Luego de una semana en la que se dio a conocer un terrible e indignante video de un bochornoso acontecimiento en Tumaco, en el que cientos de desalmados asesinan a un toro con botellas, palos y patadas, era imposible pasar por alto el tema de la violencia en Colombia.
La violencia es algo que llevamos arraigado dentro de cada uno de nosotros como ADN. Es una herencia con la que caminamos, y fue implantada en nuestros cerebros y en nuestros impulsos desde que Cristóbal Colón y la furia de la iglesia se apoderaron de estas tierras violando mujeres indígenas, y degollando a los indios que no quisieran convertirse, asaltando además todo el oro tallado en artesanías de las costumbres de los nativos.
En el libro "Pa' que se acabe la vaina" del maestro William Ospina, estos eventos y su consecuente relación con la violencia de nuestros días, es muy bien desglosada.
Es una atadura que nos persigue, y que nos acompañará quizás hasta el final de nuestros días. Siempre he pensado que uno de los mayores problemas de los colombianos, es que no hemos querido entender que más allá de un equipo de fútbol, de una ideología política, de una orientación sexual, de una religión, o de cualquier forma o manera de percibir este mundo, más allá de todas aquellas diferencias tenemos algo en común que nos une como cadenas de hierro, y es que cada uno de nosotros nacimos en una hermosa tierra con espacio y campo para cada una de esas diferencias.
