Relámpagos sobre San Pedro

Lun, 18/02/2013 - 10:36
[caption id="" align="aligncenter" width="523" caption="El emperador Constantino y el Papa Silvestre. La mentira más grande de la historia en una representación gráfica del siglo XIII."]
[caption id="" align="aligncenter" width="523" caption="El emperador Constantino y el Papa Silvestre. La mentira más grande de la historia en una representación gráfica del siglo XIII."][/caption] La elección del nuevo papa está lejos de ser una cuestión puramente espiritual. Quien suceda a Joseph Ratzinger en el trono de San Pedro hereda también la honrosa posición de Jefe del Estado Vaticano, con todas las prerrogativas que ello implica, incluídos no sólo el poder político dentro y fuera de los muros vaticanos, sino también el poder económico de un estado cuya considerable riqueza no es necesariamente un ejemplo de virtud, ni por su cuantía ni por sus orígenes. En el mundo occidental, el Vaticano es probablemente el único estado cuyo poder descansa en los egos, las rencillas políticas y las ambiciones de una centena de hombres a cual más egocéntricos y ambiciosos, pilares de un sistema de gobierno poco democrático. Tal vez sea inconveniente cuestionar el poder espiritual de los pontífices, conferido sobre sus nobles cabezas por el Espíritu Santo -ese que representan con la blanca paloma, también encargado de engendrar a Jesucristo en el vientre de María siempre virgen- pues éste hace parte de un sistema dogmático que no acepta el escrutinio de la razón. Pero su poder terrenal, el que les permite influir en elecciones italianas, derrumbar sistemas políticos desfavorables y administrar cuantiosas riquezas, en cuanto producto de proceso históricos cuyo resultado afecta asuntos tan palpables como la actual crisis económica europea o la discusión sobre el rol de la mujer en la sociedad, ha de mirarse con lupa. Y es así como uno termina encontrándose con verdades históricas que dejan muy mal parada toda pretensión pontificia al poder terrenal del que aún se benefician los vicarios de Cristo que imparten desde su acolchonado sillón verdades infalibles. Para comenzar por el principio, y para no profundizar en los muchos errores y crímenes históricos en los que ha incurrido la Iglesia de Roma a través de los siglos, digamos tan sólo que el antiguo documento que confirió a los papas poder político sobre Roma y todo aquello que había construído el Imperio de Augusto, y por lo tanto el documento que eleva al Vaticano a la condición de estado, es falso. Pues así es, y debo decir, en detrimento de mis pretensiones de periodista sensacionalista, que esto que cuento no es ninguna chiva. Le debemos el descubrimiento de esta mentira a un héroe del Renacimiento temprano, Lorenzo Valla, que con sus investigaciones no sólo desenmascaró uno de los fraudes más antiguos de la historia, sino que además, al hacerlo, dejó claro que su actividad como pensador era independiente de cualquier imposición eclesiástica. La historia se remonta a los años 50 del siglo V, cuando León I, a quien muchos consideran uno de los fundadores del Catolicismo, rechazó que fuera el Patriarca de Constantinopla la cabeza espiritual de la Iglesia, aprovechándose del débil poder que el Imperio Bizantino ejercía en Roma, ahora invadida por vándalos y asediada por hunos. León I era un papa inteligente que impuso la tradición milenaria de subyugar a los pueblos con mentiras descabelladas. En efecto, León y sus áulicos hicieron circular un rumor según el cual había sido la autoridad espiritual del papa la que había persuadido a Atila de no arrasar con la antigua capital de los césares, según nos cuenta Harry Header en su Breve Historia de Italia. Esta fue sólo la primera de una larga cadena de mentiras que culmina tres siglos después, cuando Pipino el Breve, padre de Carlomagno y terror de los lombardos, aceptó como verdadero un documento, la llamada Donación de Constantino, en el cual dicho emperador romano supuestamente cedía su poder a la Iglesia de Roma. Es éste el documento que hemos dado en llamar fraudulento, y no por las ganas de importunar a Monseñor Rubén Salazar, nuestro único y criollísimo papable, sino apoyados en la investigación de Lorenzo Valla, quien demostró que la tal donación era una invención muy posterior escrita a la medida para afianzar el poder del papa en lo que desde entonces fueron los Estados Papales. Para quienes ahora se escandalizan con que el Sumo Pontífice tenga poder absoluto en el Vaticano,  debe ser casi de rasgarse las vestiduras saber que los Estados Vaticanos se extendían de costa a costa en Italia, y abarcaban amplias porciones del centro y el norte del país. Fue sólo el Resurgimiento, y la consecuente unificación de Italia liderada por Cavour y Garibaldi la que despojó a los papas de todo el poder al que habían accedido apoyándose en mentiras. El nacimiento de la República Italiana significó el fin del poder terrenal de los papas. Por desgracia, el Obispo de Roma estuvo huérfano de poder sólo por algunas décadas, hasta que otro adalid del retroceso cultural, Benito Mussolini, les restituyó su poder, aunque significativamente encogido, a tal punto que ahora cabe en medio kilómetro cuadrado, incrustado en lo alto de la colina Vaticana. Las profundas diferencias que existen al más alto nivel en la Iglesia Católica tienen que ver más con el poder terrenal que con el poder espiritual de los sucesores de Simón Pedro, pescador de hombres. Si la Iglesia quisiera en verdad regalarse al mundo como un faro moral y religioso, a lo cual tienen por supuesto todo el derecho, siempre y cuando no vengan más mentiras por medio de las cuales se imponga una fe particular, la posesión más simbólica de la que debería despojarse es su poder terrenal (pero qué improbable se me presenta ahora esta posibilidad). Se evitaría así las enconadas rencillas entre sus cardenales, y privaría al mundo de uno de los gobiernos más antidemocráticos del planeta. Tal vez entonces dejarían de caer rayos divinos sobre la cúpula dorada de San Pedro. @juramaga
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