Colombia es un país donde el maltrato, y aún la falta de cortesía, se han vuelto cada vez más parte del comportamiento ciudadano. Los colombianos que nos caracterizamos por un alto grado de permisividad, no reaccionamos a tiempo y hoy, lejos de mejorar en esos indicadores, empeoramos. Son los extranjeros que quieren a Colombia, porque tienen vínculos afectivos con este país, los que nos hacen caer en cuenta y sienten que Colombia que se había caracterizado por la amabilidad de su gente, ha perdido esa cualidad. Hoy la agresividad se evidencia en el tráfico, en las calles, en los almacenes, en fin, en todo el país. Claro que hay excepciones. Así nos duela, Medellín es otra cosa, porque desde la caminada por la mañana en las calles, hasta la visita a supermercados y almacenes van acompañadas del saludo amable de todo el mundo. Pero eso sí, vayan a la Región Caribe y verán todo lo contrario: el tráfico imposible, nadie respeta las normas, los carriles de dos líneas se han vuelto de tres porque los taxis y carros pequeños resolvieron meterse en la mitad de los dos carriles. Resultado: el caos, sumado a la pitadera y a la grosería.
A este ambiente hostil se suma la violencia y el maltrato del cual son víctimas los niños y niñas, las mujeres y los pobres animales. Por ello, es inadmisible lo que acaba de suceder con Laura Acuña: ni en chiste se puede aceptar que una persona que mucha gente conoce, y muchas jóvenes colombianas quieren imitar, maltrate de esa manera a una manicurista, así ahora diga que era "por molestar". En este país agringado, el concepto de Role Model no parece ser parte del lenguaje de estas y otras luminarias. Cuando por cualidades propias, por suerte o por muchas cosas más, alguien sobresale en un país como Colombia, llena de pobres y con millones de personas sin oportunidades reales, aquellas que llegan a destacarse, y que por consiguiente se vuelven Role Models para muchos y muchas, tienen la obligación de dar ejemplo. Y el ejemplo no puede ser ponerse energúmena con la empleada de una peluquería que seguramente estaba tratando de hacerlo lo mejor posible.
Que Norberto no le haya querido dar mayor importancia no es entendible así las presentadoras de televisión sean su clientas permanentes, él puede darse el lujo de perder una que otra y también dar ejemplo. La verdad es que el espectáculo ha sido deplorable. Tenemos que aceptar que estamos perdiendo unas de nuestras mejores virtudes, la amabilidad, la cortesía y el respeto por todas las personas, sobretodo si nos prestan un servicio. En otras latitudes, ese privilegio de tener ejércitos de personas para que atiendan demandas de servicios personales vale una fortuna y muy pocos tienen acceso a ellos. El hecho de que aquí sea normal, no es una licencia para maltratar a quienes siempre con cariño nos atienden: la manicurista, el taxista, el portero y todos los demás. Estoy segura de que todos ellos serían aún más amables si recibieran un trato decente.
Laura Acuña le ha dado al país un espectáculo muy triste y desafortunado. Ojalá aprenda la lección y tome consciencia de que precisamente por no ser una más de los millones de mujeres colombianas, no puede tener comportamientos de esa naturaleza. Ella, más que nadie, tiene la obligación de ser cortés, amable y respetuosa, pero sobre todo no maltratar a nadie. Ni en chiste.
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