@BaldomeroPessoa
Dios llego a América en barco, específicamente en tres carabelas de aventureros que buscaban el nuevo mundo, y él sus nuevos creyentes.
Cargados a la vez de un Dios y un diablo, del pecado y sus conflictos, de la religión y sus prohibiciones, de unos mandamientos para cumplir. Llegaron para quedarse huyendo de la los males de Europa, los reyes católicos más por conveniencia que por convicción creyeron en el tal Colón que les aseguró encontrar el nuevo mundo.
En nombre de la fe cristiana, en lo que se llamó América, no quedaron sino recuerdos y vestigios de las grandes civilizaciones que habitaron estas tierras fértiles y ricas. Los aborígenes llamados indígenas, el dios sol y los dioses de la naturaleza ahora se transformaba en uno solo sin nombre, solo Dios; las comunidades esclavizadas, de la selva a los centros urbanos, a las plazas con iglesias y alcaldías, a virreinatos y Nuevas Granadas.
Dios vive en América plácidamente, es el dueño y señor de comarcas, pueblos, colonias. En su nombre todo cambió, para bien o para mal.
Con los años estas colonias se volvieron independientes y fueron países, pero la Iglesia Católica siguió como el faro que guía las mentes y domina la razón. Hasta hace poco el Estado fue separado de la Iglesia, y aquí cada uno por su lado: la Iglesia a dominar las mentes y el Estado a cobrar impuestos, a juzgar a los malos, a promover los derechos y todo eso.
Aunque Colombia es un estado laico oficialmente desde 1991, con libertad de credo, de cultos y de creencias, todavía hace parte del común de la gente las tradiciones católicas, y para algunos candidatos presidenciales todavía somos un Estado del Vaticano.
Por eso es normal ver las aglomeraciones en Semana Santa, los domingos, días festivos que conmemoran días de Santos. Según las estadísticas más del 90% de los colombianos son católicos. Pese a una condición, también hay expresiones en la creencia de milagros, personas con dones de sanación, de la brujería, de los males de “ojo”, en fantasmas, en mitos populares, en leyendas o en demonios. Aunque las practicas se pueden revolver al antojo de cada quien, como una receta, un poquito de aquello y un poco de lo otro.
Según el libro “Cien años de soledad”, la diferencia entre conservadores y liberales es que los primeros van a misa de 5 y los otros a la de 6 de la mañana. Entre unos y otros, casi todos son iguales, como los políticos, y los ciudadanos de Biblia bajo el brazo.
Las abuelas con su tierno amor enseñan a sus nietos la importancia de ir a misa, de comulgar, de evitar hacer esto o aquello –porque es pecado-. Las madres visten cada 8 semana a los niños con su pinta dominguera para la misa, todos a rezar y agradecer por los favores recibidos, que no me falte el billete de mil para la limosna – dos mil es mucho-. “Si se comportan bien en misa vamos a comer helado”. Dios mío ayúdame a ganarme la lotería, ayúdame a conseguir un buen empleo, necesito un mejor carro, quiero vacaciones, no me vas a fallar, te juro que está vez voy hasta Buga. San Antonio dame novio, Santa Marta haceme el milagrito, San Isidro labrador llévate el agua y tráete el sol, la Divina Misericordia, te pido por favor… y el mundo se acostumbró a pedir.
“Pedid y se os dará…”
Un expresidente pidió evitar el “gustico”, el mismo personaje puso en manos de Dios su reelección, rezó ante la Virgen para que le calmara las llamas internas, y agradeció al Espíritu Santo que lo salvó del atentado de las Farc.
Pero las mamás en Antioquia también tienen la penca sábila detrás de las puertas, los comerciantes en los negocios; se tiene como mal presagio regar la sal, quebrar un vidrio, pasar por debajo de una escalera, los gatos negros. En diciembre a salir con las maletas por la cuadra, a comerse 12 uvas, a estrenas “cucos” amarillos. En ocasiones, el umbral entre ambas no es claro y es allí donde se gesta la religiosidad popular paisa dentro de la que se asiste al culto dominical y al mismo tiempo se lee el futuro, se cree en milagros, se imprimen oraciones populares y se amarra la medalla de San Benito.
Según la investigación “Religiosidad popular de Medellín”, realizada por la Universidad Pontificia Bolivariana, “los motivos devocionales se ubican preferentemente en conseguir bienes, con un porcentaje de 64.07%; en segundo lugar se ubican mantener los bienes y solucionar los males, con un porcentaje de 11.11%; y, en tercer lugar, evitar males, con un porcentaje de 3.70%”.
Antioquia fue tierra de campesinos, después fue tierra de comerciantes e industriales y después de narcotraficantes y sicarios. Los sicarios son, según el libro “La virgen de los sicarios”, ángeles negros que vienen al mundo a detener a la raza paridora y pobre que está llenando a Medellín de tugurios y mendigos. En la literatura del “sicariato paisa” se ve claramente que para matar, primero hay que rezar la bala, hay que pedirle a la “virgencita” que las balas den en el punto, a “diosito” que nos ayude a matar este hijueputa. Para agradecer, cada martes a misa, y en nuestro hogar su buen altar, eso sí, con las velitas siempre prendidas.
Si alguno de los “parceros” caía en la batalla, enterrarlo como al faraón, en medio de sus riquezas, con la camisa del “verde”, con la estampita de la virgen, con la foto de la novia y la mamá, y en la tumba, música para que lo acompañe. (“se nos fue este hijueputa”, dicen todos en medio de su dolor).
Medellín, Colombia y el mundo: hijueputas todos.
En Medellín proliferan consultorios esotéricos, centros de yoga y demás prácticas espirituales de oriente, comunidades cristianas, iglesias de garaje, iglesias católicas, mezquitas, sinagogas. Y todo esto en pleno siglo XXI cuando la ciencia y la tecnología le han resuelto muchos problemas a la humanidad.
Según Durkheim: “una de las funciones principales que cumple la religiosidad respecto al funcionamiento de una sociedad es otorgarle sentido y propósito, las creencias religiosas proporcionan el sentimiento reconfortante de que existe un propósito que trasciende a la vulnerable condición humana”.
¿Qué necesita la gente en la religión o en los cultos o en las creencias? Tal vez respuestas, tal vez hacer preguntas, tal vez buscar compañía, o estar seguro de que hay algo más allá de esta vida, o que todavía hay tiempo de arrepentirnos, o “vivir en paz”, o simplemente por no parecer comunista, o por no saber explicar porque es ateo, o por mil razones más. Es natural del ser humano creer en algo o alguien, rezar, pedir, celebrar, recordar, conmemorar, reunirse, buscar tranquilidad, y por eso ahora de moda está el sincretismo religioso.
En Medellín se observa una tendencia hacia la religión Católica, pero con la que, al mismo tiempo, subyacen y se aceptan otras manifestaciones propias del paganismo. La magia, la brujería, el esoterismo, la astrología, el espiritismo, el vudú, la santería, y las tendencias new age son anunciados sin problemas en los medios de comunicación, invitando a los ciudadanos a conocer las maravillas y todos sus beneficios.
La religiosidad popular se puede definir como el conjunto de representaciones, mediaciones y expresiones religiosas características de un pueblo. Y es casi imposible que el antioqueño se desprenda de su religiosidad, sin importar el mundo globalizado de la información y las comunicaciones. Es mejor estar seguro de tener el paraíso asegurado, y todo se vale.
En el libro “La Bruja” de Germán Castro Caicedo se puede leer: “Aun cuando monseñor Alfonso Uribe Jaramillo se había retirado de la diócesis, continuaba luchando contra Satanás: exorcizaba, sanaba, sacaba espíritus, liberaba. Ahora, a finales del Siglo XX, bajo un cielo atiborrado de satélites colocados allí por el hombre. Más allá del láser y de la informática, él había resuelto plantarse frente ‘al enemigo’, orando, conjurando el maleficio, pronunciando aquellos salmos que hacían encorvar a la gente ‘y escupir gusanos, azotarse contra las paredes, destrozar con fuerza sobrenatural lo que alcanzaran’”.
www.nadaesmentira.wordpress.com
Religiosidad popular
Dom, 10/03/2013 - 13:46
@BaldomeroPessoa
Dios llego a América en barco, específicamente en tres carabelas de aventureros que buscaban el nuevo mundo, y él sus nuevos creyentes.
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Dios llego a América en barco, específicamente en tres carabelas de aventureros que buscaban el nuevo mundo, y él sus nuevos creyentes.
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