Dos hechos políticos ocurridos esta semana me hicieron reflexionar. Existen algunas posiciones generalizadas en una parte del imaginario colectivo que, al analizarlas a fondo, no corresponden a la verdad. Casos en que líderes de la opinión pública y medios de comunicación claramente amañan y manipulan la información conforme a sus intereses con la intención de hacer creer algo que no es acorde a la realidad. Estos dos hechos son el paro cafetero y la recomendación del alcalde de Bogotá de evitar hablar por celular en la calle para no ser atracados.
La crisis cafetera es un problema agudo y complejo. Durante el siglo XX la importancia económica del café fue enorme. Generó el más grande excedente económico de la primera mitad del siglo pasado y permitió tener las divisas necesarias que sirvieron para financiar el capital fijo de la industria en las principales ciudades del país. Hoy, por muchísimos factores, se encuentra en crisis. La baja de los precios del café en la bolsa de NY, la revaluación, la reducción de la producción, han perjudicado a mas de 500.000 familias cafeteras.
Los precios del café son ajenos a la voluntad de cualquier gobierno, y la disminución de la participación de Colombia en el mercado internacional del café venía de atrás. Hay que estar atentos y vigilantes a la capacidad de ejecución que el Presidente va a tener para solucionarlos. Lo que sí me parece repugnante es el oportunismo derivado de la crisis cafetera. La frase malintencionada y repetida por muchos: “el gobierno ataca a los campesinos y negocia con los terroristas” resulta profundamente falaz.
Primero porque en ningún momento el gobierno se negó a negociar con los cafeteros y segundo porque no ha dejado un solo día de combatir el terrorismo a lo largo del territorio nacional. Impedir que se bloqueen las vías y buscar una solución pacífica al conflicto armado en Colombia no tiene otro propósito ajeno que salvaguardar el bien común. Lo que sí resulta infinitamente contradictorio es que los enemigos del proceso de paz se fundamentan en la irrestricta legalidad y, al mismo tiempo, en el mejor estilo farisaico, apoyan las vías de hecho.
Debo confesar que cuando leí que el alcalde Petro propuso: “no usar el celular en la calle para evitar robos”, me pareció bastante jocoso, no le hallaba ningún sentido y sentía que no una era sugerencia propia del mandatario de la capital. Soluciones parecidas serían: dejar de pensar para evitar el error, dejar de sentir para evitar dolor y dejar de hablar para evitar la mentira.
Pero después me di cuenta de que se le estaba dando una sobredimensión a ese comentario y otra vez me sorprendió de que por más equivocado que estuviera el Alcalde, se le quería sacar un provecho desmedido a ese simple raciocinio. Hubo una desproporción entre lo que dijo y la reacción que tuvo. Sus opositores se llenaban de satisfacción por el desafortunado comentario. Tuvo más eco en los medios y en las redes sociales que muchos hechos de violencia o actos de corrupción intolerables.
A pesar de que estoy en desacuerdo con muchas de las políticas de Petro, y que mi intención no es defenderlo, hay que reconocer que ese ingenuo razonamiento no le hizo dañó a nadie. Otro aspecto que hay que tener en cuenta es el contexto. No lo dijo para justificar la inseguridad, sino para mejorarla. Precisamente lo expresó en el marco del informe de la Cámara de Comercio en Bogotá donde, según la encuesta de Percepción y Victimización, la percepción de inseguridad de los bogotanos mejoró pasando del 45% al 40%. Este informe también se refería a que la percepción sobre el robo de celulares había subido. ¿Es justo que cuando en este momento se refieren al Alcalde, solo se hable de la polémica propuesta?
Dos ejemplos de manipulación política
Vie, 01/03/2013 - 01:04
Dos hechos políticos ocurridos esta semana me hicieron reflexionar. Existen algunas posiciones generalizadas en una parte del imaginario colectivo que, al analizarlas a fondo, no corresponden a la ve