La Iglesia católica es el pus secretado por la pústula infectada del tumor de la religión católica. Y Dios no es más que una alucinación colectiva.
La inviabilidad de la religión proviene de su carácter de fenómeno colectivo. Puede que las alucinaciones individuales permanezcan en el gelatinoso terreno de lo subjetivo (Dios me habla y usted no puede demostrar lo contrario), pero cuando se convierten en una dinámica grupal de la cual hay que formar parte para que exista siquiera (lo llaman tener fe), dejan de llamarse "alucinaciones" y se convierten en simple y llana desorientación compartida.
Si esto permanece en el armario (todo el mundo tiene sus locuras) su injerencia en la sociedad es baja y puede convertirse incluso en una fuente de tranquilidad para algunos. Algo así como un tumor benigno que causa poco daño si no pasa de ser una mascota escondida, un oso de peluche ciego para abrazar en medio de la noche cuando rondan los fantasmas del pensamiento irracional. Pero cuando el tumor es alimentado por el hedor de las multitudes, crece, se inflama, y se convierte en maligno. Las sectas religiosas, los creyentes que recurren a la Biblia hasta para comprar papel higiénico, la sucia Iglesia católica y sus putas de sotana y mitra, son tumores hinchados y purulentos que contaminan todo lo que tocan.
Tal vez el problema no sea la religión en sí misma, sino los imbéciles que adoctrinan, controlan y siembran la ignorancia con base en ella. Tal vez el problema no sea creer en Dios, sino los imbéciles que convierten su fantasía en norma colectiva, en una presunta verdad inmutable que arrastra a otros individuos con su babaza rancia de caracol místico al interior de su seno de confusión medieval. Esos mismos imbéciles que se deleitan deslegitimando tanto los procesos de la razón como los actos impulsivos, es decir, el noventa y ocho por ciento de los actos humanos: pensar es malo porque nos lleva a dudar de la existencia de Dios, tirar es malo porque nos conduce a estados hedónicos desligados de la espiritualidad. No tenga criterio, no aprenda a discernir, no sienta placer. Mejor ore y ame a Dios sobre todas las cosas, persígnese con una mano y cástrese con la otra, y luego péguese un tiro en la sien.
Al final de cuentas, lo más probable es que Dios ni siquiera exista, porque si existiera, sería un hijueputa. Éste sí se salva de las manos de la guerrilla, éste sí merece otra oportunidad. Pero ustedes cuatro no: tiros de gracia en la nuca porque así lo quiero, porque soy omnisciente y todopoderoso y puedo hacer lo que se me dé la gana. Dios trabaja en formas misteriosas.
Pero no. Los hijueputas somos los humanos. Dios no es más que un muñeco de barro hecho a nuestra propia imagen y semejanza: una vulgar réplica del más imbécil de todos los mamíferos.
Imagen: Michael Slack