrevista años después de que se acabaran los Billis, aseguró que para ingresar a la banda el aspirante debía pelear con un integrante.
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En principio, por la familia militar que algunos tenían, peleaban con puños, pero cargaban armas. Más adelante, cuando comenzaron a tener contacto con pandillas del sur de la ciudad, comenzaron a pelear con cuchillos.
Para los que veían desde afuera, a menudo con admiración, este grupo, que alcanzó a tener hasta 500 integrantes, parecía una secta, pues todos sus integrantes eran devotos a los ideales y, sobre todo, a los líderes.
Cabe aclarar que en el auge de esta banda, la mayoría de sus integrantes aún eran alumnos de colegios en distintos sectores del norte de la capital, por lo que, por lo general, no tenían más de 18 o 17 años.
El final de los Billis
La combinación de niños de bien y bandidos duró poco, pues las drogas comenzaron a hacer efecto en los integrantes de la banda y varios murieron por el abuso de sustancias mientras seguían en su juventud.
Además, la cárcel le robó la vida a otros, ya sea porque murieron tras las rejas o porque cuando salieron ya les había pasado la vida por delante. A otros, que contaron con menos suerte, los mataron enfrentamientos con pandillas como los Ñatos, que controlaban Usaquén.
Ahora, tras el asesinato del uno de los últimos Billis que quedaban en Bogotá, esta banda quedó en un mito urbano que está plasmado en la memoria hablada de los capitalinos que, en su momento, convivieron con esta pandilla que siempre será conocida como “los de Unicentro”.