“Ay, los toritos”, así titula su columna en Semana Antonio Caballero para a partir de esta frase irónica construir una férrea defensa de las corridas de toros y de paso criticar con su acostumbrada acidez a los que nos oponemos a esta “fiesta”.
Entre sus argumentos Caballero dice que el toro de lidia está hecho para morir luchando y que es así como debe morir, dignamente, y no como sucede con otros toros que son sacrificados sin darles oportunidad de luchar. ¿Luchar? Permítanme dudarlo.
Una lucha necesita de dos partes que libremente decidan enfrentarse como sucede con el boxeo, las artes marciales y la propia lucha libre. En estos espectáculos hay dos seres que han asumido conscientemente su decisión y se han preparado para hacerlo a sabiendas de que pueden resultar lastimados o incluso perder la vida. Además los contendores deben tener un cierto equilibrio en sus destrezas, que se miden en peso, edad, sexo. Un boxeador, por ejemplo, solo enfrenta a otro de su misma categoría.
Adicionalmente los competidores o luchadores conocen y han aceptado previamente las reglas del juego, entre las que se incluye, por supuesto, la posibilidad de rendirse cuando alguno de los contrincantes sienta que no puede más o que está a punto de perder la vida. En este momento un árbitro, que cuida por igual a todos, determina que la pelea ha concluido. Ah y los contendores pelean solos, sin ayuda de otros. Cada uno se defiende a si mismo, no tiene una cuadrilla detrás debilitando al adversario como sucede con el toro de lidia.
Es decir que además de libertad, conciencia y equilibrio se requieren reglas conocidas previamente y vigiladas por un tercero imparcial.
Decir, entonces, que una corrida es una lucha que le permite al toro morir con nobleza es un sofisma. Es imposible equiparar la lidia de un toro con una lucha entre iguales y las razones saltan a la vista.
Primero, los animales no tienen ni la más mínima posibilidad de decidir si quieren o no ir a una corrida. No conozco el primer ganadero que en su dehesa se vaya a preguntarle a sus bestias si les apetece participar en una lucha. Los empacan en unos corrales y los despachan a la plaza que los compró y punto.
Segundo, los toros no tienen tampoco la posibilidad de rendirse para no sufrir más o para preservar la vida. A los toros si se acobardan los matan más rápido, los chiflan y los deshonran clavándoles más y más picas, banderillas y espadazos.
Y por último, los toros no conocen, ni han aceptado previamente las reglas de la confrontación.
Si acaso se puede comparar la lucha de un toro en una corrida, no es con el boxeo, el karate o la lucha libre, sino con una masacre. Los paras y la guerrilla, por ejemplo, están en lucha contra la población civil, pero a la población civil no le han permitido decidir si quiere estar en esa lucha, no le han dado armamento, no se concertan las reglas con ellos, solo reciben garrote y muerte. Eso no es lucha libre, es masacre, como se masacran los toros en la plaza.
Por otro lado, es cierto que los seres humanos matamos animales por millares, pero para alimentarnos. Así como otros animales matan para sobrevivir. Los pájaros a los insectos, la gallina a las lombrices, los tigres a los venados, los gatos a los ratones, los peces grandes a los chicos, etc, etc. Pero ni el tigre, ni las gallinas, ni los gatos se entretienen viendo morir a sus presas, esto solo lo hacemos los humanos que nos sentamos toda una tarde a divertirnos viendo sufrir a un animal indefenso, que por mucho que “luche” no tendrá la posibilidad de sobrevivir, así esté enfrentado a un pésimo torero. Y cuando alguno que otro torito tiene la suerte de gustarle mucho a los aficionados, le perdonan la vida pero eso es la excepción porque como diría Antonio Caballero el toro de lidia está hecho para morir en la plaza.
Matar animales para alimentarnos es lo propio de la naturaleza, todos los animales se alimentan de otros seres vivos. Pero matarlos para divertirnos, solo lo hace una especie animal, la de nosotros los humanos.