DIARIO DE UN VIOLADOR

Mar, 26/08/2014 - 05:12
Ya no siente culpa. Parece que su conciencia se ha rodeado con una especie de callosidad que hace que sus comportamientos no le generen ningún tipo de remordimiento.

Es temprano aún, como todos l
Ya no siente culpa. Parece que su conciencia se ha rodeado con una especie de callosidad que hace que sus comportamientos no le generen ningún tipo de remordimiento. Es temprano aún, como todos los mortales disfruta de esos últimos  cinco minutos de placer matutino que nace de prolongar infructuosamente el tiempo en la calidez de la cama, antes de enfrentarse al frío de la mañana capitalina.  Por fin se decide y se levanta de a poco. Se dirige con mediana fortaleza a la ducha, la abre de manera indiscriminada y deja que el sifón consuma dos minutos de preciosa agua.  Se viste con un traje convencional, ya quedó atrás el viejo cliché del abrigo grande, la bufanda que oculta el rostro y los lentes oscuros que sirven de cómplices para ocultar el sentido de la mirada.  -El desayuno esta servido ya- anuncia una voz femenina medio cansada. -Un minuto má- contesta de inmediato. Bebe varios sorbos de una humeante taza llena de café negro y sin azúcar, remoja unas tostadas en el y se las come con prisa. Ya es tarde, hay que apurarse. Vive una vida normal. No habla con mucha gente. Se camufla en la común indiferencia de las grandes urbes para pasar inadvertido entre sus vecinos. Sale del conjunto residencial en el que vive, camina rápido, con un automatismo extremo y la mente distraída en temas tan múltiples como intrascendentes. Procura ganar unos cuantos minutos,caminando por la franja de zona verde que se ha acostumbrado a las continuas pisadas de todos los que a propósito ignoran los carteles que infructuosamente persuaden sobre la necesidad de conservarla. La premura en salir de su casa evitó que cepillara sus dientes y la combinación de café negro y tostadas, ya hacen estragos en su aliento mañanero. Lo que pretende solucionar con un chicle que compra en el puestico ambulante al borde la avenida. Pone el chicle en su boca y lo mastica afanosamente, la envoltura la bota al suelo y rueda por la acción de la brisa a una alcantarilla próxima, en la que se reunirá con enormes cantidades de desperdicios que corren por los ductos subterráneos de la ciudad. Ya en la avenida la gente se agolpa en la esquina esperando el cruce en el semáforo. Las multitudes son un ambiente propicio para encubrir su accionar, por lo que se anima a unirse. En la esquina, las luces rojas en forma de peatón anuncian la prioridad del paso vehícular, situación que pasa  inadvertida y se aventura a cruzar con extrema temeridad. Su acción es imitada por varios transeúntes que sintieron un empujón en la mente que decía: -Hazlo tu también-. Al otro lado de la avenida, otra multitud. - Que bueno- piensa. Todos parecen estar pegados magnéticamente a la señal de transito hecha de metal y anclada al cemento del andén medio roído por los años y el uso.  La imagen es cotidiana. Muchas personas se agolpan en la misma zona diariamente, situación que es aprovechada para ocultar su comportamiento.  Hace el pare a un bus que se estaciona en la mitad de la calle, corre y aborda de inmediato. Toma la silla azul como única alternativa, estando todas las otras ocupadas, cierra los ojos como estrategia para simular un profundo sueño y así tener evitar tener que cederla durante el trayecto de mas de treinta minutos hasta su destino. Cuando se baja debajo del puente al que acostumbra llegar siempre, un tanto oscuro y descuidado, su sistema urinario lo traiciona y le pide de manera urgente realizar una "chichiligencia", por lo que aprovecha la soledad del puente y el descuido de la señora que vende perros calientes a "milqui" para desocupar su impaciente e inoportuna vejiga. Se que hay muchos como él. De los que desperdician agua, los que pisan las zonas verdes, los que piensan que es un papelito nada más, los que no respetan la luz roja, los que ignoran la señal de no recoger ni dejar pasajeros, los que abordan el bus en la mitad de la calle, los que supuestamente duermen en las sillas azules para no ceder el puesto, los que chatean manejando, los que se roban la plata para las ambulancias, los que se apropian del dinero de las vías. Violadores de pequeñas o grandes normas de convivencia, reglamentarias o legales. Todos los que hacen que nos acostumbremos a vivir en una constaste  violación al orden lógico y normal de considerar siempre los limites de nuestra propia conducta para no afectar negativamente nuestra sociedad. #LobuenodeBogotá: Diseñar, formular e implementar en todas las instituciones educativas la "Cátedra Bogotá", como una herramienta para conocer, querer y cuidar nuestra ciudad. @ricardosavo  
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