El derecho penal representa una de las mayores intromisiones en la vida de cualquier ciudadano. Quizá es la experiencia social más dramática a la que se puede ver expuesta una persona, después de la guerra; y en cierta forma es una guerra encauzada, y hasta cierto punto civilizada: dos contendores, un árbitro y unas reglas del juego. Como cualquier juego de mesa. Como el parqués, en el que uno sabe que puede salir fácilmente de la cárcel con un simple par o una sena, porque así lo indican las instrucciones. ¿Cuáles instrucciones? Seguramente las que nos han transmitido nuestros padres, pues los tableros ya no los venden con ellas, como si el fabricante presumiera su amplio conocimiento.
Así también funciona el derecho penal: unas fichas: nosotros; un tablero: la vida misma; un código penal: las instrucciones o reglas del juego y un fabricante: El Estado.
Pero a pesar de las reglas del juego consignadas en el Código Penal,¿por qué los jugadores retan al sistema?
Desde la infancia sabemos que los niños actúan en función de premios y castigos, y que evalúan el costo-beneficio de una acción, escasamente pensando en las consecuencias. ¿Puede ser esta la explicación? También sabemos que hay un contexto cultural y social que nos inclina y hasta nos obliga. Contexto que tiene sus propios valores y reglas, y que por lo mismo resulta ajeno a los dictados de las normas oficiales, que si bien pueden tener la fuerza que les imprime la legalidad, carecen de la persuasión necesaria, y en todo caso, están desprovistas del conocimiento elemental - producto de una falta de pedagogía mínima -, el cual se presume como en el parqués bajo el rutilante apotegma de que la ignorancia de la ley no sirve de excusa, y por ello la sociedad y el Estado se sienten relevados de la obligación de promover su enseñanza.
¿Por qué se justifica la divulgación y enseñanza de las normas penales? Sencillamente porque los delitos no son naturales - y hasta resultan contranaturales-. Las conductas sancionadas penalmente en realidad son creaciones legales, construcciones jurídicas, que buscan direccionar el comportamiento de los ciudadanos y aplacar los instintos humanos. Un ejemplo bastará: el acceso carnal abusivo o los actos sexuales con menor de 14 años. Por una parte, la biología humana indica que una menor puede procrear tempranamente, a muy corta edad; pero por otro lado, la ley señala, en contravía de aquél dato objetivo, que no es apta para consentir esa relación sexual, en atención a su minoridad. Aunque estemos de acuerdo con la prohibición, sin embargo ello es tanto como legislar en contra de la ley de la gravedad, o en contra de la ley física del movimiento de los fluidos.
En consecuencia, dada esa antinaturalidad que caracteriza los delitos, resulta forzoso formar a las personas dentro de una asignatura de derecho penal desde el Colegio. Enseñarles las reglas del juego, las instrucciones. Evitar que lleguen tantos jóvenes a las cárceles, e involucrar en ese proceso formativo a los medios de comunicación.
@amvela
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El derecho penal: un juego de mesa sin instrucciones.
Mar, 02/06/2015 - 09:02
El derecho penal representa una de las mayores intromisiones en la vida de cualquier ciudadano. Quizá es la experiencia social más dramática a la que se puede ver expuesta una persona, después de