El triunfo pírrico del mercado

Jue, 15/08/2013 - 15:51
Desde que cayó el muro de Berlín y se desmoronaron los sistemas comunistas que habían regido por mas de 70 años en la Cortina de Hierro prácticamente se aceptó la derrota del marxismo como filos
Desde que cayó el muro de Berlín y se desmoronaron los sistemas comunistas que habían regido por mas de 70 años en la Cortina de Hierro prácticamente se aceptó la derrota del marxismo como filosofía y, por consiguiente, la indiscutible victoria del capitalismo como sistema económico imperante. Con la alegría para muchos ciudadanos del Este que se ilusionaban con las posibilidades de palpar la libertad y con el pesar de muchos occidentales románticos que creyeron durante más de medio siglo en la viabilidad del socialismo como teoría económica igualitaria, poco a poco se ha venido aceptando en todos los rincones del mundo que el capitalismo triunfó y para siempre. Surgieron entonces las posibilidades para que el capitalismo con rostro humano se asomara con altivez y la socialdemocracia se erigiera como una salida política con cierta presentación ética y mucho futuro socioeconómico, pero desde luego a partir del capitalismo. Se hicieron entonces juramentos para que no fuera el salvaje y en cierto modo se socializara la economía. Se comenzaron a irrigar las teorías sobre la equidad, el bienestar social y la preocupación de los países ricos por disminuir la pobreza en el planeta. Simultáneamente surgía con vigor el interés de las Naciones Unidas por los Derechos Humanos, la lucha contra el terrorismo y el desarrollo sostenible. Los países ricos también veían como aumentaba el éxodo de millares de personas en busca del sueño capitalista y se convertían en un nuevo problema social tanto en Europa como en Estados Unidos. La derrota de los ideales que buscaban un mundo mejor, por cuenta de su pésima aplicación en los países en que lograron llegar al poder los partidos comunistas orientados por la otrora superpotencia Soviética, dejaron en el imaginario de las nuevas generaciones que el mercado era el rey y que el consumo era la conducta que campeaba. Al mismo tiempo las grandes multinacionales no vacilaron en lanzarse a la conquista de nuevos mercados en las vírgenes tierras del Este y de alguna u otra manera se dispararon todos los índices de producción mundiales. Hasta ahí el libreto salía como lo habían diseñado años atrás los Chicago Boys, la banca mundial y los neoteóricos del capitalismo social. Además, las nuevas tecnologías emergían como un ídola sustituto ante la desaparición de las filosofías. Ante el fin de la historia, como lo llamaban incluso los nuevos teóricos de la economía y la planeación estratégica. Se enseñorearon entonces los capitalistas en una dirección sin fronteras y sin límites éticos como si la humanidad los hubiera autorizado para que se tomaran el mundo sin respeto, sin miramientos de ninguna especie pero sobre todo sin ningún pudor ambiental. Hasta el punto que hoy resulta casi exótico que alguien llame la atención sobre los desbordes del capitalismo, que no son otros que el desenfrenado consumismo, el irracional comando de los índices de productividad y el desmedido conductivismo de la publicidad. A quién se le ocurre hoy, en un mundo inundado de centros comerciales, tiendas de celulares, ventas de automóviles y computadores que cambian de piel y de megabites al ritmo del reemplazo de las medias femeninas, que los habitantes de la tierra necesitan hacer un pare sí quieren que el mercado no acabe con ella? De dónde diablos sacará alguien ánimo para pensar en una nueva ética planetaria o si quiera una nueva ética humana? Suenan raros, o cuando menos alternativos los trinos de esas pocas golondrinas como Eduardo Galeano cuando llama la atención sobre la cultura del mundo desechable y el enfoque antiecológico que construimos despiadadamente. Y por poco suenan obsoletos los discursos de octogenario presidente de Uruguay, Pepe Mujica cuando pide al mundo que frene la barbarie del consumismo.  Salvo en algunos intelectuales ambientalistas, uno que otro político sensato y unos cuantos jóvenes universitarios que todavía no han perdido contacto con el conocimiento extracurricular, hoy no es de buen recibo un llamado a humanizar o ambientalizar la economía. Como ya no se logran organizar grandes movilizaciones por una causa de interés para la humanidad entera como la de garantizar que el planeta no se muera al ritmo en que lo matamos, la batalla parece perdida. Porque para tristeza de las mariposas el efecto mariposa del mercado es más poderoso que el aletear generoso de su especie. Para tristeza de los tigres, los tigres asiáticos han logrado sintonizar plenamente con las exigencias inhumanos del mercado y para tristeza de los mares hoy la industria pesquera crece vertiginosamente a costa de la supervivencia de sus propias fuentes. De qué servirá que las Naciones Unidas se ocupen de derechos como la educación, la atención médica, los servicios de salud reproductiva y de la planificación familiar, si las reglas del mercado se han impuesto de tal manera que la consigna pareciera ser que en materia de consumo “el presente es lo único que tenemos” como canta Julieta Venegas, o si ante la pregunta de cualquier niño sobre el futuro del planeta se le responde “yo no sé mañana” como canta Luis Enrique. Pero acaso a alguien que lucha denodadamente por montarse en un Ferrari, que necesita para su felicidad mínimo una segunda casa en las afueras de la ciudad o que para no entrar en depresión debe estar a tono con los grandes diseñadores de marca, le puede llegar a calar un discurso en donde se le explique como lo hizo recientemente con toda humildad el presidente uruguayo en Quito cuando dice que el planeta no puede consumir lo que produce y que se necesitan más de dos planetas para producir lo que consumiremos. O alguien le puede decir a un joven de 14 años que el Smartphone que quiere debería tener una durabilidad superior a los cinco años cuando lo que necesitan los fabricantes es que no dure, o por lo menos que el niño rápidamente se acomode a la necesidad de aumentar megapicceles o capacidad de memoria audiovisual en su aparato? Esto sin contar el desperdicio de agua en los hoteles lujosos, el despilfarro de comida en los restaurantes de cinco tenedores, o el mal tratamiento de residuos que acaban lentamente con la vida de la tierra, con la capa de ozono o con el oxigeno. Es hora de volver a leer a Eduardo Galeano: Me caí del mundo y no sé cómo se entra, para preguntarse si la cultura del desecho es la forma en que se manifiesta lo que lamentaba Facundo Cabral cuando observaba cómo el progreso acaba con la gente. Y hay que escuchar las palabras del viejo Pepe Mujica en Brasil para que nos preguntemos si vale la pena que el mercado sea el que decide el destino del hombre o si es el hombre el llamado a decidir el destino del mercado. Sí es verdad con Mujica, Facundo Cabral, Epicuró, Seneca y los ayumaras que rico no es el que más tiene sino el que menos necesita. Porque una cosa es querer ser un país desarrollado, querer ser competitivos, construir progreso social y económico y otra es a nombre del desarrollo sustentable, de la prosperidad y de la equidad terminar por destruir el planeta y acabar con lo poco que queda de los ecosistemas. En buena hora Pepe Mujica nos da una lección de juventud y nos lleva a la reflexionar urgentemente sobre cómo la preservación del planeta es el primer elemento de la felicidad humana, a pensar  en las decisiones políticas que deben apuntar a cambiar la cultura del desecho, la cultura del consumismo despiadado y del capitalismo salvaje.  Es quizás hora de repensar en la camiseta de un manifestante negro en New York en la que se leía: “El sistema nunca se corrompió, así se creó”.
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