Esta es la primera entrega de mi investigación (que hice entre el 2012 y este año) sobre el caso de Luis Andrés Colmenares. Llegué a una conclusión tan aterradora como inamovible después de largas charlas con investigadores del caso y con una sentada nocturna y amanecida frente al expediente que me facilitó una de mis fuentes: a Luis Andrés Colmenares no lo pudieron asesinar. Su muerte fue un accidente mediático.
Estos artículos fueron escritos meses antes de que capturaran a los tres payasitos que decían ser testigos del homicidio. Circularon por las redes sociales y vaticinaron la falsedad de sus versiones, que terminaron llevándolos a la cárcel. En esta primera parte los testigos falsos.
¿Quien trajo esos payasos?
El caso Colmenares, que no requiere presentación, revolucionó la puesta en escena de una justicia mediática y taquillera. Los juzgados de Paloquemao se convirtieron en el set de grabación de lo que el señor procurador, Monseñor Ordóñez, denominó, esta vez muy acertadamente, como el reality del momento. Antes de 2004, el proceso se hubiera perdido en los anaqueles desgastados de los juzgados y los agarrones entre juristas estarían condensados en los memoriales que conformaban el proceso en un sistema penal escrito y no oral, como el de ahora.
Después de que el sistema acusatorio oral se pusiera en marcha empezó a servir de escenario de una historia que, contada como la han venido contando los medios, pareciera el guión de una de esas tramas macabras que presentan las series forenses estadounidenses.
Es la historia de dos señoritas multimillonarias capitalinas acompañadas de su combo de niños ricos y poderosos, que después de una noche de excesos, deciden matar a patadas y botellazos a un pobre negrito de provincia, que con mucho esfuerzo logró entrar a estudiar a la universidad más costosa del país.
Esta historia, puesta en vitrina por los lentes de las cámaras, revolcada por la bola de nieve que pueden formar las redes sociales en la actualidad y enrojecida por los soplidos que abogados faranduleros les echan todos los días a las brasas puede terminar en lo que ha terminado: en que el ideal colectivo, que traga entero, alimentado por sus resentimientos y clichés de telenovela, tergiverse la realidad probatoria, documentada y objetiva, en pro de la trama exigida por los medios para mantener la tensión del espectador, que le pide más y más mentiras a la pantalla.
Se me vendrá encima el grupo Lace, me retará a los golpes don Luis Alonso, me denunciará la fiscal, pero lo que dicen las pruebas y los tres cuadernos del expediente que ya se volvió público para la subcultura periodística, es que ni Laura Moreno ni Jessy Quintero ni Carlos Cárdenas pudieron haber hecho lo que la fiscalía sostiene que hicieron. Luis Andrés Colmenares Escobar salió de la discoteca Penthouse en grado 3 de borrachera, es decir ‘jincho’, pero con varios Red Bull en la cabeza, es decir, también embalado, y además salió puto, con putería guajira, porque Laura no le había dado un beso y Jessy se lo había negado hace dos años.
Después de eso, corroborado por varios testigos, ninguno de ellos amigo de Laura, sale caminando rápido, a paso de marcha, a comerse un perro, que termina tirándoselo en las piernas a Jessy antes de salir a correr rumbo al parque El Virrey. Desde ahí, hay que poner los relojes a correr 20 minutos, durante los cuales hay pruebas incontrovertibles de las llamadas que le hacían sus propios amigos de la universidad, que se habían ido a recoger la camioneta en la que se transportaban.
Durante esos 20 minutos, el tiempo que les tomó parar por Jessy y llegar a El Virrey donde los esperaba Laura, que lo vio caer al caño, supuestamente ella llamó a Carlos Cárdenas (sin que haya registro de llamada alguna entre ella y Carlos esa noche), él le cayó al parque con sus amigos, levantaron al muchacho a patadas, arrodillado ella le pegó su cachetadón, le quitó el celular de la mano y se quedó observando mientras su ex novio le clavaba el botellazo. Después lo agarran, lo botan al baúl de un carro y se lo llevan. Y ahí sí llegan los amigos de Luis en la camioneta y se encuentran a Laura sola en el parque que le da por inventarse que Luis se cayó al caño. Mejor dicho, Hannibal Lecter, a su lado, es un ángel sin plumas.
Esto no pudo haber pasado en 20 minutos, pero además significa que la fiscalía pretende hacerle creer al juez que mientras sucedían los hechos, Laura estaba contestándole el teléfono a los amigos de Luis Andrés, y lo más importante, si supuestamente Laura le quita el celular segundos antes del botellazo, ¿cómo hay registro de las llamadas que ella recibió en el celular de Luis Andrés antes de que supuestamente haya llegado el celular a sus manos?
Ahora, ¿quiénes son esos testigos?, todos tienen antecedentes penales, y que no venga la fiscal a decir que no importa, que porque la Corte ha condenado a todos los parapolíticos a punta de testigos que son paracos reinsertados. Esto que dice doña Fiscal es aberrante. Una cosa es desmantelar una organización criminal con un ala política y otra es esclarecer un homicidio. En primer lugar porque los testigos de una organización criminal pertenecen a ella y tienen una relación tempo-espacial con los hechos, mejor dicho, en una organización paramilitar los testigos pueden ser paramilitares porque militan en ella, es decir, TIENEN que estar en contacto con los hechos. En este caso ninguno de esos delincuentes testigos ha tenido por qué estar en el lugar de los hechos, ¿o es que alguno de ellos vivía en el parque El Virrey? ¿O es que alguno de ellos trabajaba por ahí? Ninguno.
Tenemos a un bar tender de Chapinero, frustrado, porque como actor siempre lo ponían de portero sin diálogo, a quien la orinada lo hizo perderse y caminó de Penthouse al Virrey que es bien largo, buscando un árbol que atendiera sus necesidades. Un portero ‘lenguaesopa’, que gusta posar de Rambo criollo con dos pistolas, a quien echaron de protección de testigos por irse de putas, hecho que no tiene nada de censurable ni descalificador, si no hubiera reincidido en él y si después de la advertencia de la oficina de protección de testigos, no hubiera llegado borracho con un trío de meretrices que aunque lo debieron haber hecho muy feliz, también comprometieron la seguridad de varios adscritos al programa. El tercer testigo estrella es un jíbaro, que vende perico y marihuana en la 82, y que como las otras dos bellezas nada tenía que hacer por ahí a esa hora, pero que curiosamente terminaron los tres viendo lo mismo, con una cantidad de imprecisiones y contradicciones, casi en el mismo punto, como sentados en un sofá y con palomitas en la mano.
En resumidas cuentas, para el derecho, es decir, según los criterios de calificación probatoria que le enseñan a uno los maestros, estos testigos con sus versiones, son tres payasos. Y puede sonar atrevido, y me aguanto la demanda si se viene, pero si doña Fiscal va a hacerlos valer en el juicio, ella misma tiene que irse poniendo también la nariz de plástico, la peluca y los zapatos inmensos de plataforma.
Muchas otras mentiras se han dicho respecto de este caso tan mentado. Que las cámaras se perdieron, falso, ninguna cámara se desapareció, la fiscalía jamás ha realizado tal afirmación en las audiencias, lo que pasa es que como al principio ni siquiera Don Luis Alonso pensaba que había sido un homicidio, sino que, tal cual lo oímos todos en La W, le dijo a Julio que había sido culpa de los bomberos que fue a los que les dio pereza meterse al caño esa noche, pues al muchacho después del porrazo lo enterraron y la fiscalía vino a preguntar por las grabaciones más de un año después, cuando ya se habían borrado y eran irrecuperables.
Dicen que a la Dra. Lesly la torcieron para que hiciera una necropsia chambona. Falso también. En primer lugar ¿por qué la iban a torcer si para ese momento era el golpe el que había matado a Luis Andrés? Y en segundo lugar, porque la autopsia no está mal hecha. Tan bien hecha estará que prácticamente tiene los mismos golpes que señala la pagada por el fiscal, que esta sí está mal hecha, por un hecho muy simple: porque es irresponsable el forense al decir que fue un asesinato, cuando solo un juez lo puede determinar. Lo cierto es que las fotos del occiso son bien feas, tan feas como puede quedar alguien que vuela tres metros y se casca de frente contra un borde de cemento y después es arrastrado durante varios metros por un caudal que le llena los pulmones de agua turbia. Pero a pesar de eso hay un hecho incontrovertible: todas las heridas son en la cara, no presenta ninguna fractura en ningún otro lado del cuerpo, es decir, las tres autopsias que le hicieron, que son las que ponen a hablar al muerto, no son consistentes con la versión de la fiscalía, porque si así fuera, si lo hubieran levantado a patadas entre varios, el muerto lo diría, créanme, como abogado penalista se los digo, los muertos no se callan nada, si así fuera el cuerpo tendría algo roto, morados, lesiones, algo.
Dicen que unas livideces en la espalda son prueba de que lo tuvieron en el baúl de un carro, porque como fue hallado boca abajo ¿porqué las tenía en la espalda? Cualquier abogado que hubiera atendido el cursillo chiquitico de medicina forense que le dan a uno en la especialización, se da cuenta con hojear el expediente, que esas livideces le tenían que haber salido a cualquier cuerpo que hubiera estado acostado en una bandeja durante más de 15 horas, como fue el de Luis Andrés Colmenares, el cual levantan y embalan a las 10:30 de la noche del 31 de octubre de 2010 y con la congestión cadavérica que traen siempre las brujas, lo vienen a abrir en Medicina Legal a las 3:00 de la tarde del día siguiente, tal cual reza en las actas de levantamiento y necropsia.
Dicen que Carlos Cárdenas tenía una camioneta que vendió por esos días y eso es mentira, el pequeño Jetta en el que lo detuvieron es el que siempre tuvo; que los guardaespaldas de Laura fueron los que lo mataron, cuando ella nunca había tenido escoltas y los que acompañaban al papá, la fiscalía no los implicó jamás porque hay cientos de pruebas documentales que dan fe, que ni el papá, ni los escoltas, estaban esa noche en Bogotá sino en la Dorada, Caldas. Dicen que Laura habló del homicidio por teléfono, pero cuando uno escucha las interceptaciones ni la mente más fantasiosa puede suponer que se está hablando de un homicidio, todo lo contrario, esas grabaciones amparan la tesis del accidente y por ningún lado, ni siquiera una arista, deja ver que se esté refiriendo a una muerte provocada por una golpiza.
Dicen, dicen y dicen, pero lo más grave es lo que ahora empezaron a decir, y quien lo dice, ni más ni menos que el fiscal de apoyo del caso, el que lo estuvo llevando hombro a hombro con el ex fiscal costeño Antonio Luis González, que asegura que Don fiscal González fue el que buscó y encontró a estos tres chapulines que están diciendo mentiras. Esas mentiras nunca se dicen gratis, y eso sí hay que investigarlo: ¿quién está detrás de todo esto?, ¿quién está fabricando testigos en el caso Colmenares? ¿Quién trajo esos payasos?
Por ahora esperar que el doctor Montealegre, ilustre tratadista, emérito penalista, consecuente, humanista, y por sobre todo garantista, entienda que con esas pruebas en un proceso, a su fiscal estrella la van a apachurrar y no es por que sea Granados ni Iguarán, que además no son un par de pendejos, es porque no hay cómo sustentar la película que se inventaron los medios de comunicación y que hoy todo el mundo da por cierta.
A Colmenares no lo pudieron asesinar, su muerte fue un accidente mediático
Mié, 14/08/2013 - 01:07
Esta es la primera entrega de mi investigación (que hice entre el 2012 y este año) sobre el caso de Luis Andrés Colmenares. Llegué a una conclusión tan aterradora como inamovible