Vivimos en una sociedad contradictoria donde priorizamos el hedonismo y el placer al mismo tiempo que se nos obliga a seguir una conducta.
No creo ser la única persona que en este momento considera importante pensar un poco sobre el mundo en que vivimos, porque siento (sentimos) que estamos al interior de una sociedad en donde, si bien siempre ha existido la desorientación y la ansiedad, ahora se evidencia más que faltan objetivos y principios claros que es necesario recuperar.
Anteriormente existían mecanismos y elementos que le daban a las personas alguna certeza y seguridad para enfrentarse a la vida y a las perspectivas del futuro: la ciencia, los partidos sociales, la izquierda y la derecha, el socialismo, eran cosas en las que la gente creía. Hoy, las personas ya no creen en nada y ello se debe en gran medida a que la información y los valores se encuentran en un constante enfrentamiento debido a las contradicciones que implica la vida del mundo moderno.
Entre algunas de esas antinomias que rigen la sociedad contemporánea está el materialismo y la espiritualidad: queremos tenerlo todo y renunciar a ello al mismo tiempo. Hoy ya no consumimos por necesidad sino para darle un sentido a la existencia y satisfacer los vacíos espirituales que nos han quedado desde que “Dios murió”. Pero para ser espiritual hay que desprenderse y, para hacerlo, primero hay tenemos que estar prendidos, pegados, así que compramos mucho, todo lo que podemos, y luego soltamos para ser espirituales. Y lo hacemos una y otra vez.
Fotografía por ThisParticularGreg
La gente ya no sabe qué hacer. Estamos en medio de una sociedad hedonista, en la que se nos dice que el placer, la satisfacción y el amor propio son importantes, al mismo tiempo que se nos impone lucir de cierta manera, cuidar el aspecto, hacer dieta, proteger la imagen. Entonces comemos lo que nos gusta porque los comerciales nos provocan, pero luego tenemos que ir al gimnasio toda la semana para arrepentirnos de habernos dado ese gustico. Y así con todo lo que hacemos. Primero una cosa y luego hacemos todo lo opuesto.
Y ese desgaste de la seguridad solo está generando en las personas un fin de de la perspectiva a futuro. Lo que el sociólogo Zigmunt Bauman llama sociedades líquidas ayuda a dar una mejor idea de lo que quiero decir. En este tipo de sociedad, que se asimila al agua por la rapidez para obtener la forma del recipiente independiente de la forma de éste, es difícil pronosticar la manera en que se va a alterar. Diferente a las sociedades pasadas de hace cien o ciento cincuenta años, donde todo parecía más sólido y duradero: las relaciones, el pensamiento, los principios, las creencias. Estamos en una situación en donde las esperanzas que dieron paso a la modernidad ya no son ni creíbles ni consistentes.
Hoy vivimos en una sociedad completamente inestable, donde todo el tiempo estamos sometidos a un movimiento perpetuo que no es posible detener. Antes de adquirir una forma estable ya estamos mutando a otra; como desconocemos el futuro, no tenemos forma de defendernos de la incertidumbre. Pero…en qué futuro vamos a pensar a la luz del calentamiento global, que ni sabemos si vamos a tener un planeta para habitar. Otra contradicción: queremos consumir y producir cuanta cosa existe pero protegiendo el planeta. Ridículo. Continuar con la forma de consumo que tenemos imposibilita la preservación del medio ambiente.
Todo este problema viene del paso de la producción a la innovación, pues si antes se producía consecutivamente y se vendía a precios altos para cubrir los costos de producción, ahora lo que más importa es crear cosas nuevas porque ya lo mejor no es producir una y otra vez las mismas cosas. Ahora hay que pensar en novedades y por eso se necesitan individuos que puedan adaptarse al cambio y al movimiento perpetuo del mundo de hoy.
Tiene gran responsabilidad la educación en este momento, que se ve más como un producto que como un proceso, en donde se está sustituyendo la importancia del conocimiento, que es útil para toda la vida, para dar lugar a la noción de usar y tirar. Hoy sabemos cada vez más de cada vez menos cosas, ignoramos el pasado bajo el argumento de “es que eso no me tocó” como si eso sirviera de pretexto para hacernos los locos con la historia.
Frente a todo esto sólo nos queda comprometernos en la vida con un cierto número de proyectos que sean importantes para nosotros, significativos emocionalmente, y no perder la confianza en ellos. Porque lamentablemente estamos en un mundo donde ya no podemos esperarlo todo de los movimientos y las revoluciones, que hoy a nadie le importan. La solución depende de uno mismo, pues estamos viviendo un mundo individualista donde la prioridad es el yo, y quienes deben entendernos y ser tolerantes son los demás, porque somos incapaces de preocuparnos por los demás. Que me tolere el otro pero yo a él no. Somos la sociedad de los narcisos. Nos han formado de esa manera, y es difícil abandonar el sistema. El reto de esta cultura narcicista con todos sus principios hedonistas y contradictorios es tener una discusión donde encontremos una forma de recuperar los espacios públicos de diálogo y los derechos democráticos para ser capaces de controlar el futuro de nuestro entorno y el de nosotros mismos. La educación debe ser capaz de adaptarse al cambio constante para formar personas que sean capaces de ser críticos de su mundo y mejorarlo. No necesitamos volver atrás, pero sí al menos cuestionarnos la forma en que estamos afrontando el presente.