El poder de la sanción social

Mié, 17/12/2014 - 14:07
Ya es demasiado tarde, pero creo que si no me hubiera enfocado en trabajar en el sector educativo, lo habría hecho en el sector justicia, pues una nación sin justicia, al igual que sin educación, t
Ya es demasiado tarde, pero creo que si no me hubiera enfocado en trabajar en el sector educativo, lo habría hecho en el sector justicia, pues una nación sin justicia, al igual que sin educación, tiene pocas opciones de bienestar. No osaría hacer un análisis sobre la forma como opera institucionalmente la justicia en Colombia y sus problemáticas, pero sí sobre nuestro comportamiento como ciudadanos alrededor de su valor social. Me encontré una noticia muy ejemplarizante que contribuye a esta reflexión: la renuncia de la vicepresidente de la empresa Korean Air, que además es la hija del presidente de la misma compañía. La señora Cho se vio obligada a dimitir por su comportamiento con la auxiliar y el resto de los pasajeros de un vuelo de Korean Air, porque le sirvieron unas nueces en bolsa plástica en primera clase. No sólo insultó a los tripulantes de la aerolínea sino que obligó a que el avión, que ya había salido, se devolviera a la zona de parqueo, retrasándolo. Su conducta la llevó a presentar su renuncia públicamente y, adicionalmente, su padre debió excusarse también: "Ruego que me culpen a mí por la situación, porque todo es mi culpa. Fracasé a la hora de educar adecuadamente a mi hija". En ese país, la sanción social termina siendo algunas veces más rigurosa que la justicia formal. Parte del análisis que hacía el artículo, explicaba cómo los coreanos esperan de los miembros de las clases más privilegiadas una actuación ejemplar, con el riesgo de ser duramente castigados socialmente si no se comportan dentro de los parámetros establecidos. Puede ser que nuestra justicia no funcione porque como sociedad esperamos más bien poco de la conducta de los privilegiados políticos y económicos del país. Por consiguiente, los mal comportados no sienten la obligación de disculparse y asumir las consecuencias de sus actos, ni la sociedad los sanciona socialmente. Para soportar mi hipótesis presento unos pocos ejemplos, pues son incontables los casos. En relación con el carrusel de la contratación en Bogotá, por ejemplo, ya quisiéramos haber recibido una excusa de Samuel Moreno y su hermano Iván, o mejor, de su madre, la matriarca heredera de nuestro dictador Gustavo Rojas Pinilla y responsable de la educación ética y moral de sus hijos. Toda la familia Moreno Rojas se mueve campante, sin ningún remordimiento y los “amigos”, partícipes del saqueo a la ciudad, viajan, salen de rumba y hacen compras como cualquier cristiano (hace unos pocos meses coincidí en el mismo avión con Emilio Tapias que viajaba muy tranquilo con su familia a Cartagena). Mientras tanto, los colombianos se resignan y a veces hasta se emocionan al encontrárselos. Hace pocos días las Sociedad de Ingenieros de Antioquia tuvo la intención de entregarle una distinción al fundador y dueño de la firma que construyó el edificio Space, que como bien saben, se desmoronó por problemas estructurales. Como este país funciona al revés, el señor Villegas terminó rechazando el reconocimiento porque lo consideró poco apropiado. La historia, para cualquier persona sensata es verdaderamente insólita. Estoy segura de que la carrera del señor Villegas hasta el derrumbe del Space fue exitosa, pero no hay duda de que aunque no haya sido el directo autor de la tragedia, como propietario de la empresa constructora debe asumir la responsabilidad de lo sucedido. Adicionalmente, me niego a creer que en el departamento de Antioquia no exista otro ingeniero a quién homenajear, porque es evidente que la trayectoria del señor Villegas no debe ser enaltecida por la Sociedad de Ingenieros, ni por nadie. El desfalco de Interbolsa y la consecuente pérdida de los ahorros de miles de personas que confiaban la administración de su dinero a esta firma, es otro de los escándalos recientes que desafortunadamente nos acompañan. El señor Maldonado, el señor Ortiz y los señores Jaramillo, entre otros, han pagado millones de pesos en abogados para proteger sus fortunas, para no resarcir a los perjudicados y sobre todo evitar a toda costa pagar las penas que corresponden ante los delitos que supuestamente cometieron. Pero lo más increíble de los últimos días, es que los colombianos estemos sometidos, por palancas y contactos en los medios de comunicación, a la narración de la “tragedia” sufrida por Viena Ruiz y su familia. Seguramente su vida en los últimos tiempos no ha sido fácil, pero estoy convencida de que no ha sido peor que la de las familias que lo perdieron todo por lo malos manejos de la empresa de su marido. La señora Ruiz no sólo no pide disculpas, sino que espera que seamos solidarios con su situación. Qué capacidad la que tenemos los colombianos para pasar en segundos de victimarios a víctimas, y pobre país que se ha resignado a soportar este comportamiento. Podría seguir, pues hay montones de ejemplos: el proceso ocho mil y todos sus actores, empezando por el expresidente Samper; el comportamiento del Magistrado que justifica la actuación de su hijo cuando es sorprendido empleando mal los bienes que le brinda el Estado para facilitar su trabajo; el vicepresidente que se expresa públicamente afirmando que no viaja en clase económica porque no es ningún “zarrapastroso” y los innumerables casos de  personajes políticos que en vez de afrontar la justicia y pagar sus penas,  huyen del país. Somos una sociedad complaciente, laxa moralmente, que reconoce el éxito sin importar si éste se logra de manera ética. La justicia colombiana sólo podrá fortalecerse cuando los ciudadanos exijamos el comportamiento ejemplar de todos aquellos que nos representan, o que han sido privilegiados económicamente, y sancionemos socialmente sus actuaciones cuando éstas no sean correctas.
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