En tierra derecha

Mié, 05/02/2014 - 14:48
Al final de mi niñez tuve la oportunidad de disfrutar de las carreras de caballos en el Hipódromo de Techo hasta el día en que perdí todo mi interés al presenciar cómo, ya en tierra derecha, el
Al final de mi niñez tuve la oportunidad de disfrutar de las carreras de caballos en el Hipódromo de Techo hasta el día en que perdí todo mi interés al presenciar cómo, ya en tierra derecha, el jinete del caballo por el que aposté arremetió buscando un triunfo claro pero el del caballo que punteaba la carrera lo golpeó con su fusta echándolo al piso, sin considerar el riesgo de que fuera pisoteado. El que ganó de forma deshonesta fue descalificado pero el que se merecía el triunfo no recibió ninguna compensación y de carambola perdí mi apuesta a ganador. Cuando Lance Armstrong fue acusado de dopaje quienes debieron coronarse campeones en los siete títulos del Tour de Francia que este ciclista inescrupuloso “ganó”, no fueron ni siquiera recordados. Con trampa todos pierden y el que la hace es porque no tiene ninguna posibilidad de ganar si jugara limpiamente. Que me lleguen a la memoria estos recuerdos justo ahora se debe a mi preocupación por las denuncias de claros indicios de trampa para las próximas elecciones. Esto se veía venir desde que al candidato que aspira a ser reelegido comprendió que entre sus contendores hay uno que lo supera con creces. Cómo no preocuparme apreciado lector si son alarmantes las señales de juego sucio que se están percibiendo. Ya se han detectado traslado y compra de votos y cómo no, si cuentan los áulicos del candidato a la reelección con millones y millones para este fin. Ellos son políticos que en lugar de atender las necesidades de la gente se dedican a comprar consciencias. Cómo no preocuparme cuando se presencia una pantomima, propia de regímenes dictatoriales, como la puesta en escena en una oscura asamblea donde se designó al candidato a la reelección. Para lograr ese cometido tuvieron que marginar a más de 1.600 concejales de esa colectividad por el temor a que se rebelaran a sus jefes políticos y por esta razón no hubo convención y ni siquiera se propusieron otros candidatos. Cómo no preocuparme si quieren sacar provecho de la designación de una ilustre candidata en la convención de un partido -que por culpa de las dádivas del gobierno estaba a punto de claudicar y desaparecer-, para dividir al electorado y favorecer de esta forma al candidato a la reelección. Cómo no preocuparme con tantos otros factores que se suman a las jugadas sucias como la desinformación, la compra de los medios, la manipulación de las encuestas, el apoyo de un grupo terrorista que se está jugando el todo por el todo en estas elecciones, el carrusel de la reelección y una justicia en la que ya nadie confía. Y así se vislumbra esta angustiosa recta final que debería ser, al contrario, motivo de entusiasmo si hubiese un juego democrático limpio. Pero no es así, el candidato a la reelección conoce muy bien a su adversario y le teme. Por eso no juega limpio sino que coge ventaja, debilita al adversario con golpes bajos, usa doping, tiene cartas bajo la mesa, despista al elector, miente sin pudor alguno, compra consciencias y acude a cuanta artimaña de la que pueda disponer, desconociendo el significado de la dignidad, tal y como acostumbra a hacerlo cualquier tahúr. Y este candidato a la reelección tiene motivos fuertes de preocupación pero de otra índole: Su más claro contrincante llega al ring fortalecido por un largo entrenamiento. Ha visitado cerca de mil municipios y se ha encontrado con los más necesitados escuchando sus necesidades y proponiéndoles soluciones claras; en cambio él se ha refugiado en Palacio y rara vez se le ve dándole la cara a los graves problemas de su pueblo. Su contrincante fue el mejor ministro de Hacienda de América Latina mientras a él no se le recuerda precisamente por una buen gestión en ese ministerio. Su contrincante contará con unas mayorías en el Congreso comprometidas con eliminar las prebendas y reducirse en un 20 %; en cambio él se ha caracterizado por el derroche de mermelada para obtener mayorías compradas. Su contrincante tiene una propuesta seria para llevar al país por una vía de progreso a través de un ambicioso plan de educación mientras que él ha llevado al país a ubicarse entre los últimos en las pruebas internacionales de conocimiento. Su contrincante tiene vena de un verdadero estadista; él apenas es un político de la vieja y rancia aristocracia bogotana. Su contrincante conoce el campo y sus necesidades, nació en un municipio cafetero del que siendo alcalde fue calificado como el mejor del país; en cambio él nunca ha sido elegido ni siquiera como edil por méritos propios -ganó las elecciones a la presidencia de forma tan abrumadora que quedó muy claro que fue gracias a votos prestados-. Su contrincante piensa en la salud de sus compatriotas, en la pensión de los jubilados, en la atención a los ancianos; en cambio él juega con las pensiones, olvida a los ancianos y tiene olvidados a los hospitales. Su contrincante no permitirá que se despoje al país de partes de su territorio; por su parte él se queda impávido frente al Fallo de La Haya. Su contrincante quiere fortalecer una clase media que acoge a quienes ascienden desde las bajas sin la mezquindad de las clases altas; en cambio el candidato de la reelección pone a pensar a esta clase, como doce años atrás, en ir haciendo maletas. Son muchos más los motivos de preocupación para el candidato a la reelección pero la manera como los asume a partir de un juego sucio nos causa una preocupación mayor, la de sus desastrosas consecuencias, gane o no gane. Cuando se trata del país, de este lugar de sueños e ilusiones, de su gente, su geografía, su desarrollo, su futuro, no se pueden permitir trampas. Esto no es un cara y sello y menos una ruleta rusa.  Creo que mi preocupación la comparten muchos de quienes se han tomado el tiempo de leer esta nota cuando, ya en tierra derecha a las elecciones, se vislumbra la posibilidad de empezar a construir un país extraordinario o por el contrario continuar cayendo en el más profundo de los abismos.
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