El voto en blanco

Dom, 09/02/2014 - 02:44
¿De dónde cree la gente que sale la plata para realizar las elecciones? Y aún más: para repetirlas. Porque por la euforia con que se viene desarrollando la propuesta de voto en blanco parece que l
¿De dónde cree la gente que sale la plata para realizar las elecciones? Y aún más: para repetirlas. Porque por la euforia con que se viene desarrollando la propuesta de voto en blanco parece que le atribuyeran al Registrador Carlos Ariel Sánchez facultades de Rey Midas. Decía hace siete meses la Registraduría que el costo del año electoral estaría por encima de los 870 mil millones de pesos. Ahora, teniendo en cuenta la revocatoria de alcaldía en Bogotá, la cifra puede ir más allá de los 900 mil, cerca del millón de millones. Esa plata, para votar una vez, ¿de dónde creen que sale? ¿De dónde saldría la necesaria para votar dos veces? ¿Serviría de algo? Preguntas elementales para un partidario del voto en blanco. Y es que a todas estas, ¿sabemos siquiera lo que pretenden quienes buscan y gritan y convencen a otros de votar en blanco? Demostrar indignación, me dicen. Cambiar las cosas, enseñar a los corruptos que este pueblo “está despertando”. Sacar del Congreso a los políticos tradicionales y reemplazarlos con intelectuales que defiendan la educación gratuita, la baja de la gasolina y el aumento del salario mínimo. ¿Pero es que de dónde se deduce que de lo uno lo otro? Que de la pataleta viene la recompensa. El efecto, me temo, será el exactamente opuesto: saldrá del parlamento todo atisbo de razón y como nunca antes reinará la politiquería, justo en el período en que se discutirán nada menos que las reformas a la educación y la justicia, así como toda la legislación de la paz. Vamos a los supuestos. El más básico, política versión coquito, es que el voto en blanco será derrotado. ¿Por qué? Porque para ganar y obligar a repetir las elecciones se precisa de una mayoría absoluta (mitad más uno de los votos), y no simple, como la que declara ganador a otro fulano. Además, porque el voto en blanco es de opinión, y el voto de opinión formada en Colombia pesa mucho menos que el duro (de partido, de clientelismo o de limosna) o el blando (susceptible al melodrama). Pesa tan poco, que si usted cotiza su campaña en una agencia publicitaria con mediana experiencia, lo más probable es que le digan que no se desgaste en el debate e invierta el 90% de su presupuesto en vallas photoshopeadas y cuñas con fondos de Schubert. Pero tampoco se puede negar: el voto en blanco será importante. Al paso que va tal vez llegue al 30 o 35% de la votación. Ese porcentaje sin duda significativo, pero inútil a la hora de cambiar algo, ¿de dónde cree la gente que viene? ¿De Familias en Acción, de los beneficiados por las viviendas gratuitas de Santos, de los empleados de las multinacionales o de los del sector público que reciben el 74% del presupuesto de la nación? Nada. La maquinaria tradicional tiene una capacidad infinita de endosar votos. Clanes como el de los García Romero, capitales para el Partido de la U, operan el sistema tan abstraídos de lo que piensa el país que pueden ceder sus curules conforme van yendo presos. Ante el riesgo de que Piedad Zuccardi, esposa de Juan José García, fuera a la cárcel, la Revista SEMANA predecía: "Juan José García Zuccardi sería el próximo senador en reemplazo de su mamá". ¿A quién afecta, pues, desviar el voto de opinión? A quienes se eligen por él: la izquierda democrática, los movimientos incipientes, el invisible centro, los críticos. En general, a todo el que dependa de su discurso y no de una caseta con tamales. Esta eventualidad le puede traer al país un doble mal: que se queden por fuera aquellos que defienden las causas de los indignados; o que, en el afán de no verse borrados por el voto en blanco, aun los que pretendían una campaña limpia se entreguen a la politiquería. Otro supuesto, sólo por considerar el escenario ‘optimista’, es que el voto en blanco barra en las elecciones de Congreso, logre su mitad más uno y suba cerca del 60% del total. En ese caso todo partido que no alcance el umbral queda excluido, y en la segunda votación se elegiría por mayoría simple, sin importar el porcentaje de abstención, votos blancos o nulos. No tienen por qué hacerlo, pero asumamos que, sorprendidos, los partidos cambian candidatos. ¿Quién tiene los recursos suficientes para montar una nueva campaña en ese lapso? No sólo dinero y maquinaria, sino caudal de reserva: los exembajadores, los exministros, los expresidentes y los exsenadores para candidatizar. Arme usted en cambio una lista de nuevos rostros, con buenas ideas y opciones reales de salir electos. ¿De verdad esperan los promotores del voto en blanco una impecable segunda mano? En el colmo de la ironía, lo que van a obtener es un congreso ultra-tradicional y el gasto desbordado del año electoral para recortar de salud, justicia y educación. La rebeldía sin objetivos, sin plan, sólo perjudica a quien la ejerce. En 1932 apuntaba Bertrand Russell: “hay muchas maneras de rebelarse, y sólo una pequeña minoría de éstas es sabia. Galileo fue un rebelde y fue sabio; los creyentes en la teoría de la Tierra plana son igualmente rebeldes pero son tontos. Existe un gran riesgo en la tendencia a suponer que la oposición a la autoridad es esencialmente meritoria y que las opiniones no convencionales están destinadas a ser correctas: ningún propósito útil se sirve rompiendo los postes de la luz en la calle”. La reflexión no es popular, cuesta decirle a quien se ve como una paloma blanca que lo que está haciendo no tiene sentido. En cambio resulta sencillo apelar a la protesta como la manifestación más pura de la democracia. Pero la situación política en Colombia, gobernada desde hace décadas por el monólogo de la derecha, es de por sí difícil como para que encima la izquierda aniquile sus candidatos por un día de irreverencia. @dquicenor
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