De la doctora Martha Lucía Zamora, Doña Fiscal, los medios han escupido un par de noticias. Unas más amarillas que otras. Algunos han afirmado, de acuerdo con las versiones de varios empleados que hacían parte del bufete de Antonio José Cancino, que le sacó ventaja al satín que la adornaba y a los tragos que le endulzaban la vida al Doctor, y que de pronto lo hacían ver bonito aquello que en sano juicio asusta.
Dice la prensa mentirosa, que su afán de escaladora la llevó a prescindir del curtido jurista, buscando seguir tirando… de aquellas cuerdas de alpinista con las que aspiraría a coronar su cumbre, y en esas, después de que la llamada ‘Cacica’ esposa del procurador Maya Villazón casi le saca los ojos, cuando a grito herido la boletió en su propia oficina, acusándola de andar quitándole el marido, es que llega al despacho del Magistrado Iván Velásquez en la Corte Suprema de Justicia.
Velásquez es el cuchito que se ensañó encanando políticos, algunos a punta de testimonios chimbos. Algunos, advierto, no todos. El chisme que circuló en los periódicos, con el que pretendían dañarle el caminado a la funcionaria ante los congresistas, es que Zamora siguió jalándole al camembert, y se echó también al buche al viejito investigador de los congresistas.
Todo esto es basura barata, panfleto colorado, infame imputación para muchos deshonrosa que a nadie debe interesarle. Igual, a los polvos de oficina que se haya podido echar Doña Fiscal, yo los bendigo con agua bendita, los santifico y beatifico. Yo también me he comido a algunas compañeras de trabajo en el sillón, a un par de coquetas asistentes que se lo merecían, y a una hermosa, dulce y jovencísima secretaria, universitaria y primípara, que tenía el culo de un durazno pomarroso recién bajadito del árbol. Si sé cómo se prende la caldera después de horas de trabajo. Cómo va subiendo el termostato poco a poco, a medida que pasan los meses en el mismo espacio donde comparten el aliento dos personas o tres… (también llegó a pasar alguna vez). Entiendo lo que traducen los largos párrafos incoherentes que brillan en la pantalla, que gimen gracias a esas nalgas escritoras que terminan con medio teclado tatuado en ellas, por andar encaramando las piernas en estos hombros que algún día habrá de tragarse la tierra.
Lo importante aquí no es lo que dicen de la doctora Martha Lucía Zamora, sino lo que ha hecho esta prestigiosa jurista, que empezó precluyéndole la investigación a Horacio Serpa en el proceso 8000, después de tener plenamente corroborado que el bigotón andaba repartiendo una caleta de fajos en San Andrés. Ella fue la misma a quien Gómez Méndez le aceptó la renuncia, diciéndole que ojalá “solo la hubieran motivado intereses profesionales”, cuando gracias al proceso que abrió, a la carrera y sin consultarle a nadie, en contra de todos los capturados en la Operación Milenio, casi desbarata la extradición de Fabio Ochoa Vázquez a Estados Unidos en 2001. Doña fiscal, la mesmita que duró meses embolatando el primer dictamen del caso Colmenares, que deja ver claramente la chambonada de su predecesor al proferir la orden de captura en contra de Laura y Jessy, y que buscó quitarse el chicharrón de encima aspirando a magistrada de la Corte Constitucional, al darse cuenta de que a sus falsos testigos estrellas los iban a volver mierda en el juicio y que a Carlos Cárdenas no tenía por dónde enredarlo, al quedar corroborado que él y su celular, al momento de los hechos, andaban dejando a una hembrita al otro extremo de la ciudad.
Pero definitivamente el cagadón más grande de su meritoria carrera, lo cometió al ordenar el canazo de Sigifredo López, estando de Fiscal delegada ante la Corte Suprema de Justicia.
Desde que asumí la defensa del senador Luis Fernando Velasco en los procesos de la Farcpolítica y la parapolítica, llegué a una conclusión: la Farcpolítica no existe, por lo menos no como el fenómeno recurrente y continuado que sí se presenta en el caso de la parapolítica. La razón es sencilla, aunque pueden haber políticos que se relacionen con grupos guerrilleros, para que se configure el delito debe existir un pacto encaminado a dirigir la votación de un nicho electoral, y aunque para hacer política en zonas paracas y guerrilleras necesariamente se requiera de este tipo de pactos, la realidad nos muestra que en las zonas guerrilleras, más aún desde que llegaron los paracos, no hay electorado ni votos, porque a esos matorrales, donde se esconden las ratas, no llega nadie.
Resulta que la fiscalía es de dulce y de sal, y a ella se acercan algunos tan fachos como la cabra austriaca que parió a Hitler y otros tan comunistas como la cerda circuncidada que tenía Carlos Marx en la cabeza, y muchos de esos fachos que apoyan a mi presidente, el brioso paraco caballista, empezaron a pedirle un fruto a ese árbol seco que es la Farcpolítica.
Al oír de la grabación en el computador de Cano, ella pensó que había logrado el trofeo que le pedían a gritos, y desde ahí, como chulo en picada, le calló al expediente que llevaba el fiscal 38 de Cali hasta el punto de mandarlo traer a Bogotá. Lo primero que hizo, según sus propias palabras y las del pliego de cargos proferido, fue liderar una comisión que se encargó de dirigir a ese fiscal, que presentó pruebas ante el Consejo Superior de la Judicatura, de haber tomado una decisión de situación jurídica totalmente diferente en el caso Sigifredo. Según el fiscal 38, por órdenes de Zamora, que acepta haber revisado y manipulado el documento antes de ser proferido, este terminó siendo otro. De este hecho, nuestra heroína termina echándole el pato al vicefiscal.
Según las declaraciones de varias personas de la fiscalía y del CTI, el fiscal de Cali, pierde totalmente las riendas del proceso, pues en ese caballo se monta abusivamente Martha Lucia Zamora, haciéndolo relinchar y sacándole de tal forma la leche, que terminó como el corrido, matándolo del cansancio. La magnitud de la embarrada, después de haber estado dándoles órdenes a los funcionarios de la Fiscalía en Cali y a miembros del CTI durante meses, empieza a tomar sus dimensiones cuando se dan cuenta de que ni las voces ni la dialéctica ni el perfil de la sombra coincidían para nada.
Es cuando Zamora empieza a hablar de la cantidad de testigos que apoyaban esta mentira, testigos que terminaron viniendo de la misma fundación de extrema derecha denominada Esperanza para la Paz de los Secuestrados, regentada por Gustavo Adolfo Muñoz Roa, quien fuera el que le armó el cajón al senador Velasco. Quedó entonces comprobado que allí, en esa ONG, se fraguó la determinación de los testimonios viciados en ambos procesos, que fueron guerrilleros reinsertados por la misma fundación, y también que les ofrecieron hasta asilos en embajadas, para que se pusieran a hablar mierda.
En últimas, todos sabemos lo que pasó en este caso: se cae el castillo hecho con el naipe de la fiscal y Sigifredo López sale bien de tamaña injusticia. Y ahora la Fiscal, sin un poquito de pudor o vergüenza sostiene que no marranió con el proceso y lo peor, lo más aberrante de todo, se atreve a decir que sigue dudando de la inocencia de Sigifredo López. ¿Ah? ¿Qué tal la hijueputa?
Lo que hizo esta honorable jurista es muy grave. Atentar contra la autonomía de los fiscales es volver al oscurantismo, debilitar desde sus cimientos cualquier democracia. Estos hechos hacen ver la nuestra, como lo que es: Una prostituta bazuquera tirada en una esquina, a la que por unas monedas se follan los transeúntes que le pasan al lado.
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