Una generación de tarados

Lun, 11/02/2013 - 10:56
En estos días, un amigo con un hija de dieciocho años me dijo refiriéndose a la chica: “me arrepiento de haberle regalado a Natalia un Blackberry”. Se lamentaba de la pobreza de conversación d
En estos días, un amigo con un hija de dieciocho años me dijo refiriéndose a la chica: “me arrepiento de haberle regalado a Natalia un Blackberry”. Se lamentaba de la pobreza de conversación de su hija y le achacaba la culpa al teléfono inteligente y al tiempo que pasaba la niña dándole a las teclitas de su teléfono. No me dijo nada de su hijo que andaba por allí y con quien había tenido yo al llegar a su casa, más o menos esta conversación: Yo: “Hola, ¿cómo estás?” Él: “Bien” Yo: “¿Qué cuentas?” Él: “Nada, aquí jugando”. Efectivamente, tenía en sus manos su iPad en el momento de este apasionante diálogo. Hubo luego unos segundos de silencio, Insistí en saber algo de él y luego en contar algo por mi parte que pudiese sacarlo de su actitud de autómata, pero -lo confieso- sólo por maldad, por comprobar que no habría respuesta alguna, que no tenía el más mínimo interés en entablar un diálogo. Podría argumentárseme que el muchacho, cuatro años menor que su hermana, sentía animadversión a su interlocutor. No lo creo, es su estado permanente. Tuvo su primer Nintendo cuando alcanzó uso de razón, su primer  Blackberry a los diez años, su primer computador a los doce. Quizá el teléfono inteligente de nueva generación que le esperaba al cumplir los quince, en vista de la observación de su padre, se quedará en veremos. Pero en esa casa el daño ya está hecho. A la luz de lo que uno ve en la calle, en las cafeterías, en el transporte público y, por supuesto, dentro de las casas en muchas familias, nos espera en el futuro una generación de tarados sin conversación, sin el menor interés por el mundo que los rodea, expresándose con un lenguaje de signos y de palabras extrañas que destrozan el idioma que hasta ahora nos servía para comunicar. Pongo por delante que Internet es para mí quizá la única democracia en la que hoy podemos creer, que las redes sociales resultan muy útiles si se utilizan con criterio, que el teléfono móvil es toda una revolución, que tendríamos que hacer un monumento al transistor, que podríamos vivir sin coca-cola antes que sin Google y todo lo que ustedes quieran; pero que cada vez estamos más cercanos a un mundo de primates, también lo creo. Nicholas Carr, ex director del Harvard Business Review y experto en tecnología de la información, se dio cuenta un día de que su capacidad de concentración mermaba y se cuestionó si aquello podría tener que ver con la cantidad de horas que pasaba frente a su computador. Así llegó a la conclusión de que el permanente uso de Internet “nos aleja de las formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación”. El Sr. Carr llegó a la deducción de que la Red hace de nosotros seres eficientes en procesar información pero incapaces de profundizar en ella. Somos, según el investigador norteamericano, seres cada vez más uniformes y deshumanizados gracias a este maravilloso medio. Y es que nos olvidamos que Internet en el fondo no es más que eso, un medio. En resumen, dice Carr: “cada día disminuye la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma”.¿Cuántas páginas seguidas de un libro puede leer hoy alguien que tenga un teléfono inteligente sin consultar el aparatito? Cada vez menos. Durante una conferencia del filósofo español Fernando Savater en el colegio Reyes Católicos de Bogotá, me tocó un interesante diálogo. Habló Savater largo y enjundioso sobre educación, que es lo suyo. Cuando terminó, tocó el turno de preguntas del público y el moderador dio la palabra en último lugar a un chico muy joven. El muchacho, hablando con gran suficiencia, le dijo al filósofo más o menos esto: “Muy interesante todo lo que le hemos oído, pero tengo que decirle dos cosas. La primera, que usted es una persona del siglo pasado y, la segunda, que los jóvenes de hoy lo que debemos es interesarnos por los robots y la inteligencia artificial”. Savater, sin inmutarse, le respondió: “En las dos cosas tiene usted razón. Por razones biológicas es normal que al morir haya vivido más en el siglo anterior que en el XXI. En cuanto a los segundo, pues también; harán muy bien los jóvenes en prepararse para manejar los robots y la inteligencia artificial, pero le recuerdo que ni los robots ni los artilugios con inteligencia artificial tienen ni tendrán nunca niñez ni conciencia de la muerte que son dos de las mayores señas de identidad de los seres humanos”. Los hijos de mi amigo por supuesto nos saben quién es Savater, ni les importa, ni lo buscarán en Internet, ni tendrán el privilegio de leer una sola de sus reflexiones. Ellos tienen sus artilugios inteligentes para jugar o mantener un diálogo de monosílabos con los amigos del tipo: “Q’uibo, aki, uy, ke vien, si :-)  
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