El terrorismo tiene las cosas claras sobre el comportamiento social y la psicología humana. Conoce a la perfección lo que puede ocasionar el miedo, por ejemplo, y de ahí que sus ataques tengan primordialmente ese propósito, desestabilizar la tranquilidad con eficiencia. Nada hace más fuerte un ataque que generar desconfianza y sobre todo a los sitios públicos, donde se aseguran el cubrimiento mediático y el temor generalizado.
Así han actuado los talibanes o Isis en Europa, golpeando calles tranquilas, discotecas, cafés, es decir, sitios de esparcimiento a los que se acude para disfrutar en colectivo y son, por eso, el corazón de la vida social de las ciudades.
El terrorismo no da batallas frontales, tampoco ataca combatientes, Eso lo hacen los ejércitos. Esos grupúsculos desalmados, sin dios ni ley, buscan un beneficio tan bizarro que muchas veces solo los une el odio o la ambición, su enemigo y sus víctimas potenciales somos todos.
Con la bomba infame del Centro Andino, volvimos a sentir la presencia del terrorismo urbano, con su poder desestabilizador, ese que logra convencernos de que la próxima víctima puedo ser yo porque no hay lugar seguro donde refugiarse. Asomó de nuevo el monstruo que golpea hoy y puede escabullirse días, semanas o meses sin volver a aparecer, mientras en la oscuridad de una alcantarilla prepara otro golpe contra la sociedad.
Es difícil luchar así. Los gobiernos se ven obligados a acudir a la inteligencia (que tantas veces deja de ser inteligente para volverse solamente represión) para buscar culpables y castigarlos, como único paliativo al miedo causado. Se acude entonces a las recompensas, a las delaciones y a la tecnología, casi siempre de manera tardía, cuando el daño ha sido ya causado y la bombas han establecido un terreno fértil para el miedo.
En Colombia, la delincuencia urbana, ese terrorismo diario que nos ataca desde una moto, en cualquier esquina, en los semáforos, ha crecido demasiado, con poca y efectiva respuesta. La combinación de una policía poco eficiente, con indicadores graves de corrupción y unas leyes garantistas por un lado y punitivas al máximo por otro, producen un coctel de impunidad preocupante al que ahora se suma el otro terrorismo de atentados criminales.
La situación se vuelve muy dura, para un país que sueña con ver los beneficios de la paz. Resulta urgente que lo del Centro Andino no quede en la impunidad, que se concentre todo el esfuerzo de inteligencia y policía en descubrir los móviles de este asesinato atroz de tres mujeres inocentes y del daño económico generado en un lugar cuyo sentido principal es el comercio.
Los resultados de la investigación deben ser rápidos y certeros, sin falsos positivos. Por lo emblemático del sitio atacado, el Andino, es uno de los centros comerciales más visitados de Bogotá; allí debe haber cámaras de seguridad por todos lados y el seguimiento de sus visitantes debería ser relativamente fácil. Así que esperemos resultados expeditos y castigo para los responsables y sobre todo intentar conocer las motivaciones detrás de un hecho tan absurdamente criminal, para intentar recuperar la tranquilidad.
Los métodos matreros se contagian y expanden rápidamente; de no detenerse de manera radical y efectiva pronto aparecerán en otras partes. Fueron los métodos mafiosos de Pablo Escobar, cuando casi arrincona al estado. Hoy no tenemos un cartel jerarquizado, sino multitud de bandas criminales que pueden intentar seguir esos pasos y queda la sospecha dañina sobre el proceso con el ELN, que tantas veces ha acudido a los explosivos como arma de lucha.
Es urgente saber a qué o a quien nos enfrentamos como también lo es detener este brote de terrorismo, que podría convertirse en epidemia.
A las víctimas y a sus familias toda mi solidaridad.
El terrorismo urbano
Mié, 21/06/2017 - 03:46
El terrorismo tiene las cosas claras sobre el comportamiento social y la psicología humana. Conoce a la perfección lo que puede ocasionar el miedo, por ejemplo, y de ahí que sus ataques tengan prim