No fue mi primer trabajo, ni tampoco el último. Pero como todos era algo que significaba mucho para mi, siempre había querido trabajar en una empresa grande, multinacional, reconocida, ¨de buen nombre¨-para la hoja de vida-.
Bueno, la verdad esta empresa lo era, al menos en los papeles, porque en el día a día, en la vida real era una empresa como cualquier otra, como cualquier empresa local manejada a las malas, con grupitos y con la misma lambonería de cualquier empresa local. Quién lo iba a imaginar?
Mi jefe, una mujer, extranjera. Era una mujer de esa cerradas, de pocos amigos que llegó a nuestro país porque ya un dinosaurio en su país, así que venir a timar acá fue su última opción. A lo mejor en su país tuvo un par de momentos buenos, pero nunca fue alguien brillante y eso se podía ver por la calidad en su trabajo.
Años antes de que ella fuera mi jefe le hice uno de esos chistes característicos míos, de esos chistes de ascensor -como para romper el hielo-, que en algunas personas cae bien y en otras no. Al parecer a ella no le cayó muy bien el chiste, porque desde ese momento me miró feo, y años después cuando fue mi jefe se le notó.
El trabajo cotidiano con ella fue una pesadilla, su critica hacía el mío era constante, pero sus argumentos eran de forma y no de fondo, era de ese tipo de personas que corrigen las cosas por corregir y por demostrar que es la jefe y que tienen poder. Pero lo peor era que no se le podía discutir, ni siquiera con argumentos porque era de esas personas que sólo les gusta lo que ellas dicen y hacen, y además era la consentida del dueño de la empresa, -yo tenía todas las de perder-.
Y a mi qué me quedó? Pues, ese fresquito que queda cuando se acaba algo que no te gusta. Si bien debo confesar que no fue fácil recibir el baldado de agua fría que es esa frase: ¨Hasta hoy trabaja en la empresa¨, también se siente una libertad enorme. Me imagino que es lo mismo que hubiera sentido un esclavo, cuando después de toda una vida cortando caña sin recibir nada más que insultos y maltrato sus cadenas son cortadas. Fue un sentimiento extraño, entre tristeza, decepción, frustración, alegría, tranquilidad y emoción.
Duré varias semanas echada a la pena, pensando si el error era realmente mío, que quizás me había equivocado de oficio, que lo mío era otra cosa. Pero en mis anteriores trabajos siempre fui la estrella, siempre lo había hecho bien, entonces esta vez el problema era ella y sus complejos de inferioridad que me hacen superior. Todo eso me llevó a una conclusión y es de mejores sitios me han echado. De lo único que me arrepiento es de no haber estado ebria para aquel momento.
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