Esta pregunta va para mis colegas, se han puesto a pensar ¿Qué se puede hacer para ayudar a los inmigrantes venezolanos o cómo se aporta algo para desenmarañar el problema? Me temo que no. Cada vez que leo la prensa colombiana veo dos panoramas: por un lado el dramatismo y la martirización del fenómeno social y por el otro el sin fin de acusaciones que se generan en contra de mi pueblo.
No escribí esto para defender a nadie, pues reconozco el deterioro del tejido social de mi gente y la falta de valores cívicos que tanto nos recriminan fuera de nuestras fronteras.
Antes bien, basados en un principio ético y en las habilidades que debemos tener los periodistas para entender las realidades y la perspectiva de nuestras sociedades, en muchos sentidos la labor de comunicar se ha quedado corta. No estamos ayudando a nada.
Se los digo claramente, y espero no herir susceptibilidades, se están diciendo verdades a medias, se está desinformando y empañando el panorama, y quien sabe en base a qué intereses.
Esto no lo digo por creerme el más sabio, lo hago porque como saben me gusta investigar sobre los problemas de la frontera entre Colombia y Venezuela, allí patié calle y aplique todas esas teorías de la comunicación que aprendí dentro del salón de clases. De hecho, sigo aprendiendo. Ahora como inmigrante.
Sufro cada vez que leo la manera como se aborda el fenómeno migratorio: acusaciones, reclamos, lenguaje xenofóbico, síntomas de aporofobia y un drama existencial que no aporta nada, sin contar la polarización entre los mismos venezolanos.
Por un lado los canales nacionales aislados de lo que acontece, en un estado de confort; por el otro los periódicos pueblerinos que no investigan y se quedan con el chisme, y aparte los medios venezolanos que hacen réplica y solo copian y pegan de Internet.
Esta premisa que les menciono se repite a lo largo y ancho de Latinoamérica y el mundo. Ya lo decía en mi primer artículo para Kienyke.com, -que pueden leer aquí-, le tenemos miedo a las migraciones por esa incertidumbre y la sensación de robo que provoca en los nacionalismos políticos.
Tengo mis apreciaciones sobre la forma de como se hace periodismo en Colombia y quienes lo ejercen. Soy creyente de la academia porque allí crecí. Además tengo como referente las luchas de mi gremio para alcanzar el reconocimiento y las libertades dentro de la democracia. De eso puede hablarnos México que a cada minuto muere una persona por destapar ollas de corrupción y decir las verdades.
Sé que hay miedo a decir las cosas, sé que hay hambre, pero debemos tener claro que se nos otorgó un poder y debemos ejercerlo con juicio. Es allí donde surge el gran debate sobre la vocación porque algunos pedimos hacerlo, a otros simplemente les tocó.
Hace algunos meses participé en un encuentro de periodistas junto a organismos internacionales e instituciones del Estado colombiano, los planteamientos que se hicieron son válidos pero contados desde el común. Muchos basados en el rumor de calle y sin bases estadísticas, era más bien una recriminación a sus gobernantes y un ¿por qué a ellos sí y a mí no?
Mi llamado fue a la unión para convertirnos en una fuerza, que generemos espacios de encuentro binacional, pero al sol de hoy eso ha quedado en nada. Apenas me han dado la oportunidad de escribir por este medio digital y lo agradezco, muchos me leen, por redes me preguntan cosas y hasta siento que he asumido un liderazgo sin tener ningún respaldo.
En Colombia existe el institucionalismo necesario para hacer lo que planteo, no necesariamente debe hacerlo la academia o el Estado, también se puede desde nuestros lugares, simplemente debemos generar el vínculo.
Sé que algunos me dirán que no saben hacerlo o que no tienen los recursos para movilizarse, pero para eso están las redes sociales. Ese ha sido mi espacio, recopilando datos, conversando con fuentes, leyendo sobre los fundamentos teóricos y no me pongo a despotricar contra nadie sin antes conocer lo que tienen que decir al respecto.
Así es como he entendido a los políticos y la diplomacia, aprender a decir las cosas para alcanzar resultados favorables. Eso de mezclar asuntos de corrupción con la ayuda humanitaria aviva la crisis, repito, no ayuda en nada.
Ahí están de ejemplo Maicao y Riohacha y su recuperación de espacios público, acciones que parecieran no ser coherentes con lo que manifiesta y ejecuta el Gobierno Nacional, pero han tenido repercusiones en los derechos y oportunidades de ambas poblaciones.
Últimamente he callado, no porque no tenga nada para decir, sino porque analizo el tablero y evaluó las contraproducencias. Sin embargo, aquí estoy dándole un jalón de oreja a los periodistas y los medios, echándomelos quizás de enemigos, pero habrá alguien que valore lo que he dicho.
En eso, admiro a la prensa peruana que le ha dicho a sus líderes y a su sociedad que están equivocados, que la avalancha de prejuicios solo empeora las cosas y que las acciones que se deben tomar no pueden ser prematuras ni improvisadas.
En incontables oportunidades he escuchado a funcionarios colombianos decir que no saben cómo manejar el problema por falta de recursos, pero la verdad es que la carencia de institucionalismo está socavando las mesas técnicas y de trabajo que se han instaurado.
Le ha tocado a la Unidad Nacional para la Gestión de Riesgos (UNGRD) y a Migración Colombia afrontar los conflictos solos, las alcaldías y las gobernaciones no hacen arte ni parte, pero posiblemente ese sea tema para otro artículo.
La prensa no está ayudando
Mié, 15/08/2018 - 08:15
Esta pregunta va para mis colegas, se han puesto a pensar ¿Qué se puede hacer para ayudar a los inmigrantes venezolanos o cómo se aporta algo para desenmarañar el problema? Me temo que no. Cada ve