El país de las mafias y los fuegos artificiales

Mar, 08/10/2013 - 07:12
El éxito de la mafia estriba en que sus miembros están de acuerdo en cumplir ciertas reglas, y en que saben que de no cumplirlas hay un castigo específico que ineluctablemente se cumplirá. Aquel q
El éxito de la mafia estriba en que sus miembros están de acuerdo en cumplir ciertas reglas, y en que saben que de no cumplirlas hay un castigo específico que ineluctablemente se cumplirá. Aquel que hable más de la cuenta, sabe que morirá. Las normas se aplican. En contraste, el fracaso de un país como Colombia estriba, a su vez, en el hecho de que nadie está de acuerdo con nadie; y si bien hay unas normas que de no cumplirse conllevan un castigo teórico, el incumplimiento de estas generalmente desemboca en resultados tan variables y azarosos que da casi lo mismo cumplirlas que no cumplirlas. El ridículo porcentaje de impunidad imperante en Colombia (ridículo por lo alto que es), de hecho transmite el mensaje de que incumplir una norma tiene apenas relación con un desenlace punible. Leo en El Colombiano de Medellín que Francisco José Lloreda, Alto Comisionado para la Seguridad Ciudadana, refiriéndose a la figura del “conductor temerario” que impulsa el Gobierno Nacional, dice que "La propuesta es contundente: cero tolerancia al conducir si se ingirió licor. En el Código de Tránsito actual, las sanciones son graduales, dependiendo del nivel de alcoholemia. Aquí buscamos que se aplique la mayor sanción posible, independientemente de si la persona se tomó una cerveza o tres botellas de aguardiente.”. Estúpido (qué más se podía esperar). Hay un refrán popular que dice algo así como que no hay que buscar la fiebre en las sábanas, que es lo que los colombianos, a través de nuestros representantes, los políticos, vivimos haciendo. Mucho se ha repetido que el problema no es el número de leyes o la severidad del castigo, sino la capacidad del Estado para que las leyes se cumplan, o para castigar su incumplimiento. ¿Qué se gana aumentando a 50 a 60 a 70 años de prisión a quien maneje embriagado si el aparato judicial es, en un alto porcentaje, incapaz de llevar a efecto la sanción correspondiente? Nada. (Acaba de escaparse hace una semana el más prolífico secuestrador del ELN simplemente abriendo la puerta de su casa, la que tenía “por cárcel”). El de Lloreda -el del gobierno- es un anuncio efectista (totalmente consecuente con el estilo de este gobierno, eso sí hay que reconocerlo), que se quedará en palabras, palabras, palabras, como decía aquella canción italiana setentera. Todo esto para no mencionar lo increíble que resulta el hecho de que un Alto Comisionado para la Seguridad Ciudadana no se percate del nivel de inseguridad al que nos llevará el siguiente razonamiento típico del colombiano promedio: “pues si me va a pasar lo mismo por tomar una cerveza o tres botellas de aguardiente, pues tomémonos las tres botellas”. Y cualquiera que no sea un Alto Comisionado para la Seguridad Ciudadana sabe que se maneja mejor habiendo consumido apenas una cerveza que con tres botellas encima. Pero así es Colombia: fanfarria, bombos y platillos. Mientras el anuncio habla de bajar el actual 40 mg de etanol por ml de sangre como porcentaje seguro para poder conducir a cero punto cero, en países que han invertido montañas de dinero en ese tipo de estudios, como Estados Unidos, el porcentaje es ese, 40; e incluso puede llegar al doble en países bastante lejanos de una república bananera, como Canadá o el Reino Unido. ¿De dónde sale ese, a todas luces inaplicable, cero? ¿Qué base científica tiene? Supongo que ninguna (o por lo menos Lloreda no lo explica). ¿Se trata realmente de evitar la accidentalidad? Supongo también que no. Lo que intuyo es que se trata de, repito, un sensacionalismo, una pompa exagerada al momento de ofrecer soluciones que se quedan en el papel y que, a la larga, no solucionan nada, pero que eventualmente pueden ayudar a mejorar la imagen de un gobierno en problemas. Así siempre ha sido Colombia, pero este gobierno ha llevado esa práctica a niveles de maestría. Irónicamente, en el país de las mafias de cualquier cosa (de banqueros, de medicamentos, de cementeros, de políticos, de hijos de políticos, de medios de comunicación, de paramilitares, de Bacrims, de organismos de seguridad, de fuerzas del orden, de guerrilleros, de multinacionales, de extorsionistas, de empresarios nacionales, del sector de la salud, del espacio público, de moteleros, de funcionarios públicos que piden comisión, de contratistas, de taxistas, de transportadores, de paseos millonarios, de juegos de azar legales, de juegos de azar ilegales, de servicios públicos, de clonadores de tarjetas de crédito, de sindicatos, de apartamenteros, de trata de blancas…), en el país de las mafias, somos unos mafiosos de pacotilla, incapaces de ponernos de acuerdo o de hacer cumplir nuestras propias normas. Los castigos aquí son sofisticacióones inofensivas, aparatosidades bulliciosas, fanfarronerías sin consecuencias. Puros fuegos artificiales. @samrosacruz
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