El cáncer acaba con todo, menos con los recuerdos

Jue, 05/09/2013 - 01:02
Sensaciones, aromas, palabras a medio decir, todo es válido para no querer explicar el significado tácito del cariño, sus ilimitadas variantes y circunstancias. “El amor no tiene edad, partne
Sensaciones, aromas, palabras a medio decir, todo es válido para no querer explicar el significado tácito del cariño, sus ilimitadas variantes y circunstancias. “El amor no tiene edad, partner, uno tiene la edad de la piel que toca”, dijo de manera sabia mi carnal, “Nono” Briceño, cuando me contó que nuestro mejor amigo, Sebastián Matallana, estaba enamorado de una mujer que le doblaba la edad. El complejo sistema de crítica dio pasos de gigante en medio de una aldea chica y derramó veneno sobre aquel hito en la historia de Sebas, hasta ese momento (veinte años tenía el genial Sebastián). “Le quedó faltando abuelita”, decían quienes proclamaban su moral como pastores cuyo rebaño se embolató. Los amigos tomamos la posición facilista, respeto frontal y crítica por los flancos descubiertos, todo en buena onda, pero no acertada en su distribución. Los sabios atulampados, nuestros buenos hermanos de circunstancias, se abstuvieron de reventarnos a puñetazos la nariz a varios que lo merecíamos. Escogieron el silencio como templo en el cual refugiarse. Las cosas se le fueron dando, con trabajo y pasión, a Sebastián e Ivonne, así se llamaba la señora. Mucho sufrimiento, mucho drama, toneladas de drama según recuerdo y un sentimiento latente de guerra que terminaba cuando las sábanas y las ganas entraban en acción. Así eran ellos, escorpión y capricornio peleándose el territorio, renaciendo en la inconsciencia de la carne hecha jirones de satisfacción y corazón en paz. Ella se infantilizaba para él. Él se regalaba  el don de la madurez por cortos períodos y le enseñaba que la saliva sobre las manos dibuja el futuro, que las promesas no se llenan de fuego si uno no lo quiere así, que los sueños  se le cumplen a los seres que tiene la capacidad de rebasar el miedo para irlos a buscar. Duraron cuatro años los amores de estos amantes. El cáncer acabó con todo, menos con los recuerdos. La sepultamos un octubre en medio de sol y un aguacero tan poético que todos creímos sufrir una alucinación. Matallana, no lloró. Se comió el dolor y la muerte como un hombre, en silencio. Ninguno de los presentes dijo algo, los pésames se quedaron para aquellos que se escondieron tras las faldas del pudor y  son incapaces de hacer las cosas del modo incorrecto, como debe ser. Quise salir a decapitar a los moralistas, que asistieron a la funeraria para  comprobar de primera vista si el amor del amigo por su mujer era real. No fui capaz de volver circo un acto de fe.  Malditos ellos, maldita su pusilanimidad, benditos en el infierno que construyen día a día, como buenos mediocres, es lo que merecen. hospitales, enfermedad, enfermedades, kienyke Tiempo después la esencia del universo decidió que Sebas, debía colgarse de las estrellas e ir a dormir con su imaginación inagotable al cielo de nuestras íntimas promesas. Viendo la lápida que cubre su carnalidad fue imposible no acordarme de la frase de Iván, “Nono”, nuestro partner, aquella que involucra la piel, la edad, el intento por renunciar a morir mientras se está vivo por complacencia. “Demasiado jóvenes y dormidos para rendirnos fácil”, me dije con todo el dolor del mundo. Me atrevo escribir esto ahora que siento varias décadas sobre los hombros y los rostros de quienes amo se vuelven viscosos en el interior de los ojos. Pienso en Andrés y Alejo, mis hermanos. Recién me acuerdo de Marcela, la esposa del vecino que cuando éramos adolescentes nos encantaba por hembra, porque a pesar de haber tenido un hijo tenía un cuerpo bonito y sensual, el prototipo de mujer “perfecto para perder la virginidad”, según nuestra calenturienta visión de quinceañeros perdidos en las tormentas de los ochentas a punto de expirar. Era hermosa y la conservo hermosa en la memoria. No me enamoré de ella, no la amo, es el recuerdo de tener una obsesión con la dama mayor que despertó instintos y lugares a los que fuimos mientras dormíamos separados por varias hileras de ladrillos.  La piel, la edad, un joven, una mujer, una joven, un hombre maduro y perdido en la selva de su propia negación sobreviven al prejuicio. Los protagonistas se van, las circunstancias prevalecerán, el amor es cíclico, se repite en otros rostros, en otras mentes, la edad y el cuerpo son simples accesorios, las ideas no claudican, sobreviven, la muerte es sólo un espacio que coloca barreras temporales y no existe. Tenemos la edad de la piel que tocamos, nos emocionamos, le cantamos al sol buscando sentir el olor del cosmos cuando transita el alma de la mar. Homenaje a los que en amor no cometen el pecado de pensar demasiado. **Ficción en memoria de un gran ser humano, del amigo que no olvidaré. Paz y muchas risas, Matallanita del alma.  
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