Salvarse de ser salvado (la tortuga se murió de vieja)

Mié, 27/06/2012 - 05:50
Hace unos días, murió una de las tortugas más grandes del mundo, el último ejemplar de la especie Chelonoidis Abingdoni, llamado cariñosamente por sus ami

Hace unos días, murió una de las tortugas más grandes del mundo, el último ejemplar de la especie Chelonoidis Abingdoni, llamado cariñosamente por sus amigos "el solitario George". Muy pronto, comenzó a rotar por la redes sociales un panfleto facebookero que decía "Compártelo para que el mundo entero se dé cuenta de cómo estamos acabando con la vida". Porque el solitario George se murió por culpa del ser humano, no porque tuviera más de cien años. Se murió porque que el hombre no alcanzó a inventar alguna manera artificial de reproducirlo antes de que cumpliera su ciclo vital. Lo dejaron morir de viejo, oh malditos humanos.

Y cuando el ser humano no está acabando indirectamente con especies de tortugas gigantes, está comiéndose la carne de sus hermanos.

Los vegetarianos, tan indefensos como se ven gritando a los cuatro vientos que es mejor comer apio que pollo, basan su discurso en afirmaciones tan estúpidas como la del panfleto facebookero. Sobre todo los militantes, los que quieren salvar a las vacas y a los cerdos y a los pollos de ser comidos por medio de manifestaciones irracionales, a veces violentas. Algunos alimentan sus mesiánicos discursos con argumentos retorcidos sobre los peligros de la ganadería industrial para la sociedad, ensuciando un poco más su delirio de superioridad moral con visos de sensiblería política y presumiendo, además, que su causa tiene un fundamento y motivación económicos. Hagan de cuenta, como Petro.

Son los mismos payasos que celebraron, precisamente, la decisión del alcalde de prohibir las corridas de toros. Las antipáticas corridas de toros, uno de los espectáculos más ridículos inventados por la humanidad. Y sin embargo, a pesar de lo absurdas, ni el más dogmático de los alcaldes ―ni siquiera Petro, quien puso en evidencia su intachable populismo en el momento en que eligió a Ordóñez como procurador― tiene derecho a prohibirlas. Es como si el procurador Ordoñez prohibiera, por puro capricho, el uso del condón. ¿Celebrarían esta dictatorial decisión sacada de la lógica de la inquisición como han celebrado la politiquera determinación de Petro de prohibir las corridas, amigos vegetarianos? Las cosas no se pueden prohibir porque sí; nadie, ni siquiera ustedes, que llevan una dieta de chigüiro, ostenta la autoridad moral o política para hacerlo.

Cada vez que me encuentro con un colombiano más preocupado por el bienestar de una vaca que por los problemas reales de su país, pienso "por eso estamos como estamos". Sí señor, frase de cajón: "por eso estamos como estamos". Porque se le da demasiada importancia a lo poco importante. Porque hay demasiada gente estúpida, facililsta e hipócrita.

Estúpidos los que se sienten moralmente superiores porque almuerzan ensalada de zanahoria y rábano en lugar de pollo o pescado a la plancha. Facilistas aquellos que hacen de este dogma de tres pesos su filosofía de vida y su razón de ser. Hipócritas, todos los que celebran el fin de la fiesta brava y usan cinturón de cuero, o botas de cuero, o chaqueta de cuero.

Uno podría, cuando menos, desearles a estos imbéciles que se enfermaran... que les diera algo que cerrara sus bocas verborréicas, por ejemplo cólera, o difteria, o polio, o rubeola, o tétano, o fiebre amarilla, o algo por el estilo. Claro que cualquiera de estas enfermedades tiene cura gracias a los avances científicos obtenidos a través de la investigación con animales en el siglo veinte. Y si alguno sufre de diabetes, tranquilamente puede inyectarse su dosis diaria de insulina ―otro beneficio médico de la investigación con animales― antes de ir a un restaurante vegetariano a comer lasaña de soya mientras se lamenta porque el solitario George no pudo ser salvado de una muerte inminente.

Pero nadie necesita que lo salven. De hecho, nadie ni nada puede ser salvado porque no hay nada de lo cual se deba ser salvado. Por eso, afirmar que era imposible salvar de la muerte a la tortuga gigante es un golpe al ego de muchos ecologistas de rosario y sotana. La verdad es así de simple: le llegó la hora de morir al magnífico reptil. No hay más.

Ahora, debo decir que siempre he estado en contra de cualquier forma de maltrato contra los animales, pero no por ello he dejado de comerme a algunos. Y así como me gustan la carne, el pollo y el pescado, detesto los sistemas morales absolutistas y a la gente que los perpetra. De esto, mis queridos amigos vegetarianos, no logra salvarme nadie.

Tal vez uno debería buscar la forma de salvarse de la arrogancia de quienes quieren salvarlo todo. Para lograrlo basta con escuchar una buena canción, o comerse una buena tajada de carne con una buena cerveza y mejor compañía.

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Imágenes: Dan Witz

http://hoynoestoymuerto.com @nykolai_d

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