Deformaciones

Vie, 12/05/2017 - 04:00
Cuanto más deformes sean las cosas, existe una atracción incomprensible hacia ellas, como los perros de cara chata, pequeños y gorditos de raza Pug. Nos agrada el ronquido que emiten por la dificul
Cuanto más deformes sean las cosas, existe una atracción incomprensible hacia ellas, como los perros de cara chata, pequeños y gorditos de raza Pug. Nos agrada el ronquido que emiten por la dificultad que tienen para respirar. Ese encanto también se ve reflejado en nuestra cotidianidad sin importar el oficio. A un cocinero le gusta darle formas al pastel sin antes haber disfrutado amasar todos los ingredientes para luego dividirlos en porciones. O los ayudantes de flota que pasan por cada puesto cobrando con el fajo de billetes entre los dedos, con un agarre donde el billete no se dobla, pero sus dedos sí. Al final de cobrar, terminan preguntando si uno no tiene más sencillo. Hay armonía en lo distinto, en lo deforme. Hablar, es una de las facultades que tenemos para comunicarnos con los demás, este instrumento no solo lo deformamos, también abusamos de él. Los ejemplos que daré a continuación son un trozo de saludos y despedidas en momentos de afán: “tanto gusto, me llamo…”, “Cómo sigue la Gloria”, usando el articulo femenino para referirse a una persona. A veces, nuestras mentes no soportan deformar una imagen inocente. Como el padre que le enseña a su hija montar bicicleta, y con su mano empuja con fuerza el sillín caminando acurrucado un par de metros para luego impulsarla hacia el frente. De niño es normal aceptar este tipo de ayudas pero después de los 12, no. Explorando la conducta intelectual, es fácil ver el exceso de movimientos que se suponen son la consecuencia de haber pensado y repensado algo. Cuando un intelectual habla, cruza la pierna y su rodilla soporta el codo de uno de sus brazos mientras su mano se mueve al ritmo de sus palabras. Es usual escuchar palabras que uno no entiende, asociaciones con autores franceses, rusos o alemanes,  acompañado del apellido de un afamado escritor usado como adjetivo, por ejemplo, uno puede llegar a escuchar: esta fiesta está muy kafkiana. Uno queda desarmado ante semejante afirmación. O si la situación se trata del cortejo hacia niñas lindas, no puede faltar el libro amarillo, desgastado en la biblioteca, no por la cantidad de lecturas sino por la humedad de los trasteos y el privilegio de decir que era de un familiar de antaño, la primera edición. Una herencia intelectual que debería servir para reservar con delicadeza y no para mostrar en momentos de fiesta y decir que es un erudito, declarando que Marx lo marcó, o Baudelaire, o Deleuze. Si uno dice “aire” al leer Baudelaire, ya no es digno de escuchar el resto de esa deformada conversación. Lo complejo se vuelve fácil, y lo fácil es lo único que nos interesa. Llenar, hasta reventar las bombas que deben ser llenadas con aire, es un síntoma ya no solo de deformación sino de destrucción como forma de festejo. Porque si se preguntan qué necesidad tiene el tejo que suene como un disparo o de hacer mecha, y no de un sonido diferente. El tiempo es el responsable de todo esto, por ejemplo, a medida que una persona está sentada por dos horas en una silla de bus, cuando se levante, la otra persona espera apoyado en el espaldar para que desaparezca el calor y la tibies del cuerpo que impregnó la anterior. El asco puede deformarse y convertirse en algo atractivo para todos, como la política.
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