Apología de la Hipocresía

Mié, 05/09/2012 - 06:09


En una sociedad como esta, tan acostumbrada a la doble moral, esperaría que la gente fuera más hábil a la hora de escuchar conversaciones ajenas sin ser detectada.


En una sociedad como esta, tan acostumbrada a la doble moral, esperaría que la gente fuera más hábil a la hora de escuchar conversaciones ajenas sin ser detectada.
Uno de mis pasatiempos favoritos y casi obligados, por los largos trayectos que debo sufrir al transportarme por Bogotá, es el escuchar conversaciones ajenas. Por lo general voy en los buses, colectivos, articulados y busetas sola, como buen “república independiente” pues he aprendido y aceptado que para perpetuar mi estilo de vida, mezcla entre lo ascético y lo contemporáneo, debo privarme de ciertos lujos como montar en taxi todas las veces que salgo o comer en buenos restaurantes casa semana. Así que tengo dos opciones: me gozo los trayectos o los padezco y dado que el mismo viaje es de por sí una experiencia desagradable, por más breve que sea, especialmente para mí que detesto el contacto físico con extraños, la única salida que me queda es utilizar lo que hay para distraerme y hacerla más llevadera, de este modo he desarrollado habilidades para detectar patrones numéricos en las placas de los carros y en los seriales del servicio público, como recuerdo de los juegos adivinatorios de mi adolescencia, cuando mis amigas y yo creíamos ciegamente que ver el 444 en algún lado, hasta en las series de los billetes, significaba que un tipo nos declararía si amor. Entreteniéndome con uno de estos juegos fue como una vez descubrí que un taxi llevaba 2 números de serie distintos, uno en la parte posterior y otro en los costados, error que al ser detectado por la policía de tránsito, le valdría una suculenta multa. Pero como ya lo dije el pasatiempo numérico no es el que encabeza mi lista. Lo más fascinante para mí es esculcarle la vida a un desconocido cuando me abre la puerta para que lo haga a través de su conversación con otro desconocido. Cada vez que me espera un recorrido largo, de 45 minutos ó más, veo a las personas que suben y bajan del vehículo que me lleva, pero hago sólo eso, no las observo, entretanto las escucho. Adoro perderme en los detalles de la mujer que mantiene su trabajo oficinesco para mantener a sus hijos y sentirse útil para los demás, sin importarle mucho quienes sean, pero que le confiesa a una amiga que en el fondo desea ser despedida. Con la liquidación montará un negocio y le dirá por fin adiós a las harpías que le amargan la vida a diario. O también puedo lidiar con el estrés que me genera un trancón mientras un grupo de adolescentes despreocupados habla de la actividad de sensibilización que implementó ese día su profesor, misma que los hizo parecer una lavadora echando agua por lo mucho que lloraron. Me pregunto si habría conocido tantos detalles de la secretaria o si el joven gay que hablaba habría disimulado un poco si amaneramiento de haberlos estado mirando todo el tiempo que los escuché y me respondo: no y sí. Yo misma, mientras hablo con alguien en un espacio público miro rayado, me incomodo y lanzo indirectas a aquellos rostros impertinentes que se dirigen hacia mí y mi interlocutor en franca actitud de atención. Si para escuchar sólo se necesitan los oídos ¿qué necesidad tienen de estar mirando? No sé qué es más molesto, eso o que cuando hablo con alguien, esa persona no sepa mantener una mirada tranquila e intermitente a los ojos, desviándola a otros lugares de mi cuerpo o cara como si trajera un pegote y en el más odioso de los casos, mira mi boca como si fuera a besarme. Si uno quiere echar chisme de lo que oyó, basta con parar oreja, los ojos sobran. Al mirar inquisitivamente - ¿o inquisidoramente? – a los conversadores sólo se logra censurarlos, molestarlos perdiéndose el carácter natural de los hablantes, por eso mi sugerencia, si quiere averiguar la vida de otros hágalo pero hipócritamente, dando a entender que no le importa al tiempo que centra su atención, no su mirada, en el tema de su interés, así quedará elegantemente disculpada su incontrolada curiosidad al tiempo que le dará una ilusión de privacidad a los demás, y entre ellos yo se la sabré agradecer. @licuc
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