Para los bogotanos, el servicio de transporte se está convirtiendo en uno de los dolores de cabeza más agudos. El asunto es simple: la cantidad de personas que necesitan movilizarse cada día es mayor y los medios disponibles se hacen insuficientes.
En medio de ese huracán que es la movilidad de Bogotá, ruedan por las calles miles y miles de canarios amarillos. Son ellos -los taxistas- los que han desatado un profundo debate público, en parte a una oleada de denuncias por comportamientos reiterativos de violencia, mal servicio y demás. La difícil relación con los taxistas es de ahora; solo basta recordar cuando en 2001 hicieron un paro de 7 días poniendo contra la pared al entonces alcalde Antanas Mockus.
La capacidad de articular bajo un mismo mando un número altísimo de taxistas -y por lo tanto el servicio que prestan- se tradujo en poder político y económico. Es ahí donde se empieza a vislumbrar una figura que, con mucha destreza, maneja esos delgados hilos: Uldarico Peña, el supremo jefe de los canarios.
La analogía de los canarios -refiriéndose al color amarillo de los taxis-, resulta tan caricaturesca, como la declaración que dio este año don Uldarico, ufanándose de que "él no tenía que llamar al presidente porque el presidente lo llamaba a él." Tanto cierto es, que cuando el Gobierno tenía adelantado un proyecto para permitir que todos los taxis pudieran cargar pasajeros desde el Aeropuerto El Dorado, la presión de este ex militar y su tropa de cerca de 28000 canarios, lograron echar para atrás la decisión. Posteriormente, la empresa "Taxi Imperial S.A.S" - de la que don Uldarico es gerente- se quedó con los derechos exclusivos de transportar pasajeros desde el aeropuerto.
Aunque Uldarico Peña ha hecho algunos esfuerzos por mejorar la imagen de los taxistas con "prometedores" anuncios como que sus canarios "ya no preguntarían para dónde se dirige el cliente", esta y otras tantas costumbres parecen no estar lejos de desaparecer. Una de ellas, tal vez la más miserable, es aprovecharse del hecho de que la oferta es reducida y cobrar precios excesivos y arbitrarios. Cada bogotano podría contar varias experiencias de desencantos con estos canarios.
Pese a las crecientes denuncias públicas que muestran conductores de taxis que agreden a los pasajeros, excesos de velocidad, conducción arriesgada y temeraria, complicidad en paseos millonarios, taximetros adulterados y más, el poder de esta estructura parece inquebrantable. Tanto así que la plataforma UBER no ha podido operar con tranquilidad en Colombia, por la simple y sencilla razón de que pone en riesgo el monopolio que ha construido tan cuidadosamente Uldarico y que le permite, como recuerda con tanta altivez, que sea "el presidente quien lo llame a él" o que "con una llamada pueda paralizar el país."
Probablemente, estas llamadas sean aprovechadas por don Uldarico, para recordarle al Gobierno que no tolerará ningún riesgo ni competencia para sus canarios. Mientras tanto, conceptos como "lucha contra los monopolios", "calidad en prestación de servicios" y "sana competencia", se olvidan en empolvados libros sobre leyes.