"Las cosas se arreglarán, porque en la vida siempre acaba estableciéndose una especie de modus vivendi,
un acomodo de la desgracia,
que es lo único a lo que racionalmente puede aspirarse"
I.N.
¿Qué es lo importante en esta vida? Los bienes materiales o aquellos que atañen el espíritu para enaltecerlo y que suelen ser más duraderos, menos efímeros: el afecto, la familia, la amistad, el amor... gran reflexión nos plantea Irène Némirovsky en su novela “Los Bienes de este mundo”.
Frente a la adversidad y al infortunio, algunos seres humanos se abandonan, se entregan a la fatalidad, dejan la tribulación determinar sus suertes; otros, en cambio, y son la gran mayoría, prefieren luchar, deciden sobrevivir, tal parece ser el mensaje de Némirovsky. “El ser humano saca fuerzas de la desgracia, y cuanto mayor es ésta, mayores son sus fuerzas”.
La novela narra la saga familiar de los Hardelot afianzados en la localidad de Saint-Elme, al noreste de Francia. Una burguesía pueblerina cargada de arrogancia sustentada en una riqueza proveniente de una fábrica de papel; un abuelo altivo y autoritario que dispone sobre la vida y actuar de los miembros de esta familia. Su nieto Pierre, destinado a casarse con una rica heredera, desobedece y rompe relación con esta su prometida impuesta y decide casarse con Agnès. Matrimonio de amor que tiene los desmerecimientos de los Hardelot por no poseer equivalencia en el dinero ni en la estirpe de estos.
Las circunstancias políticas de la época, 1914, no dan tiempo para lamentaciones por la “desgracia” de este matrimonio, porque Pierre, como tantos franceses, es llamado a engrosar filas al estallido de la I Guerra Mundial. Cuatro años permanece el joven marido en el frente, en el que por fortuna no perece. Los alemanes penetran en Francia, saquean y arrasan cuanto a su paso encuentran. De Saint-Elme solo quedan las ruinas, la fábrica de papel es destruida, muchos habitantes perecen en la conflagración. Esta aciaga experiencia deja lección: los bienes materiales son maleables al destino, a las circunstancias políticas, no poseen la seguridad de pertenencia perdurable y disfrute que se les atribuye. Del amargo trance queda desilusión, desesperanza y la convicción de que nunca más la insensatez humana podrá volver a engendrar algo parecido, nunca más podrá volver a ocurrir. El tiempo se encargará de crear nuevos desencantos...
En la trágica novela, un retrato de la realidad de la época, vemos una horda de desplazados golpeados por la guerra tratando de salvaguardar sus más significativas pertenencias. Los ricos intentando proteger sus grandes bienes, los pobres sus escasos enseres, los campesinos sus vacas; para, al fin, todos rendirse ante la triste evidencia: todo o casi todo se pierde, se diluye en el descontrolado y anárquico magma que produce una contienda guerrera. Es en esos momentos, entonces, que el ser humano logra entender lo esencial, identifica a fortiori los verdaderos bienes de este mundo, como lo indica el título del libro: la preservación de la vida, el apego a la familia, los afectos, el amor. Temas que en tiempo de paz suelen pasar desapercibidos, o atenderse con desdén.
Y lo imposible volvió a ocurrir, una segunda y más mortífera Guerra Mundial se desató con violencia y consecuencias peores que la anterior. Saint-Elme es nuevamente arrasado. La escritora se cuida bien de no entrar en disquisiciones de las causas políticas que originaron estas dos nefastas contiendas, se interesa en narrar al ser humano, el civil, en medio del conflicto. Contar sus reacciones, pasiones, miedos, debilidades y fortalezas. Porque lo que quiere mostrar es que en medio o al lado del campo de batalla la vida sigue, los seres humanos continúan exhibiendo sus defectos y cualidades. Y que justo en esos momentos, los rasgos personales se ponen más de manifiesto, sin ocultamientos. Ah, tristes seres humanos que frente a la vicisitud exacerbamos aquello que escondido llevamos dentro.
Es también esta novela la narración de una bella historia de amor, la de Pierre y Agnès, que se fortalece con el estruendo de los cañones y la barbarie de la lucha; con telón de fondo dos guerras mundiales que hacen tambalear todo, la vida económica y el orden social establecido, y la confianza en la vida.
Irène Némirovsky es una prolífica escritora, de la que hemos conocido gran parte de su obra a título póstumo. Este nuevo libro recién traducido al español es una especie de preámbulo de su gran obra “Suite francesa” que la inmortalizó a posteriori, la lleno de premios (entre ellos el prestigioso Renaudot francés) y gloria postrera. Parece que el mundo se hubiese ensañado contra esta autora ucraniana quien huyó de su país ante la inminente llegada de los bolcheviques, para luego caer en manos de los nazis que la asesinaron por judía a sus 39 años. Ahora que vemos a Ucrania una vez más oprimida por los rusos, parece que ni en su tumba (que no existe porque fue desaparecida en los hornos de Auschwitz) tendrá paz.
¿No es acaso una advertencia que desde el más allá histórico-literario nos envía la escritora, indicándonos que el pretérito horror guerrístico puede ahora regresar? Es audible por estos tiempos el ruido de botas que nos inunda los tímpanos y que aparentemos no escuchar; enredamos y disfrazamos nuestros oídos con otros sones para no entender esta agobiante y latente posibilidad. ¿Acaso no vemos como a diario los países se sobrearman, dizque para disuadir? ¿No vemos como surge una nueva potencia nuclear descontrolada, la iraní, que miente sobre sus intenciones bélicas, y un Occidente que finge creer que se trata de producción de energía con fines industriales? ¿Acaso no vemos como se arma el conflicto Israelo-palestino ante los ojos impertérritos de la comunidad internacional? ¿Acaso no vemos al nuevo Estado Islámico acuartelarse y provocar al mundo? ¿Acaso no vemos al socialismo del siglo XXI sobrearmarse para exportar su fallida revolución? ¿Acaso no vemos los poco eficaces pasos de EEUU y sus aliados europeos que a trompicones, y mientras siguen comerciando armas, tratar de manejar una paz que cada día se escapa más? Y ni hablar de las paces que se pactan con impunidad en nuestro propio territorio y generarán ineluctablemente las bases de futuros conflictos. Todo esto lo vemos, intentamos ocultarlo, tapar el sol con nuestras temblorosas manos; nos resistimos a evidenciarlo porque una esperanza oculta e infundada parece venir en nuestra ayuda. “La gente esperaba la guerra como quien espera la muerte, sabiendo que no escapará de ella, que sólo podrá pedir una prórroga”, nos dice la escritora.
Mis recomendaciones de lectura de este libro que nos presenta cerca de treinta años de historia francesa; desde inicios de la I Guerra Mundial hasta la ocupación alemana en la II Guerra Mundial. Un ejercicio escrito sobre el alma humana frente a la destrucción bélica, y que desde mi punto de vista presagia una repetición del horror, porque la historia de la humanidad es un luctuoso ciclo de errores y horrores que se replican, tal vez porque las generaciones cumplen la sentencia de la escritora: “(todo) cuando sucede antes de que nazcamos nos parece legendario, sin relación con la realidad”.