
A un mes del atentado que dejó gravemente herido al senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, Colombia continúa sumida en la incertidumbre. La falta de claridad sobre los responsables intelectuales y los motivos detrás del ataque, ocurrido el pasado 7 de junio en Bogotá, ha revivido antiguos temores sobre la violencia política y ha generado una profunda conmoción nacional.
El ataque que sacudió al país
Uribe Turbay, de 39 años, fue baleado durante un acto de precampaña en el barrio Modelia de la capital. Recibió dos impactos de bala en la cabeza y uno en la pierna izquierda, en un atentado perpetrado por un sicario de apenas 15 años, que fue capturado en el lugar con el arma en su poder. Desde entonces, el senador permanece hospitalizado en estado crítico en la Fundación Santa Fe de Bogotá, bajo estricta vigilancia médica y rodeado del respaldo de su familia, colegas políticos y ciudadanos.
La escena del crimen, en un parque público y a plena luz del día, desató un tsunami de reacciones. El ministro de Defensa, Pedro Sánchez Suárez, aseguró que tanto la Fuerza Pública como la Fiscalía y aliados internacionales están tras el rastro de los responsables. “Intentaron silenciar a un senador y desafiar al país entero”, escribió en X.
Un fantasma del pasado: la violencia política regresa
El ataque ha despertado dolorosos recuerdos. En Colombia, la violencia política dejó una huella indeleble en las elecciones de 1990, cuando fueron asesinados tres candidatos presidenciales: Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. El atentado contra Uribe Turbay ha hecho que muchos colombianos se pregunten si el país podría estar regresando a un escenario similar.
La historia personal del senador refuerza esta narrativa trágica. Nieto del expresidente Julio César Turbay (1978–1982), Miguel Uribe perdió a su madre, la periodista Diana Turbay, cuando tenía apenas cuatro años. Ella fue asesinada en 1991 durante un fallido intento de rescate tras meses de secuestro por parte del cartel de Medellín. Hoy, su hijo enfrenta nuevamente la brutalidad que ha marcado la historia reciente de Colombia.
¿Quién está detrás del atentado?
A la fecha, las autoridades han capturado a cinco personas relacionadas con el crimen, entre ellas Elder José Arteaga Hernández, alias el Costeño, quien presuntamente reclutó al joven sicario y planificó el ataque. Según el ministro de Defensa, el Costeño habría recibido hasta 1.000 millones de pesos (unos 250.000 dólares) para organizar el atentado, lo que sugiere una operación altamente financiada y articulada. Sin embargo durante la audiencia de imputación de cargos, llevada a cabo el pasado domingo 6 de julio, el procesado no aceptó los cargos.
Aunque el presidente Gustavo Petro ha señalado que el ataque podría estar vinculado a redes del crimen organizado, la Fiscalía presentó en audiencia una hipótesis inquietante: que el motivo habría sido político, dada la condición de Uribe Turbay como opositor del gobierno y precandidato presidencial. De confirmarse, esto colocaría al atentado en un contexto aún más delicado, cuestionando la estabilidad democrática del país.
Solidaridad ciudadana y un país que resiste
Mientras la investigación avanza lentamente, el país se ha volcado en apoyo al senador. Su esposa, María Claudia Tarazona, y su hermana, Carolina Hoyos Turbay, han liderado emotivos llamados a la unidad y la oración. Frente a la clínica donde permanece hospitalizado, cientos de ciudadanos mantienen vigilias permanentes con velas, banderas y mensajes de esperanza.
Este domingo, más de 20 ciudades del país celebraron la “Carrera por la vida”, una jornada deportiva en homenaje a Uribe Turbay, conocido por su afición al atletismo. Vestidos de blanco, miles de colombianos corrieron por la paz, la vida y la protección de los líderes políticos.
Más allá de las muestras de solidaridad, crece la presión sobre el gobierno y las autoridades judiciales para esclarecer lo ocurrido. El director de la Policía Nacional, general Carlos Fernando Triana, aseguró que no habrá impunidad y que todas las hipótesis están sobre la mesa. Pero las dudas persisten.