Hace un tiempo me propusieron hacer columnas de opinión. Hace más o menos tres meses conversando con el equipo de KienyKe.com, quienes me apoyaron con un proyecto me comentaron: “Te lanzarías?” Abrí los ojos y dije, “Gracias, pero no sé todavía”. Lo pensé varias semanas y luego les escribí: “Soy una novata, pero me atrevo porque sé que hay temas que creo sería importante llevarlos al análisis.” Con esas frases arranco con mi primera columna hoy entrando al año 2014.
Como es de costumbre, las vacaciones de diciembre se convierte en mi verdadero descanso. La Fundación Juan Felipe Gómez Escobar, que lidero desde que comenzó en el 2002, cierra para dar vacaciones colectivas a todos sus empleados. Paso prácticamente toda la temporada en Cartagena. Es la época del año cuando de verdad me desconecto; es cuando más leo, mejor como, paso más tiempo con la familia y los amigos, y desde luego, me dedico más al ejercicio. Tenía pendiente varios libros y comencé con uno que quería volver a leer llamado El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl.
Este libro apareció por primera vez en 1946 bajo el nombre de Un psicólogo en un campo de concentración. Tuvo setenta y nueve ediciones hasta convertirse en un verdadero éxito editorial con más de nueve millones de ejemplares vendidos en 1992 en los Estados Unidos, además traducido en varias lenguas. Lo que más me llama la atención, no es el mero relato de un prestigioso psicólogo austriaco judío, Dr. Frankl, viviendo en medio de uno de los peores errores de la historia, el holocausto, sino cómo en los tres años que duró prisionero en el campo de concentración en Auschwitz logra sobrevivir y lo más asombroso, logra transformar el dolor a la acción para ayudar a la humanidad una vez liberado. Su relato es impresionante, sin exhibicionismo, al describir su experiencia adentro del lager; las hambrunas, el maltrato físico, los cuerpos malolientes por las enfermedades, la muerte de los presos, el trabajo forzoso a la intemperie con 20 grados bajo cero y la privación hasta de la mínima dignidad humana. Enfrentó también el peor dolor; supo que su padre murió enfermo dentro del campo, mientras que su madre muere en la cámara de gas, al igual que su mujer, estando embarazada. Todo el tiempo que leí el libro venía a mi memoria la gran película La lista de Shindler.
Una vez se dio fin al internamiento y fue liberado, tuvo que recomenzar una vida partiendo de cero, con todas las dificultades físicas y emocionales, pero con una actitud optimista y con un único propósito: la realidad la construimos nosotros mismos desde adentro, visionando siempre que cosas maravillosas vendrán, no importa el sufrimiento vivido. Eso dio paso al concepto que lo identifica, la Logoterapia. El mismo Frankl lo describe: “Es un método menos introspectivo y más retrospectivo. …mira más bien hacia el futuro. Es decir, el sentido y los valores que el paciente quiere realizar en el futuro.” En otras palabras, lo que sugiere Frankl es que no debemos quedarnos en el pasado, en el dolor, dejar de sentirnos víctimas y coger esas experiencias como trampolín para pasar a ser verdaderos catalizadores de bien y de amor. Eso me recuerda también el principio de Sócrates, Be as you wish to seem o esforzarse en ser lo que deseamos parecernos, que no es una cosa distinta a plantearnos una misión de bien y llevarla a la acción, pensando que todo es posible.
Recuerdo muy bien que la primera vez que leí el libro de Frankl fue a principios del año 2001, tal vez la época más triste de mi historia. En el mes de octubre del 2000 murió mi segundo hijo, Juan Felipe de año y medio al caerse del octavo piso del edificio cuando vivíamos en Cartagena. Admito que la razón por la cual leí el libro de Frankl, y otros más como La rueda de la vida de Elizabeth Kubler-Ross, era para encontrarle un sentido a lo más absurdo y duro que le puede suceder a un ser humano, enterrar a un hijo. En ese momento pocas respuestas encontré porque lo único que tenía era lágrimas. Lo que realmente cobró sentido fue vivir una experiencia, unos días antes de la muerte de Juanfe, cuando un bebé de apenas trece días de nacido murió en mis brazos porque su madre adolescente en extrema pobreza no logró conseguir sesenta mil pesos para pagar por su tratamiento que salvaba su vida. Ese dinero lo tenía en mi bolsillo, pero se necesitaban horas antes. De pensar que esa joven tuvo que pasar por el mismo dolor que el mío pero por poco dinero, fue el detonante para crear la fundación que hoy lleva 12 años operando. Durante el último año de los tres que viví en Cartagena, mientras trabajaba en el sector privado, estuve voluntariamente involucrada con el hospital más pobre de la época, la Clínica de Maternidad Rafael Calvo, donde nacen la mitad de la población de la ciudad, unos diez mil a once mil niños al año. Todo arrancó ahí, por Juanfe, por ese niño, por su madre y por los pobres.
En el momento que decidí crear la Juanfe, como llamamos a la fundación, jamás imaginé que me fuera a enfrentar a retos tan grandes, pero desde el principio supe que quería hacer transformaciones sociales serias. Con todo en contra, hecho a pulso y con sacrificios, logramos con un pequeño equipo de trabajo bajar la mortalidad infantil de toda Cartagena en un 79% cuando era la más alta del país. Paralelamente y decididamente resolvimos también hacerle frente a uno de los peores flagelos sociales: el embarazo en adolescentes que se encuentren en la pobreza y pobreza extrema, mediante una intervención que rompe los ciclos que las lleva a ser aún más pobres. Trece años después, con un equipo de 117 personas y habiendo probado estos modelos, nos estamos enfrentando a un reto mayor, replicarnos en otras ciudades, incluso en otros países en Latinoamérica.
Me han preguntado si la muerte de Juanfe fue lo que realmente inspiró este trabajo y mi respuesta es ¡sí! Los dos trabajamos juntos para trascender las barreras, a veces de lo imposible. Estoy segura que si Juanfe no hubiera fallecido, nada de esto tan maravilloso estuviera pasando. Bajo la sabiduría de Viktor Frankl: “Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud frente a la vida. Debemos aprender por nosotros mismos, y también enseñar a los hombres desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada en la vida, sino que la vida espere algo de nosotros. Dejemos de interrogarnos sobre el sentido de la vida y, en cambio, pensemos en lo que la existencia nos reclama continua e incesantemente.” Quienes hemos vivido experiencias dolorosas, en vez de que el sufrimiento tome completa posesión de nosotros, debemos usarlo para transformar positivamente, que al final, muchas veces, es la única e inexplicable manera de darle sentido a lo absurdo y que cobra valor en sí mismo con las verdaderas acciones.
@cataescob arr
Del dolor a la acción
Vie, 17/01/2014 - 04:13
Hace un tiempo me propusieron hacer columnas de opinión. Hace más o menos tres meses conversando con el equipo de KienyKe.com, quienes me apoyaron con un proyecto me comentaron: “Te lanza