ÁCRATAS

Vie, 20/12/2013 - 11:50
Los ácratas defienden una sociedad sin gobierno, sin Dios ni ley. A los ácratas les gusta hacer lo que les da la gana, lo que a bien tienen en gusto y pone

Los ácratas defienden una sociedad sin gobierno, sin Dios ni ley. A los ácratas les gusta hacer lo que les da la gana, lo que a bien tienen en gusto y ponerse todo y a todos de ruana.

Acracia y caciquismo van de la mano. Los llamados líderes políticos tienen dominio total de la sociedad, los caciques controlan la votación. Es hora ahora de negociar la ´democracia´, es hora del canibalismo y el gamonalismo.

 “Déborah Poole sostiene que el término deriva de una planta perenne, virtualmente indestructible, conocida como Gamón, que crece inclusive en los terrenos más duros y áridos y es clasificada como parásita cuyo crecimiento y propagación se da en detrimento de sus vecinas menos agresivas”.

 Ácratas, caciques y gamonales forman parte del inventario perverso de la política nacional, de esta república platanera, inestable, empobrecida, atrasada y arrasada, corrupta, indolente y desobediente de las leyes, sobornada de cabo a rabo en donde la palabra de moda es transparencia. Limpidez dirigida, cantada y recalcada cada segundo a un país sordo, mudo y ciego que ya no distingue nada entre tanto color político, porque el único referente es su negro destino.

 País que padece de hemiplejía moral, que no tiene ni quiere hacerse a un medicamento que permita levantarse del sepulcro. La clase dirigente no da la lucha entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal. ¿Cuáles normas sociales o jurídicas? ¿Cuáles conceptos políticos? ¿Cuál poder inteligente? ¿Cuál convivencia? ¿Cuál desarrollo? ¿Cuáles Padres de la Patria?

 El verdadero conflicto de los colombianos es el enriquecimiento ilícito. Son ricos los jueces, los militares, los dueños de la salud, los banqueros, los narcos, los congresistas, muchos alcaldes y gobernadores, muchos curas y pastores, los multinacionales mineros y petroleros, los amos de la telefonía, los terratenientes, grandes contratistas, testaferros, traficantes del poder y un largo, larguísimo etcétera. Pero que, en resumidas, son la minoría.

 Podemos sentarnos en La Habana o en Marte, pero nada pasará mientras persista el monopolio de la violencia, engendrado por un antisistema estimulado y propiciado desde el mismo orden político vigente.

 El gobierno debería practicarse su propia Prueba Saber para comprobar que no logró el Supérate que tanto nos promete.

 Concluye otro año con más y más hipótesis sobre el Proceso de paz, hojas de ruta, manifiestos, cacerolazos, coaliciones, promesas de rectificación e inclusión, votos a distancia, quinta columnistas y asesinos de la reputación para silenciar voces que realmente defienden lo que queda de esta sociedad. ¡Qué triste espectáculo el que se da por estos días entre los célebres expresidentes de la república! Con sus pobres, reiterativas y manidas frases de cajón y con sus trapitos al sol oreándose de tanta corrupción. Con sus verdades a medias pero sus intereses bien claros, agitando una campaña que no promete nada y será la misma de siempre. Premio Nobel a la mediocridad.

 ¿Será posible, mucho pedir que las ideas por un país menos malo salgan a la palestra? ¿Que el debate no sea por una foto en el tarjetón, sino en torno al compromiso de solución a los problemas de toda una vida y que cese la danza de los millones que posibilitan una curul o del que alguna vez llamamos el Solio de Bolívar?

 Tenemos una clase dirigente que nos merecemos, por indiferentes, insolidarios, incapaces o timoratos para rechazar, de una vez por todas, los cantos de sirena con los que nos llenan de ilusiones en cada certamen electoral. Esa clase dirigente que nos polariza, amenizada por encuestas y sondeos que nos hablan de lo bueno, bonito y barato que es vivir en Colombia.

 Desde luego que hay en esa clase personas de bien, capaces, honestas, dignas, desinteresadas en lo personal que no practican el civismo remunerado y tienen sentido de pertenencia. Ojalá fueran los más en las próximas elecciones. Mucho me temo que no será así por hacer parte de esa inmensa mayoría de tontos útiles que creemos que Macondo es solo una invención de Gabo y que nada tiene que ver con la realidad. Como diría Jorge Luis Borges: “Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”.

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