¿Qué fue primero: el arroz o el huevo?

Sáb, 05/10/2019 - 09:25
Hace un tiempo, a un restaurante especializado en comida asiática y que tiene tres sedes en Bogotá, se le ocurrió incluir en su menú un plato que llamó ‘Arroz Gracias’. La manducatoria está
Hace un tiempo, a un restaurante especializado en comida asiática y que tiene tres sedes en Bogotá, se le ocurrió incluir en su menú un plato que llamó ‘Arroz Gracias’. La manducatoria está compuesta por pollo molido salteado al wok, con hierbas frescas; servido sobre arroz crujiente con maduritos fritos y huevo pochado. Suena rico… o mejor, se lee rico. Sin embargo, cuando la noticia se regó por las redes sociales, muchos ‘pusieron el grito en el cielo’ y calificaron al potingue de clasista y discriminatorio. Pero, ¿por qué? Pues porque, para muchos, el restaurante fue explícito al afirmar que la vianda estaba pensada exclusivamente para porteros, personas del servicio, niñeras o cualquier otra persona a quien el comprador quisiera agradecer. ¡Virgen Santa! ¿Quién dijo miedo? Los comentarios no se hicieron esperar, al igual que miles de energúmenos que se sintieron ofendidos por la creación. Para serles sinceros, me gustó la ‘elegante forma’ de destacar al arroz (pega o cucayo), acompañado con huevo, un pedazo de pollo o pollo molido y plátano frito. Lo que creo que pasó es que el restaurante y su genio comunicativo no supieron plantear el objetivo de la creación. Lo publicaron en la red y dieron el papayazo más grande del planeta, aquel que me está permitiendo hacer un análisis pseudo-culinario; contar un par de anécdotas y preguntarme ¿en qué tiempo surgió la mezcla de ingredientes e hizo su aterrizaje en las mesas de las familias colombianas? Desde que tengo memoria mi mamá, especialista en huevo pochado y escasa en desempeño culinario, me dio a probar el condumio que, por años, ha sido el ingrediente principal de la dieta de miles. Además, es un manjar que evita controversia, regaños, berrinches, disgustos, chancletazos y uno que otro gesto de regurgitación cuando lo servido no es del gusto del comensal.  Y más aún, cuando quien se dispone a probar tiene 4, 5 o 6 años de edad y no le gusta sino la gaseosa, la carne frita, la salchicha y toma sopa de pasta con cientos de mililitros de salsa de tomate, como complemento. Pero todo tiene su evolución y su adaptación. Superada la niñez, entrada la adolescencia y con ella aumentado el apetito y las ganas de devorarse lo que se atraviese (muchas veces en todos los sentidos), el banquete al que estoy haciendo alusión se convierte en necesidad primaria. Como lo he dicho en varias ocasiones, los sueldos de bachiller y universitario, a la mayoría, no nos permitieron disfrutar de la vida fácil, anhelada después de hacer tareas o estudiar para un parcial. Y es en estos momentos cuando el apetito ‘se deja ver’ con más insistencia. Por ejemplo: mis amigos de infancia y yo disfrutamos de muchas fiestas, abundantes de elixir y escasas de puchero. El dinero no alcanzó sino para lo de ‘bebercio’ y lo de ‘comercio’ fue olvidado, en demasiadas ocasiones. No obstante, tuvimos suerte porque la mayoría de nuestros ratos de esparcimiento  fueron bajo techo, cerca de una estufa reluciente en la que, por obra y gracia de la providencia, destacó una olla repleta de arroz o pega; y el electrodoméstico, a gas o luz, colindó con su símil de puertas amplias, con pitico por si se quedaban abiertas, y en el que mínimo estuvieron almacenados de 15 a 30 huevos. La fiesta siempre fue completa: buena música, buena compañía y alimentos de puberto que llenaron estómagos pequeños y evitaron, en muchas ocasiones, guayabos desastrosos.
O ¿quién no llegó muerto del hambre después de una jornada laboral extensa y, antes de acostarse, se mandó par huevos con la pega del almuerzo?
Estas son, apenas, algunas de las situaciones en las que estos ingredientes han sido ‘arte y parte’ de la cotidianidad colombiana. Momentos que me generan la duda con la que he titulado este texto: ¿Qué fue primero: el arroz o el huevo? Pues, la verdad, no sé. Hagan el ejercicio; entren a una panadería y pidan huevos pochados, huevos revueltos, huevos fritos, batidos o pericos; siempre les van a preguntar lo mismo: ¿los quiere con arroz? O repitan la actividad, pero a la inversa. Ingresen a un restaurante, no tan especializado, y pidan arroz en sus cientos de presentaciones; en la mayoría de las oportunidades les van a preguntar: ¿lo quiere con un huevo encima? La forma de deglutirse la opción, cada quien la decide. Lo que si no me parece conveniente es catalogar el tentempié para el estilo de vida de unos o de otros. Seguramente, las intenciones del establecimiento no fueron las de ofender a quienes cumplen con determinadas tareas, pero si abrieron una puerta bien difícil de cerrar, que es la del clasismo marcado, acompañado de la definición de vida dependiente de la falta de recursos o de la abundancia de los mismos. El asunto está en agradecer sin intereses ni pretensiones. Les aseguro que todo el mundo ha comido, en alguna ocasión, arroz con huevo; y que muchos de los que trabajan como porteros, personas del servicio o niñeras han catado el caviar o la langosta. Yo, por lo menos, no lo he hecho. Entonces, ¿por qué insistir en las diferencias marcadas? Si algún día tengo la posibilidad de ir al lugar en el que venden el ‘Arroz Gracias’, lo pediré con doble huevo y con más tajadas de maduro, para poder explotar las yemas y disfrutar de lo agridulce del plato. Y que no falten los mililitros de salsa de tomate… @HernanLopezAya
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