Hay quienes consideran que las conversaciones del actual gobierno frente al proceso de paz con la organización guerrillera de la F.A.R.C., en la Habana-Cuba es del todo un disparate. Mientras otros, lo definen como la oportunidad única para resolver el problema de la guerra incesante que lleva más de 50 años entre el Estado y éste grupo insurgente. Unos y otros, se acusan de forma inmisericorde de obsesivos, de guerrilleros, de paramilitares, de financiadores y aduladores de la guerra, de aliados del castro-chavismo, de traidores, de caudillistas y de cuanto descalificativo sirva para apoyar u oponerse a éste proyecto del gobierno de Juan Manuel Santos.
Nuestro país ha sido del todo bastante belicista y guerrerista por generaciones, desde los albores de la colonización, de la conquista, de la república unitaria y federalista, de la formación de los partidos políticos, de las reformas a la tierra, de los golpes de Estado, de la muerte de algunos caudillos, del frente nacional y del narcotráfico. Ello hasta nos ha merecido el calificativo de ser la “Israel” de América. Tanto así, que la historia nos demuestra con cifras dolorosas y fehacientes que los muertos han sido miles entre los que no fueron contabilizados, que muchas son y fueron las familias en las que todos esos acontecimientos dejaron viudas, huérfanos, padres sin hijos y hermanos asesinados, mutilados y desaparecidos. Y los sigue dejando.
Es tanto lo que se predica del proceso de paz, en esa ráfaga de intrigas y comentarios de distintas vertientes y que de forma permanente le asalta hasta el más desprevenido una incertidumbre y duda, impidiéndole definir una postura frente a lo que se quiere y desea en esa discusión para los provechos del país. Sin embargo, muchas veces resulta lógico definirse en mayor medida hacía la desaprobación del mismo, cuando se verifica el atentado permanente hacía los establecimientos por parte de los terroristas de la F.A.R.C.; tomándose las poblaciones y dejándolas a merced de la desprotección, del hostigamiento y del bloqueo.
Definirse por la paz es también definirse por la guerra. Más en un país cuando de forma insistente el Estado con su clase dirigente negocia con los criminales la reforma de sus instituciones. Más cuando el Estado con su clase dirigente se convierte en el principal desconocedor de la aplicación de las leyes. Más cuando el Estado con su clase dirigente olvida su papel de garante, perjudicando en sus bienes y en su dignidad la salud, la educación y el trabajo de los colombianos. Y más cuando el Estado con su clase dirigente negocia la justicia, desampara a los campesinos y maltrata a la población con el retorico papel del sistema social de derecho y sus consecuentes chantajes.
Muchos rechazan el proceso de paz no por razones de complacencia con aquellos que participaron en el “rescate” de la seguridad del país, sino por el cansancio y la mentira que los libros de la historia y las circunstancias adversas han enseñado en sus formas crueles y desastrosas, por la manera como negocian a puertas cerradas sin importarles el sueño de las futuras descendencias, y que en consecuencia siguen asumiendo el costo de los errores que se volvieron en todos unos aciertos legales y consensuados.
Lo más grave no está en la incapacidad del Estado frente a la criminalidad y frente a su irresponsabilidad, sino en el endoso del que hacen los ciudadanos para que se siga insistiendo y escribiendo otros cien años de soledad, bajo el esquema delictivo que tiene secuestrado a los departamentos y municipios, entregando sus consciencias al manoseo y a la necesidad de las microempresas electorales, convirtiéndose en verdaderos criminales auspiciadores del desastre nacional.
Por eso de nada sirve darse la “pela” como algunos afirman por la paz, si los que están haciendo la paz son los mismo que han contribuido y han representado a la hoguera e incendiaria política que hemos vivido por décadas; aquellos que en su oportunidad participaron en las divisiones y en las disimulas por la filtración del narcotráfico, del paramilitarismo y la guerrilla en los distintos estamentos guardando silencio, y quienes se han repartido el poder sin importar el sacrificio de los que tienen mejores derechos y participación. Y lo peor y con el mayor agravante para la democracia es que hoy son los apóstoles de la moral y las buenas costumbres.
Si de verdad esa es la paz que nos van a vender a los colombianos, estaremos condenados a seguir repitiendo nuestra sacrificada y trágica historia, lamentando con dolor y verdad nuestro propio destino que se sigue manifestando en un pasado que será siempre un presente.
@JorgePerezSolan
El pasado es presente
Mié, 20/11/2013 - 12:01
Hay quienes consideran que las conversaciones del actual gobierno frente al proceso de paz con la organización guerrillera de la F.A.R.C., en la Habana-Cuba es del todo un disparate. Mientras otros,