Democratismo hasta el tuétano

Lun, 24/02/2014 - 13:11
Ahora todos somos demócratas
-Wendy Brown-
Para que sea posible abordar las tantas pregun

Ahora todos somos demócratas

-Wendy Brown-

Para que sea posible abordar las tantas preguntas que deja la democracia, hay que empezar necesariamente por el primer problema que ella suscita, la palabra misma. Decir hoy en día “soy demócrata” es equivalente a nada. No en vano la palabra democracia se suele usar siempre acompañada: democracia liberal, representativa, radical, deliberativa, directa, social, restringida, participativa, etc. Quien use la palabra sin un adjetivo corre el riesgo de que no le entiendan a que se refiere. Democracia, como tantas cosas hoy, pasó a convertirse en un significante vacío (algo que ya no nos dice nada), donde caben todo tipo de elucubraciones. Y es que ni siquiera hoy en día tiene sentido decir que alguien se volvió demócrata, o que se convirtió a la democracia. Nacemos demócratas y morimos demócratas. Ser demócrata es algo que está implícito en las sociedades contemporáneas, ello es algo a lo que no hay que reparar, mucho menos algo que se pueda poner en duda. Pero es que en el saco de la democracia se pueden echar todo tipo de ideas, ideas que la mayoría de veces se contradicen entre sí. En el saco de la democracia caben personajes de distinta ralea. Desde Uribe hasta Rancière, pasando por Habermas o Friedman (incluso por las FARC), todos ellos entran en la misma bolsa. Lo único que sabemos de la democracia es que ella tiene un único enemigo…cualquiera que se atreva a ponerla en cuestión. “Puedes hablar contra lo que sea –reza la máxima democrática- salvo contra la democracia misma, ella es impoluta, intocable”. Y es que si fuéramos tan osados como para pretender definirla encontraríamos enemili interpretaciones distintas que se le han dado a esa palabrita que se inventaron los griegos. Para unos tiene que ver con libertad y libertad de prensa (?); para otros tiene que ver con justicia; para algunos con tolerancia; últimamente se la ha asociado con seguridad (democrática); para cientos, tiene que ver con la voluntad del pueblo; para pocos, con respeto por las minorías; para otros, con el libre desarrollo de los intereses particulares; para los más demócratas, ella tiene que ver con el poder comprar la cantidad de rifles que se venga en gana; hay quienes dicen que ella tiene como objetivo construir consensos; y hay quienes dicen que no, que ella se trata de disentir; y evidentemente la gran mayoría piensa que la democracia tiene que ver con elecciones. Y así, todos tienen en su cabeza una vaga noción de lo que democracia significa, noción que no es en ningún caso la misma para todos. El problema (uno de los tantos) de la democracia hoy en día reside en ella misma. Con el concepto de democracia se puede justificar todo tipo de intenciones, porque ella misma permite todo tipo de arbitrarias interpretaciones. No en vano, la repentina invasión y ocupación de cualquier país de Oriente Medio se justifica en nombre de la democracia. No en vano, tras cualquier elección sale el ministro o registrador de turno a decir efusivamente, como si tuviese la verdad revelada, que “hoy, la verdadera ganadora ha sido la democracia”. ¡Que carajos significa eso, maestro! En épocas como las nuestras, nos jactamos de ser mejores personas que hace tres siglos, en la medida en que vivimos en democracias. Tachamos cualquier otra forma de gobierno (si es que acaso la democracia tiene que ver con gobierno) de autoritaria, o como mínimo de menos civilizada. Vivimos en una época terrible porque endiosamos algo que no tenemos nidea qué es. Creemos estar adorando a una única diosa, cuando de pronto lo que estamos haciendo es adorar cada quien por su cuenta a algo distinto, sólo que, bajo el mismo rótulo. El problema no es mitificar algo que consideramos loable, el problema es glorificar cada quien sus propias convicciones y creer que todas salen de ese mismo término. El problema es enaltecer cada quien lo que le da la gana y no darnos cuenta. El problema de la democracia hoy en día es su ambigüedad. Cada quien se vale de ella para lograr los intereses más encontrados. Es difícil abanderar una causa cuando en el fondo no se la comprende. Es difícil defender algo que no sabemos que significa. Mucho más difícil todavía defender algo que toma características de un significante vacío que lo cobija todo, o más bien de un significante universal  que no cobija nada en particular. Por eso, es difícil declararse demócrata en la medida en que es un concepto ambiguo que llega a aceptar nociones enteramente opuestas. Y ese amalgama de conceptos y de ideas no tiene nada que ver con pluralismo –ya quisiera uno–. Tiene que ver, más bien, con la dictadura de lo desconocido. Ella se para sobre nosotros, con ojos vigilantes y nosotros, siervos, nos postramos ante ella sin conocer bien sus contornos. En eso consiste la democracia hoy en día, en rezarle a algo que nadie entiende a cabalidad, a algo que todos interpretan a su manera. ¿Acaso esa tendencia a aceptarlo todo es precisamente lo propio de la democracia?
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