Una novela

Lun, 14/01/2019 - 09:49
A David, un compañero que tuve en un curso de creación literaria le robaron el iPhone mientras iba charlando con su amante, caminaba frente a la Cámara de Comercio. En plena Avenida el Dorado.

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A David, un compañero que tuve en un curso de creación literaria le robaron el iPhone mientras iba charlando con su amante, caminaba frente a la Cámara de Comercio. En plena Avenida el Dorado. En Bogotá se está poniendo de moda este tipo de hurto, que deja a la víctima absurda, con una mano hueca en la oreja y la mirada perdida en la espalda del ladrón. Se queda uno en medio de la acera no ya sin celular, sino sin plática. En el caso al que me refiero, el robo se produjo cuando la amante animaba al hombre a abandonar de una vez a su esposa para poner fin a aquella situación enloquecedora. Justo una décima de segundos antes de que David se comprometiera a hacerlo, una sombra le rozó el costado y le extirpó, como un bisturí, el teléfono de la mejilla. Tras los primeros momentos de perplejidad, la victima buscó un internet callejero para llamar y disculparse con la amante, pero como no vio ninguno de esos negocios cerca, entró en un bar y pidió un trago de whisky con la idea de serenarse antes de tomar alguna decisión. Al segundo trago le pareció que aquello había sido un aviso de que no debía separarse de su esposa. Era demasiada casualidad que le hubieran quitado el teléfono cuando iba a dar un sí con el que tal vez habría arruinado su vida. Al quinto trago, dedujo que el ladrón era en realidad un ángel protector. Pidió media botella y con la ayuda del alcohol y de la culpa acabó construyendo un relato moral sobre aquella situación adulterina a la que decidió poner fin en ese mismo instante. Se levantó de la silla para llamar a su amante. Pero justo antes de llegar a la salida encontró debajo de otra mesa del mismo establecimiento otro iPhone idéntico al suyo que además estaba encendido. David, (un gran columnista también), miró alrededor, para cerciorarse de no ver a nadie con cara de haber extraviado una conversación, pero el bar se encontraba solo. Cogió el aparato y tras unos segundos de incertidumbre interpretó esta nueva señal como un aviso de que no debía dejar a su amante, a la que llamó desde allí mismo para prometerle que esa noche dejaría a su esposa. Después, se apoyó en la barra, esta vez pidió una cerveza y cuando estaba reescribiendo mentalmente la historia del ángel, sonó el iPhone que acaba de encontrar, pero no respondió la llamada porque le habían encargado escribir un cuento y aquello empezaba a parecer una novela.
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