La parca se ha llevado a Pacheco; hombre asaz talentoso y amante de este país como si se tratara de su natal España. Con la nostalgia que vi a Jota Mario Valencia sentí algo de pundonor, la muerte nos aúna y aun cuando veo el dolor en aquel que considero un pésimo presentador. Sin duda se trata de esas muertes que calan en gran parte de la sociedad, los íconos de la vida social y de la farándula que se ha convertido en la comidilla y en la pseudovida que tenemos que vivir obligadamente por secciones interminables de noticieros o programas especializados en los chismes.
Muertos hay todos los días y cómo no, lamento la de Pacheco, pero también entiendo que la muerte llega y que es el único obligatorio del humano, entonces, también es justo bajarle al melodrama y más cuando es una muerte por vejez o enfermedad. Lo que no soporto, lo que me duele, lo que me ofende, es que hay otros fallecidos que han sido tan importantes, tan valiosos para el país, para la cultura del país, que pasan sin pena ni gloria en una sala de velación y luego a unas exequias para luego ser nada, ni un recuerdo.
Pues bien, la parca no estuvo tan descuidada por estos días. José Joaquín Montes Giraldo también murió en Bogotá, en la misma semana en la que murió Pacheco. La noticia de su muerte a duras penas se encuentra en un par de páginas de internet, de las que se destacan las de La Patria, el diario del eje cafetero y la del Instituto Caro y Cuervo. José Joaquín Montes Giraldo nació en Manzanares Caldas en el año de 1926, jamás lo conocí, supe que era profesor del Instituto Caro y Cuervo de la materia de dialectología, en la que contaba con orgullo y sencillez de su investigación para el ALEC (Atlas Lingüístico y Etnográfico de Colombia).
En la sede del instituto de Yerbabuena, en La Caro, hay un cuarto pequeño en el que se encuentran algunas de las reliquias que acompañaron y documentaron el trabajo para la construcción del ALEC. El ALEC mi querido lector es una de esas empresas quijotescas que bien nos recuerda las hazañas y las utopías del mismísimo Rufino José Cuervo. Se trata de seis tomos, de libros rojos, gigantescos, del tamaño de un periódico, más grande que un tabloide, se trata del primer atlas linguistico-etnográfico nacional publicado en Hispanoamérica. En él hay más de 1.500 mapas (de 50 cm de alto x 35 cm de ancho), con dibujos y fotografías. Se trata de la recopilación de un trabajo que se hizo en más de 262 localidades distribuidas en todo el territorio nacional, es decir, casi el 25% de los municipios de Colombia.
El trabajo se concluyó al mando de José Joaquín Montes y su esposa, antes, otros locos como Luis Flórez y Rivas Sacconi habían preparado el terreno para el trabajo, es decir, proyectos, ideas previas, búsqueda de financiación. Hoy día el Instituto viene en declive desde el gobierno de Uribe que prefirió cerrarlo porque le pareció oneroso para el Estado.
En esas páginas con mapas de Colombia se encuentran unas convenciones que señalan los “puntos de ubicación” o de “dicción” de ciertas palabras, de ciertos usos lingüísticos para refreírse o designar algunas cosas, sustantivos o trabajos. Es una maravilla para el entendimiento de la grandeza de la lengua y es una muestra minúscula de la vitalidad que tiene. Colombia si bien no tiene la mejor lengua, porque en lingüística no concibo los términos mejor o peor, si tiene y eso lo muestra el ALEC, una lengua grandiosa y llena de mezclas. Las cifras sorprenden, los datos de recolección superaron las 17.000.000 de respuestas entre más de 2200 informantes.
Comprar un ALEC es inútil, nadie se lo comprará después y pocos lo admirarán. La última vez que fui a la feria del libro de Bogotá vi que lo vendían por unos $600.000, en internet se encuentra de segunda un poco más económico, no le puedo decir más, no quería hablar de un libro, quería hablar de un loco que materializó una utopía.
José Joaquín Montes Giraldo. Requiescat in pace
R.I.P José Joaquín Montes Giraldo.
Sáb, 15/02/2014 - 06:35
La parca se ha llevado a Pacheco; hombre asaz talentoso y amante de este país como si se tratara de su natal España. Con la nostalgia que vi a Jota Mario Valencia sentí algo de pundonor, la muerte