Masacre en la cárcel más peligrosa de Venezuela

Lun, 29/12/2014 - 10:58
Kamikaze se tomó 2 pastillas de anfetaminas y enfiló por uno de los pasillos de El Rodeo. Varios de sus hombres no estuvieron de acuerdo, pero nadie podría detenerlo

Kamikaze se tomó 2 pastillas de anfetaminas y enfiló por uno de los pasillos de El Rodeo. Varios de sus hombres no estuvieron de acuerdo, pero nadie podría detenerlo. Kamikaze aseguró que lo haría, cumpliría su venganza. Los líderes del otro patio le habían hecho un atentado, pero sobrevivió a 38 tiros. Tras el ataque su reputación aumentó, los orificios  y cicatrices que invaden su torso y piernas, son muestra de su hombría y autoridad, era uno de los pranes más temidos.

El ritmo cardíaco se elevó y de repente era capaz de todo. Unas pañoletas envueltas en su cabeza, cintura y brazos, cubren su obeso cuerpo. En el cacumen lleva dos granadas, en sus manos dos pistolas automáticas y en la cintura otros dos explosivos y munición "por si los mamahuevos" le ponen pelea. Camina gareto. Pasa desapercibido con sus toallas. El reporte que se presentaría diría que tomó una ducha nocturna, todo el mundo lo vio, "iba con las toallas para el baño".

El ronroneo de los saltamontes es música para los oídos de los reos, otros escuchan canciones de Proyecto uno o de raperos locales. Nadie lo vería pasar, estarían dormidos o simplemente por la traba no se dieron cuenta. Kamikaze atraviesa los extensos túneles oscuros y mohosos hasta que llega al vestíbulo de sus enemigos. "Fuego, fuego, llama a los bomberos. Yo como plátano, pero no soy un platanero...Uno, dos, tres, cuatro; yo soy macho, macho...Yo soy loco, loco", estrofas de Brinca, canción de Proyecto Uno que sonaba en ese momento, recordaba años después Kamikaze.

Los guardias al ver al sujeto armado se escabullen entre las sombras. Nunca vieron nada. Kamikaze con los brazos en alto sostiene las berettas, pilla a uno de los pranes cabalgando con una prostituta en su celda. Los aullidos de placer no delatan su posición y se desprende de las toallas. Desnudo, un estomago prominente es atravesado por una correa de proyectiles. Siente que su corazón está a punto de estallar. Dispara una ráfaga y acribilla al pran y a la mujer. Varios hombres se materializan con fusiles. Los proyectiles lo impactan, pero alcanza a lanzar dos granadas y se hunde detrás de una repisa de cemento. Explotan, suenan las alarmas, se encienden las luces. Respira hondo, siente olor a pólvora y sangre fresca, sale disparando a cualquier cosa que se mueva. Ya no tiene más balas, permanece en alto con los otros explosivos en la boca. Tira las pistolas al suelo y jala con las dos manos de las manillas los percutores, quiere hacer explotar el lugar. Unas figuras humanas entre sangre, baldosas, cemento y metales retorcidos claman perdón. Mató a decenas de reos y al líder, su principal objetivo, ahora tiene ganas de cogerse a una zorra. Al final desiste y no activa las granadas, se retira del pabellón mostrando su dentadura magullada, está contento.

En la actualidad, Kamikaze, así le apodé para proteger su identidad, con más de 40 años,se fuma un bareto en uno de los tantos parques donde se consume drogas en Cúcuta. Luego de cumplir una condena por porte ilegal de armas de fuego y trafico de drogas en la cárcel El Rodeo en Caracas, se vino a Colombia por amenazas de muerte, pero esta feliz. Dice que se irá a Bogotá a trabajar con unos conocidos: "Los peruanos me están esperando en la cocina".

@JuanCachastan

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