El proceso de polarización lo inició Juan Manuel Santos Calderón y lo ha elevado, a peligrosísimos niveles, Gustavo Petro. El primero lo hizo a nombre de la “paz”, en asocio con las FARC, y, el segundo a título de la “paz total”. Ambos estigmatizaron, demonizaron y difamaron antidemocráticamente a la oposición y devolvieron el país a los años más oscuros de su historia republicana. Sus tácticas/estrategias han sido contrarias a la verdadera paz.
A quienes se opusieron al proceso que terminó por legalizar a los máximos cabecillas las FARC, dándoles curules directas en el Congreso, por 8 años e impunidad total, el santismo y esta guerrilla los estigmatizaron como: enemigos de la paz. En no pocas ocasiones, se les dijo que por oponerse racionalmente a la legalización de las FARC eran “paracos”, “fachos” y “uribestias”.
En tanto se les hacía agua la boca diciendo que eran los de “la paz”, las FARC le estallaron una bomba lapa (inédita en Colombia) al exministro Fernando Londoño Hoyos. Sobrevivió de milagro aun cuando nunca quedó del todo bien.
Por su parte, en la Administración por Sobresaltos viene sucediendo exactamente lo mismo solo que, por un lado, Petro no oculta su deseo esquizofrénico por romper toda la institucionalidad democrática y, por el otro, de escalar a su punto máximo el odio y la violencia con mecanismos más directos y burdos de los que utilizó Santos.
Precisamente, hace una semana, decíamos en “Fábrica de mentiras” que Petro viene diseñando una teoría de auto atentado para justificar sus ausencias y faltas laborales. Desgraciadamente el atentado tuvo lugar y la víctima no fue obviamente Petro sino el senador Miguel Uribe Turbay, quien ha sido el blanco de todo el odio y el resentimiento que siente Petro en contra del presidente Julio César Turbay Ayala.
Un historiador y analista bien intencionado, y sin estar al servicio de la guerra subversiva, fácilmente concluirá que Santos y Petro lanzaron al país por un abismo, enloqueciendo a un sector de la opinión pública con mentiras y un ejercicio propagandístico meticulosamente planeado. Los del “Sí” o los de “la paz” (en tiempos de Santos) son muchos de los que consecuentemente militan hoy en el petrismo duro y puro, otros se dicen ser petristes o petristas dizque arrepentidos. Los otros son gentes que, siendo muy lúcidos en sus profesiones, ignoran por completo el mundo de la política.
Este ambiente envenado, hipócrita y falazmente promovido por la izquierda santista y petrista ha llegado a su máxima y nefasta expresión. Atentar contra un senador y precandidato presidencial del Centro Democrático (CD) termina siendo el efecto de años de propaganda y de odio agitado en contra del presidente Uribe Vélez y sus copartidarios. La aniquilación, por vía judicial, al uribismo es un largo capítulo que tiene por objetivo final llevar al líder del CD tras las rejas tal como lo vienen intentando, por todos los medios, Iván Cepeda y el hoy ministro de Justicia, Eduardo Montealegre.
Detrás de ese cometido también hay mucha gente que, solapados en un profundo aborrecimiento contra el líder del CD, desean irrefrenablemente una sentencia condenatoria. De hecho, el mismo Juan Manuel Santos Calderón jamás le perdonará a Uribe que le haya endosado su casi 80% de favorabilidad en votos para hacerse con la presidencia en 2010. Con encono y aborrecimiento Santos gobernó en contra de quien lo hizo presidente.
Pero la aversión no solo se limitó al espectro político, también pasó a la sociedad y allí ha tomado forma en abierto hostigamiento a millones de colombianos que no legitiman el terrorismo y la combinación de todas las formas de lucha a nombre de “la paz”; sin que ello signifique que sean criminales o bestias tal como esas dos facciones etiquetaron (en tiempos de Santos) a más de la mitad del país por el simple hecho de ser genuinos demócratas y con capacidad de memoria histórica.
No contentos con crear ese ambiente antidemocrático, ahora usan perversamente el atentado contra Miguel Uribe Turbay, que es un ataque directo a la oposición, para señalar a la misma oposición de estar detrás del atentado y posar, como siempre, de ser los representantes y voceros únicos de la “paz”. De ahí que, en redes sociales, una vez se conociera la triste noticia, empezaron a agitar desde las bodegas que el atentado venía desde el mismo Centro Democrático. Repugnante actitud.
De tal suerte, Petro ha sido errático, imprudente e irresponsable (como de costumbre) porque no ha actuado con la altura que la crisis demanda. Le ha hecho el juego a esa tesis de la extrema derecha tal como cuando asesinaron a Álvaro Gómez Hurtado para que, tiempo después, las FARC reconocieran, desde sus curules en el Congreso, que fueron ellos los autores de ese crimen. Hoy, también se dice que fue alias Iván Mordisco, de las FARC, quien estaría detrás del brutal atentado.
Lamentablemente, la bala incrustada en la cabeza del senador Turbay Uribe es un intento por callar y borrar de la memoria de los colombianos quiénes verdaderamente han sido los violentos, los contrarios a la paz, los genuinos propagadores del odio. Es decir, los auténticos enemigos de la democracia que, apelando dizque al pueblo, solo la han utilizado como una fachada para destruirla y no para fortalecerla.
La siniestra táctica de apelar al asesinato es una amenaza directa y clara en contra de quienes nunca cederían ante el uso y abuso de una expresión como “la paz” para justificar los peores vejámenes en contra de la humanidad, es una tenebrosa notificación para quienes jamás legitimarían la violencia como arma política, es un terrorífico mensaje para quienes siempre recordarán los crímenes y mentiras de que se valieron los amantes de la guerra de guerrillas para subvertir la realidad y posar como “defensores” de los derechos humanos, la paz y la democracia. Es, en definitiva, un anuncio macabro de que la democracia colombiana está a punto de quebrarse por culpa de “una paz” que no lo fue.
Dirán malintencionada e hipócritamente que esto no es moderar el lenguaje, pero es la historia que se debe escribir con coraje republicano tal como lo hizo, en su momento, el ministro Rafael Azula Barrero y no así, se podría decir que el Dr. Azula fue un falangista y una bestia despreciable. Hablo, por supuesto, del clásico de la literatura política: “De la Revolución al Nuevo Orden. Proceso y drama de un pueblo”.