Desde que se inventó el agua, los dueños de la patente han realizado los más sorprendentes negocios. La increíble capacidad empresarial que reposa en el lóbulo izquierdo de los cerebros humanos, especialmente en los fenicios del siglo XXI, ha permitido la globalización de los condones de cuero, la instrucción cívica dictada por el camarada Kim Jong Il de Corea del Norte y las bases del consumo de “perico” como incentivo vitamínico del fútbol profesional, cursos dirigidos por Diego Maradona. Pero los resultados acuosos son significativos por la variedad de los subproductos. El H20 ha sido mezclado con creencias religiosas para ofrecerlo como agua bendita que lava los pecados del mundo. Revuelta el agua con químicos exorbitantes y sustancia de criadillas, convierte a los hombres en potentes multiplicadores de la especie. El agua sintética, por ejemplo, ha demostrado que adelgaza a las obesas señoras y a los gordos varones en menor tiempo que la luna de la vuelta completa alrededor de la tierra. Una variante de agua light deshidratada tiene efectos lavatorios en las células cancerígenas de la próstata en los hombres y en las paredes uterinas de las mujeres con shock de posparto. El último invento es el agua pasada por agua que se vende en ampolletas para ser aplicadas a los suicidas y así limpiarles el alma. Solo queda fuera de la lista el agua bautismal, la que sirve de transfusión a las lenguas de fuego del Espíritu Santo, las que no le han servido de nada al atribulado presidente de la vecina república del este, que mezcla el marxismo leninismo con el cristianismo por recomendación del ELN.
El agua tiene apariciones catastróficas cuando no viene en tubería. Suelta en los ríos, las lluvias la convierten en corriente destructora que arrastra tierras, barrios, ganados y sembrados. Atada el agua a los vientos huracanados es una de las expresiones más salvajes de la naturaleza, imposible detener. Agua fatal que la lengua de la ciencia no logra controlar. Y lo peor, agua en las gramillas de los estadios que ahoga los goles e intoxica los guayos de los jugadores.
¡Ay! Pero el agua cayendo sobre los tejados en la noche aplanada por el sueño, es elíxir, es arrullo de palmas. El agua golpeando de manera suave el paraguas que cubre la marcha de la pareja camino a casa, es motivo de nudo, es catalizadora de los calores del alma y del abrigo. Algo más prosaico nos dice que la luna chapalea en un charco, que no puede ser sino de ese líquido que se llama agua, venida del cielo de donde caen los ángeles fantásticos de la compasión.
Las más recientes investigaciones académicas del área social indican que, en ciertos grupos humanos, el mercado del agua tiene mayor incidencia en los destinos de las naciones que las variaciones en las ofertas de televisores y computadores portátiles o las ofertas de tierras baldías con propietarios incluidos. Las estadísticas y los estudios secretos de mercadeo demuestran que más importantes que el agua son sus derivados: la leche deslactosada, la leche descremada, las gaseosas, las bebidas energizantes, los juguillos de frutas, las lágrimas envasadas y las cervezas no alcohólicas. Razones no comerciales tenían los trovadores Ñito Restrepo, en Titiribí, Diego Calle en la Gerencia de las Empresas Públicas de Medellín, EPM, y Salvo Ruiz en Concordia para darle al agua un lugar sagrado en la mesa del café: abnegada compañera de un trago de aguardiente. Con eso bastaba.