Aprender geografía con las ‘monas’ de fútbol

Mié, 10/09/2014 - 16:28
*La portada del álbum mostraba el momento en que Andrés Escobar le anotó aquel gol a Inglaterra el 24 de mayo de 1988. Arriba de la imagen, en letras rojas sobre un fondo plateado, se leía: Fútbo
*La portada del álbum mostraba el momento en que Andrés Escobar le anotó aquel gol a Inglaterra el 24 de mayo de 1988. Arriba de la imagen, en letras rojas sobre un fondo plateado, se leía: Fútbol 88. Por aquel entonces yo tenía 9 años y le había entregado mi vida al fútbol. Pasaba el tiempo recostado en el piso de mi cuarto, con las rodillas embadurnadas de pasto, memorizando qué edad tenía cada futbolista, cuánto medía y pesaba. A fuerza de estudiar el álbum del 88, me aprendí todos los jugadores, hasta los del Sporting de Barranquilla, un equipo ya desaparecido. Pero mis repasos futbolísticos tuvieron un alto costo porque nunca aprendí a dividir por dos cifras y mi formación matemática se empezó a ir por el barranco. Pero gracias al fútbol aprendí otras cosas. Por ejemplo de geografía. Bajo cada casilla aparecía el anterior equipo de cada jugador. “San Martín de Tucumán”, decía junto a la foto del Óscar ‘el Pájaro’ Juárez, el delantero de Millonarios de cejas tupidas. Yo anotaba en un cuaderno y enseguida empezaba a buscar. Mi fuente de consulta era una enciclopedia Barsa de lomo rojo, en la que, según mi padre, se encontraba todo. Al final, descubría que Tucumán era la provincia más pequeña de la Argentina y había sido cuna de asentamientos indígenas. Nada más, y nada menos. Sólo pensaba, pues, en el fútbol. Y en aquel álbum. Nada se comparaba con el olor de las calcomanías nuevas y el ceremonial momento de pegar la última para luego pasar suavemente la mano por la página y constatar que, en efecto, estaba completa y no había ningún marco sin su foto correspondiente. Qué gran frustración sentí cuando pegué la calcomanía de Iguarán por fuera del margen y el delantero quedó en posición diagonal, como mirando al jugador de abajo. Recuerdo también las calcomanías repetidas. Mil y una veces me topé con la cara de Lorenzo Nazarith, un portero del Tolima que terminó graduándose de ingeniero, y con la de Elías Correa, un volante de pelo ensortijado que jugaba en el Bucaramanga y tenía el infortunado apodo de ‘el Pañales’ Correa. Al final, los clones de Nazarith y Correa acababan pegados en el cajón de las medias, una tabla de la cama o en el cuaderno de geometría. Coleccionaba cuanto fascículo y nota de revista encontraba sobre fútbol. Así fui armando mi propia biblioteca, un Frankenstein hecho de papel que se fue marchitando y descompletando con el tiempo. La televisión transmitía muy pocos partidos, sólo los de la selección Colombia y las finales del torneo nacional. Ni pensar en un canal de deportes. En medio de tal escasez, los juegos resumidos de la Bundesliga –la liga de Alemania–que narraba Andrés Salcedo y se transmitían los viernes por la noche en el canal 11 eran como la final de un mundial. Viéndolos me enamoré del Colonia de Thomas Hassler, Bodo Illgner y uno de mis favoritos, Pierre Littbarski, el mismo que le anotó un gol a Colombia en el mundial de Italia 90. Colombia vivía un auge del fútbol. La selección de categoría mayores quedó tercera en la Copa América de 1987, las selecciones juveniles brillaban en los campeonatos suramericanos. Mi álbum daba constancia de que todos los jugadores de la selección jugaban dentro del país: ‘el Pibe’ Valderrama, Bernardo Redín, Arnoldo Iguarán, Freddy Rincón, Leonel Álvarez, ‘la Gambeta’ Estrada… Aún recuerdo cuando un equipo suizo llamado Young Boys contrató a Andrés Escobar. El hecho llenó los titulares de los periódicos. Pero la apoteosis ocurrió cuando el Montpellier francés fichó a Carlos Valderrama. Hasta lanzaron un perfume y un desodorante llamado Montpellier en el que un joven se lanzaba a una piscina repleta de cloro. Era como si a Valderrama lo hubiera comprado el Real Madrid o el Milán de Italia. Colombia se había lanzado a una insipiente conquista de Europa. Con el paso de los años, los fichajes de colombianos en el exterior se convirtieron en una noticia más, importante acaso, pero no extraordinaria. Estos tiempos que narro están vivos pero inmersos en esa niebla que rodea los recuerdos. Creo que al terminar el álbum sentí como cuando del chocolate sólo queda la envoltura.  Se acabó, ¿y ahora qué? Guardé el álbum por varios años y sólo lo sacaba de la casa cuando jugábamos campeonatos con mis amigos del colegio. Entre tanto papel y tanto desorden, el álbum aquel se perdió en un trasteo. Pero hace unos días lo busqué en Internet y ahí estaba, con la portada de Andrés Escobar del tamaño de una calcomanía más. ¡Qué fácil se ha vuelto todo! Lo hallé en mercadolibre.com. Cuesta 80.000 pesos. Si lo compro, lo primero que haré será buscar al ‘Pañales’ Correa. *Esta nota se publicó como apoyo a la exposición del Museo Nacional ‘Un país hecho de fútbol’.
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