El sol radiante quemaba los cabellos de aquellos dos jóvenes sentados en la banca que por mucho tiempo fue testiga de su amor juramentado. Lucía llegó temprano a la cita. Manuel tardó un par de minutos. Llegó nervioso.
El motivo de la reunión no lo dejaba pensar muy bien. No lograba ordenar sus pensamientos y esto impedía que se pudiera expresar tan bien como siempre lo había hecho. Tenía en su hablar un gesto extraño. Como si su lengua no le respondiera al momento de proferir las palabras. Al parecer, se había quedado pegada a su base natural, escondida tras los dientes inferiores, temerosa de albergar en su seno la vida de Manuel.
Y es que con cada palabra dicha, Manuel sentía que su vida ya no le pertenecía. Cada frase que salía de su boca era acompañada de un sinfín de lágrimas que recorrían su rostro y terminaban, sin querer, albergándose bajo su propia lengua. Lucía escuchaba atenta todo lo que Manuel decía. No hallaba las palabras precisas que pudieran contrarrestar todo el peso que se le iba acumulando sobre su pecho con cada nueva palabra proferida por él.
Había sido ella quien programó la reunión de esa mañana. No quería drama. Sólo quería decir lo que sentía estaba pasando en la relación. Sólo quería decir que ya no iba más con Manuel porque Sergio era más interesante. Y guapo. Sólo quería decir que mientras Manuel viajaba a Buenos Aires, era Sergio quien llenaba su vacío. Pero no pudo, no porque no quisiera, sino porque lo primero que Manuel dijo al llegar a la reunión pactada fue que su retraso se dio por culpa de su hermano Sergio.
Sí, Sergio, el cabrón, es hermano de Manuel. Es un imbécil. No ve más allá de los 20 centímetros que brotan de su entrepierna cada vez que sufre una excitación. Pero claro, Lucía no sabe eso. Igual, ya el daño está hecho. Lo que Lucía sí sabe es que ella es la vida de Manuel, pero al parecer la de Manuel ya no es la suya.
En fin, Manuel llora y las lágrimas van a posarse bajo su lengua. La misma que no se ha querido mover y le hace hablar extraño. Lucía sigue observando, a la espera de poder decir algo. Finalmente, el momento llegó – Estoy saliendo con Sergio – Yo sé. No hace falta decirlo. Es solo que…
Lucía nunca había visto actuar a Manuel de una forma tan extraña. Su rostro empezó a cambiar de color, se tornó azul mientras hablaba. Sus manos se posaron sobre su estómago, que apretaba tan fuerte sobre sí que las venas de su frente se brotaron a reventar.Lo último que Lucía le escuchó decir a Manuel fue “no tenía por qué ser así”.
Efectivamente, no debía ser así, pero como las lágrimas no estaban planeadas en su libreto, fueron éstas mismas las que disolvieron antes de tiempo la pastilla de cianuro que albergó bajo su lengua todo el tiempo.
Un regalo inesperado para Lucía
Lun, 21/01/2013 - 12:03
El sol radiante quemaba los cabellos de aquellos dos jóvenes sentados en la banca que por mucho tiempo fue testiga de su amor juramentado. Lucía llegó temprano a la cita. Manuel tardó un par de mi