Tras los pasos de Acacio y su manada de perros

Vie, 05/02/2021 - 19:15
Conozca la historia detrás de Acacio, el líder de una manada de perros en los cerros Orientales de Bogotá que desapareció sin dejar rastro.
Créditos:
Cortesía Juan Guillermo Rubio

El pasado 27 de enero, guardias de seguridad privada del norte de Bogotá encontraron lo que parecía una escena macabra en los cerros Orientales. Detrás del Seminario Mayor, en un cambuche abandonado, hallaron cadáveres de perros colgados de los árboles, heces en bolsas como frutos de las ramas y otros animales desahuciados en medio de la basura que rondaba ese espacio interno en el bosque de la reserva capitalina.

Aunque la escena era impactante para los testigos, al encontrarse en el lugar siete cadáveres de perros en descomposición, el Instituto de Protección Animal, Integración Social y la Policía tenían la seguridad de que no se trataba de un ritual satánico, sino del enigma de la desaparición de un habitante de calle bien conocido por las autoridades distritales que vivía en ese lugar con una jauría de más de 20 caninos que conformaban una manada y su familia.

El hallazgo despertó la indignación de animalistas que desde hacía varios años habían buscado por todos los medios el decomiso de los animales a Acacio, un inmigrante venezolano que, años antes de desatarse el más profundo éxodo bolivariano, había llegado a Bogotá para llevar una vida de soledad acompañado por el único ser vivo que parecía comprenderlo: los perros.

Un Siddharta en Bogotá

El drama de la manada de Acacio
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Cortesía Juan Guillermo Rubio

En el año 2013, tres años antes de que se creara bajo la administración de Enrique Peñalosa el Instituto de Protección Animal en Bogotá, llegó al Centro de Zoonosis la denuncia de un habitante de calle acumulador de perros que tenía a sus animales en muy malas condiciones.

“A Acacio lo conocí la primera vez cuando trabajaba con salud pública, en el Centro de Zoonosis. Lo conocí cuando se estaba realizando una intervención interinstitucional, sabíamos de la problemática, pero nunca lo habíamos visto, se empezó a organizar el operativo y a organizar todo porque se estaba programando quitarle todos los animales, y efectivamente lo hicimos”, cuenta Juan Guillermo Rubio, un funcionario del IDPYBA.

Pocas personas llegaron a conocer tanto a Acacio como Juan Guillermo, quien se impactó por conocer la vida de ese hombre tosco que era líder de una manada de caninos en Bogotá, y quien contó a KienyKe.com parte de la historia que conmocionó a la ciudad al tratarse del bienestar de los animales.

A él lo cogió prácticamente a la fuerza Integración Social, Secretaría de Salud, la Policía y lo llevaron a una clínica de reposo. Esa fue la primera vez que tuve contacto con Acacio. Él tenía una cantidad de perros amarrados a lazos sobre el carrera Séptima, en el parque al frente de la 96, más o menos, un parque chiquito que hay ahí, a él se lo llevaron y nosotros recogimos 47 animales”, contó Rubio a este medio.

Con tristeza, recuerda que en esa primera ocasión tuvo que realizarle una eutanasia a un perro, en el mismo punto donde hallaron la manada, porque estaba en muy malas condiciones. No se molestaron en buscar atención, “porque la verdad era trajinarlo más y sufrir más ese animalito, con los dolores que se le notaba que tenía”. Los demás caninos también estaban en malas condiciones y las autoridades decidieron recogerlos para brindarles atención.

El drama de la manada de Acacio
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Cortesía Juan Guillermo Rubio

Acacio duró pocos días en la clínica de reposo porque no lograron diagnosticar algún problema mental, o alguna condición que lo hiciera peligroso para la sociedad. Sin la posibilidad de retenerlo, volvió a las calles y otra vez adquirió la compañía de una numerosa manada de perros que, como él, no tenían hogar o habían sido rechazados por las familias que alguna vez les ofrecieron casa.

“En esa primera visita, cuando le quitamos todos los animales, empecé a darme cuenta de que no era una persona común. Me dejó pensando qué tipo de persona era, porque yo le encontré un libro de Herman Hesse que es Siddharta, un libro bastante profundo en espiritualidad y es un muy buen libro que está entre mis favoritos”, recuerda Juan Guillermo.

El funcionario, intrigado, ojeó el libro y encontró anotaciones al borde de página con pensamientos profundos y una interpretación particular de las palabras del nobel de Literatura. “Ahí me di cuenta, inmediatamente, de que ese señor, primero no estaba loco, que tenía condiciones y cosas para vivir su espacio y ser acumulador de animales, pero que también era una persona diferente a lo que había escuchado de él. Tuve un choque y quedé con las ganas de conocerlo y saber quién era, por qué él era así”.

Una amistad a cuatro patas

El drama de la manada de Acacio
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Cortesía Juan Guillermo Rubio

De Acacio se sabe poco, especialmente sobre su vida personal. A Juan Guillermo le comentó que había llegado de Venezuela porque se había cansado y había llegado a Bogotá para vivir en la calle. Alguna vez llegó información de una familiar en la ciudad, pero según el funcionario nunca se llegó a establecer contacto con ella o a conocerla.

Había decidido vivir ensimismado, bajo el refugio de su cambuche, a la sombra de los sauces y los árboles de los cerros Orientales, como un Siddharta en Bogotá. Se había establecido después de la primera intervención del Instituto de Protección Animal en una zona boscosa lejana a unos diez minutos por un camino empinado de la falda de la montaña para vivir con sus perros, que según decía, era el animal que lo había acompañado toda su vida. Tenía un radio, un celular y galones de agua que subía cada semana hasta el lugar.

“Él vivía en soledad, no había nada cerca, él vivía allá internado con sus perros. Él decía que los perros eran lo más fiel que podía conseguir en la vida, que las personas no, que él confiaba en sus perros, que eran su familia”, cuenta Rubio.

Juan Guillermo, desde ese primer momento que se impactó con la historia de Acacio y con el interés de proteger la vida de la manada, se contactó con Fabiola Blanco, una animalista que lo conocía desde antes, para intentar acercarse al enigmático personaje que estaba reacio a cualquier contacto con las autoridades distritales desde que lo separaron de sus perros.

Fue así como, entre recochas y risas, con solo unos cuantos miembros del Instituto de Protección Animal, se hicieron amigos de Acacio, le “entraron por la buena”, para poder atender a los animales, sin necesidad de quitárselos, y procurar que entrara en razón para no acumular. De a poco, lograron que él comprendiera que si tenía menos animales, podría tenerlos mejor con las ayudas que le llegaban de otras personas que lo conocían. Llegó a tener una manada estable que nunca superó los 30 perros.

El drama de la manada de Acacio
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Cortesía Juan Guillermo Rubio

“Nosotros como Instituto hacíamos visitas para revisar los animalitos y le esterilizamos todos los perros a Acacio. Varias veces se los vacunamos, se los desparasitamos, le colocamos no solamente la vacuna antirrábica, sino vacuna pentavalente, porque la antirrábica las regala el Distrito y las pentavalente se las ayudamos a gestionar, para poder colocarla a todos los animales y le dejábamos los carnet al día”, cuenta Juan Guillermo.

Los miembros del Instituto decidieron que quitarle los animales solo era momentáneo porque Acacio volvería a reunir más caninos. Entonces decidieron brindarle atención a los animales, pero dejaban claro en los reportes una calificación desfavorable de tenencia, debido a que no contaba con los recursos para la vacunación y algunos de los perros estaban amarrados. Estos últimos eran animales aparentemente salvajes, nacidos en el bosque, a los que el hombre trataba de domesticar para incluirlos en su jauría.

Los demás miembros de la manada los recogía de la calle, de personas irresponsables que veían en Acacio una oportunidad para deshacerse de los perros que ya no querían tener en la casa u otros que encontraban perdidos en la ciudad. Cuando decidió mantener un número controlado de animales, algunos decidía darlos en adopción o entregarlos a personas que se ofrecían a recibirlos. Incluso, recogía animales muertos o accidentados de la carrera Séptima.

“A veces hasta recogía perritos accidentados, muertos en la Séptima, porque le daba pesar que los carros los siguieran pisando y todos los perritos que a él se le morían, él los colgaba para evitar que los otros perros los desenterraran y se los comieran. Cuando él hacía sus deposiciones él los metía en bolsas y las colgaba también para que los perros no se comieran sus heces”. Esa es la razón detrás de la impactante escena que encontraron las autoridades al intervenir el cambuche de Acacio.

La amistad se forjó porque en los miembros del IDPYBA, Acacio encontró una forma de mantener a los perros sanos. Él tenía un celular viejo que cargaba en un parqueadero y llenaba de minutos por la solidaridad de algunos vecinos, que usaba para pedir sus almuerzos e insistir en las promesas que le hacía Juan Guillermo para atender a los caninos.

“Usted le decía a Acacio que le iba a esterilizar, que le iba a llevar, o que le iba a hacer una visita él era canson, llamaba, “¿sí van a venir?, los espero”. En esa soledad, él era contento hablando con nosotros, pues nosotros siempre tratabámos de llevarle cosas y ser amables, él siempre nos había tratado muy bien”, recuerda Juan Guillermo.

Los detractores

El drama de la manada de Acacio
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IDPYBA

Con el hallazgo del cambuche abandonado de Acacio, varios animalistas y defensores de derechos de los animales en Bogotá recordaron las reiteradas denuncias que habían hecho en su contra por la acumulación de perros. Incluso señalaron que habían alertado de maltrato animal y abuso sexual a algunos de los caninos.

Una de ellas es la concejal animalista Andrea Padilla, quien conoció del caso y había hecho seguimiento a las denuncias. Señaló en diálogo con KienyKe.com que se trata de un caso de negligencia institucional.

“Hay como un reclamo por parte de la comunidad, hay un reclamo de fondo y es por qué nunca se ha heho nada de fondo en este caso, tantos años denunciándolo, incluso hay denuncias de abuso sexual de animales por parte de este señor. Entonces cada tanto sale el caso a relucir, los vecinos del sector se quejan mucho, de llanto y aullido de los perros en la madrugada, un caso muy dramático de maltrato animal, de acumulación de negligencia institucional, que no ha tenido ninguna atención de fondo. Ahorita, nuevamente, surge la expectativa que el Instituto se lleve algunos perros, por lo menos lo que sean dóciles, los que se puedan dar en adopción y que ya haya una talanquera en caso de que este señor aparezca, para que la situación no continué, por eso se requiere una intervención interinstitucional que incluya a Integración Social”, señaló Padilla a este medio.

Sin embargo, Juan Guillermo Rubio sostiene que en las visitas con veterinarios no se encontró maltrato a los animales y ninguno presentó el comportamiento correspondiente a un abuso sexual. En el análisis de los cuerpos hallados, que sí tenían al menos un mes de descomposición, no se encontró en sus huesos signos de maltrato y los cuerpos estaban completos, no presentaban signos de golpes o desmembramientos.

Así mismo, el Instituto de Protección Animal señaló que “no porque una persona sea excluida socialmente hay que privarle del derecho de convivir con animales de compañía, más cuando sabemos que la mayoría de habitantes de calle en Bogotá conviven con esos animales porque los han rescatado y porque se han dado una oportunidad entre sí como manada, hacen una relación simbiótica. En esa medida, el instituto solamente separa a los animales de las personas cuando se dan casos en que, por ejemplo, de maltrato o una condición de salud especial del animal”, aseguró Natalia Parra, subdirectora de Cultura y Gestión del Conocimiento sobre el caso de Acacio.

Sin embargo, la concejal Padilla sostiene que cuando no hay una buena tenencia o denuncias de maltrato, no se puede evocar una relación simbiótica. “Claro que sí hay casos en que los habitantes de calle hacen una buena tenencia de estos animales y son compañeros, los protegen, los respetan, los cuidan, acceden a la esterilización; pero claramente casos como el de Acacio o la Chilindrina, que es una habitante de calle acumuladora de gatos en el barrio Santafé, no aplican; digamos, son personas que se lucran de los animales. ¿Qué buena tenencia de un animal puede hacer un habitante de calle cuando sobrepasa los 20, 30 animales?”, señaló a este medio.

El drama de la manada de Acacio
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IDPYBA

La desaparición de Acacio

El hallazgo en los cerros Orientales dio a entender que Acacio estaba desaparecido desde hacía varios días. En el lugar fue encontrado muerto un perro beagle que según Juan Guillermo era “su adoración”, uno de los más consentidos y que lo acompañaba a todo lado. No apareció un schnauzer que había bautizado con su mismo nombre, que posiblemente se llevó con él en caso de haber huido hacia otro lugar, una hipótesis dudosa para quienes lo conocían.

“Es muy raro. Yo no creo que él sea de esas personas que deja abandonados a sus animales, y mucho menos cuando vimos la evolución de tener animales enfermos y empezar a verlo que redujo el número y empezó a tenerlos cada vez mejor. Vimos toda esa evolución. La verdad ya las últimas veces era una persona muy diferente o la imagen que yo tenía de él. Él no los abandonaría, la verdad no, para ese man sus perros eran su familia”, sostiene Juan Guillermo.

A Rubio le parece muy extraña la situación porque habían acordado que en enero, o a finales del mes, los miembros del Instituto irían a terminar la esterilización de los perros. Conociéndolo como lo conocía, Juan Guillermo sabe que lo habría llamado para insistir en la visita, pero la llamada no se produjo y desapareció por completo.

La última vez que Juan Guillermo vio a Acacio fue durante una visita especial a mediados de noviembre. Ese día, en medio de las cuarentenas, fue al cerro a llevarle 10 kilos de comida para los animales, pero esta vez acompañado de su esposa y su hija de apenas dos meses de nacida.

Yo la llevé conmigo, se la presenté y él se puso contento, hasta me dijo que cuidara la niña, que bendiciones. Después de tanto tiempo conociéndolo sentíamos afecto hacia él. Es una persona en sus momentos complicada o cosas así, pero la verdad siempre tuve una buena relación con él”, recuerda Rubio.

Tras el hallazgo, el IDPYBA ha tratado de capturar a los animales para llevarlos al Instituto, pero no es una tarea sencilla: algunos son muy agresivos y otros sienten desconfianza, además, tienen la suficiente inteligencia para no caer en las trampas si ya las conocen y un dardo podría hacerlos correr hasta perderse en el bosque. Mientras reúnen la manada, esperan tener noticias de su líder, el desaparecido Acacio.

Creado Por
Juan Felipe Sacristán
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