La destitución del alcalde de Bogotá por parte del procurador dejó ver una vez más el recrudecimiento cíclico de un fenómeno que, desde su mismísima creación como república independiente, ha acompañado al país: la polarización. Desde las disputas entre centralistas y federalistas, pasando por las sangrientas peloteras entre liberales y conservadores, y terminando en el festival de epitetos entre los samperistas y los no samperistas. Esta vez, con lo de Petro, está en una esquina, como presentado por un anunciador de un combate de boxeo, un sector intolerante, sectario y poco amigo de las soluciones democráticas, mientras que en la otra...también. Tal como ha sido siempre. Desde hace dos siglos. Y, por eso, como dice García Márquez, seguimos viviendo nuestra propia Edad Media.
Porque independientemente de si Petro cometió un falta tan grave que ameritara su destitución, o de si -de ser así- el procurador tenía facultades para destituirlo (dejémosle eso a los juristas), lo cierto es que el comportamiento de los dos grupos enfrentados, los izquierdistas por un lado -o progresistas, como ellos mismos se autodenominan-, y los derechistas por el otro, muestran un comportamiento idéntico: aplauso a los entes de control cuando les favorecen sus decisiones, ataque a esos mismos entes cuando no les favorecen, lenguaje violento y soez para referirse al otro bando, y, en general, un desconocimiento institucional selectivo, de parte y parte, que nos da, como país, un aspecto adolescente e inmaduro. Un aspecto poco serio.
La cosa comienza arriba, con los propios dirigentes naturales de cada grupo enfrentado comportándose como niños malcriados: desde Uribe denunciando una persecución política cuando "Uribito" Arias fue inhabilitado, pero llamando a no politizar la actual sanción del procurador, hasta Petro, lloriqueando por su muerte política y azuzando a la gente a la desobediencia civil. Y termina abajo, con los furiosos mensajes en las redes sociales de los simpatizantes de una facción en contra de la otra, haciendo, de este modo, uso exagerado de la parte más extrema del ejercicio democrático, y olvidando casi completamente la faceta media del sistema de gobierno menos malo inventado por el hombre hasta ahora, como la han calificado algunos, y que es justamente la faceta que tiende a resaltar sus bondades y a minimizar sus defectos.
Lo recordaba, citando a Churchill, el columnista de El Heraldo Jorge Muñoz Cepeda, en su artículo Yo contra yo: "la democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando ante las opiniones de los demás". Pero de eso, de doblegarnos ante las opiniones de los demás, de ponernos en los zapatos del otro para entender sus posiciones, como lo enseño el recién fallecido Mandela, sabemos poco en Colombia. Ahí estuvo Petro dos años, al frente de la Alcaldía de Bogotá, sin dar ni un segundo su brazo a torcer en ningún aspecto de sus crasos errores administrativos, dueño de una prepotencia que lo enceguecía ante las advertencias de sus propios consejeros (lo que a la postre le dio las razones al procurador para destituirlo); ahí esta el procurador, persiguiendo como ratas a todos los que opinen diferente a él; ahí está el expresidente Uribe, lanzando llamas por la boca en contra de cualquier contradictor; ahí está el lamentable espectáculo bochinchero de los otros expresidentes; ahí está Francisco Santos, desconociendo su derrota ante un mecanismo de elección al que él mismo se sometió voluntariamente; ahí está el campeonato mundial de insultos de las redes sociales; ahí está el rifirrafe de la supuesta violación en un restaurante famoso; ahí están clientes y guardias de un supermercado arreglando sus diferencias a punta de puñetazos. Ahí estamos todos los colombianos, como perros y gatos.
Aunque puede que Petro haya cometido un error grave, y a sabiendas estar incurriendo en una falacia da hóminem, no voy a cometer aquí el despropósito de apoyar al medieval del procurador: conozco suficientemente su índole y sé cuáles pueden ser sus intereses ocultos en este caso. Pero tampoco voy a declarar mártir al demagogo autocrático de Petro: también sé de lo que ha sido capaz para darle un zarpazo al pastel del poder: él mismo, en contra de todos los ideales que predica, ayudó a elegir al oscuro personaje que hoy lo destituye: ¿de qué diablos se queja, si fue víctima de su propia mezquindad y deshonestidad ética?
No confío en el uno y tampoco confío en el otro, así como no confío en casi nada que tenga que ver con este país. Por lo tanto, en este asunto no voy a contribuir a la polarización: me voy a poner en los zapatos de cada uno de los dos grupos en conflicto: me sumaré a la opinión de unos, en el sentido de que Ordóñez es un fascista, e igualmente me sumaré a la opinión de otros, en el sentido de que Petro no es más que otro populista dañino.
Y, aunque un poco pesimista, no me podrán negar que esa posición encarna en el fondo un espíritu bastante democrático.
@samrosacruz
Petro y Ordóñez
Mié, 11/12/2013 - 10:18
La destitución del alcalde de Bogotá por parte del procurador dejó ver una vez más el recrudecimiento cíclico de un fenómeno que, desde su mismísima creación como república independiente, ha