Exaltación del yagé, medicina total

Lun, 20/01/2014 - 16:35
Me sorprendió. Y seguramente a ustedes, ahora: un periodista del respeto y trayectoria de Javier Dario Restrepo (81 años) asume hoy la defensa del yagé o ayahuasca, “palabra que en su lenguaje si
Me sorprendió. Y seguramente a ustedes, ahora: un periodista del respeto y trayectoria de Javier Dario Restrepo (81 años) asume hoy la defensa del yagé o ayahuasca, “palabra que en su lenguaje significa soga del ahorcado, por su forma de bejuco, o enredadera del alma, por sus efectos liberadores de las facultades espirituales”. -No te veo ahí, le dijo un hermano suyo. Y lo pensamos otros, que lo hemos visto informando sobre guerras y hechos de órden público. Sucedió como muchos asuntos del periodismo, un encuentro ocasional y una gente que sorprende. En este caso fue un vecino de edificio. Y así fue apareciendo un libro que acaba de publicar, un diálogo con el médico Oscar Escobar y ocho pacientes. El yagé –explica Restrepo- es una planta medicinal, que tiene un efecto inicialmente purgante, te libera de un montón de toxinas y cosas que uno tiene en el cuerpo y luego te da una lucidez mental para ver tu interior. El paciente comienza a hacer una introspección que le permite detectar cuál es la raíz psicológica o de consciencia que tiene su mal. Se parte del principio de que los seres humanos somos una unidad de cuerpo y espíritu. No sólo somos unos laboratorios químicos, que es lo que presuponen todos los médicos que solo recetan pepas. El yagé permite ver dónde está esa conexión cuerpo y espíritu. ¿Personalmente ha tenido experiencias con el yagé? No, no ha ocurrido. Me invitaron reiteradas veces. Pero siempre me negué. Quizás por ese prurito que tenemos los periodistas de poner una cierta distancia entre los temas y nuestra vida. Entonces, para no introducir allí unos elementos subjetivos nunca acepté esa invitación. Tuve deseos de hacerlo, pero me disuadió el pensamiento de que debía mantener una cierta distancia para que cualquier testimonio que fuera a dar, fuera un testimonio lo más objetivo posible. ¿El yagé genera adicción? No, no lo genera, no tiene el mismo carácter de los estupefacientes. Es más bien algo que induce a la exploración interior. Por ejemplo, recuerdo una persona muy cercana, que hizo esa experiencia del yagé. Me dijo, ‘estuve toda la noche discutiendo con mi súper yo’. Cómo así, le dije, y me respondió: ‘con ese afán de superioridad que yo mantengo y toda la noche fue una discusión conmigo mismo’. Me hizo recordar algo que enseñaba Sócrates, que hablaba de que en cada persona hay dos. Y hay dos que están continuamente dialogando. El yagé estimula el diálogo de esos dos que cohabitan dentro de uno mismo. ¿Qué tipos de enfermedades podrían ser tratadas, o al menos como una variable, con el yagé? Lo que ví. Desde un señor con cáncer que llegó al consultorio del médico, en chancletas y en piyama. Le habían pronosticado máximo dos semanas de vida. Duró tres años más. En el libro (que también leí) se registran ocho historias, entre otras la de Claudia, 34 años: “Si alguien hubiera levantado las mangas de su blusa o las perneras de sus yines, o hubiera puesto al descubierto su cuello o su espalda, habría dejado visibles por toda la superficie de su piel unas manchas redondas de color blanco cubiertas por escamas que, al desprender, provoca sangrado. La soriarisis había invadido su piel desde los pies hasta la cabeza, sólo respetó su cara y las partes más sensibles del cuerpo…” En Claudia , el sufrimiento se manifestó en su piel. Y más adelante esta terrible confesión, después del tratamiento con yagé: “…El conflicto emocional provocado cuando su padre la violó, se manfiestó en una actitud de rechazo de los hombres, que la llevó a querer ser repugnante a su vista con esa acumulación de costrar sobre su piel, y se mantuvo con esa clausura de su afectividad que la volvió extraña en su familia, escéptica frente al amor sin motivos para amar”. ¿Las enfermedades físicas vienen de problemas psicológicos? Claro, por lo que le decía al principio. Los seres humanos somos una unidad de emoción y músculo, de emoción y nervios. Por tanto, si tratamos lo que está en la consciencia como raíz de algunos desarreglos físicos, el tratamiento es integral según lo que yo vi en esos casos que presento en el libro. ¿Y cuál es la diferencia entre el tratamiento con el yagé y el que puede aplicar cualquier médico, psicólogo o psiquiatra? Que el psicólogo o el psiquiatra si no tienen la ayuda del yagé, no pueden ver la conexión entre lo físico y lo psíquico de las personas. A usted siempre se le ha relacionado con el rigor periodístico.¿Qué tanto hay de charlatanería alrededor del uso del yagé? Hay mucho de charlatanería. Y precisamente estos médicos especializados constituyeron una asociación, la Uniyag, la Unión de Médicos Indígenas Yageceros de la Amazonía. Con el fin, primero, de afinar las bases científicas. Y luego, ayudar a detectar los charlatanes que hay. Hay indígenes que vienen a las ciudades y se presentan como los taitas, sin serlo. Es peligrosísimo. Se puede convertir en una trampa para las personas que no lo manejan suficientemente bien y de acuerdo con una larga tradición de sabiduría de los indígenas. ¿Se mantiene bien físicamente? Me mantengo bien, merced a mi trabajo, porque todos los días tengo una agenda muy ocupada, siempre tengo trabajos para hacer. Creo que eso es lo que me mantiene vivo. Cuando la cabeza funciona bien y luego hay una cierta disciplina personal, el cuerpo como que obedece y agradece el que se le trate con disciplina. Perdóneme si me meto en una intimidad mayor. ¿Cómo lleva su edad? Mi señora murió hace tres años. Entonces entré en ese estado dificilísimo de la viudez. Pero tengo dos hijas que son unos verdaderos ángeles. Tengo un nieto que ha sido motivo de inspiración; uno de mis últimos libros se llama La nube plateada, que es justamente sobre la muerte de mi señora, de su abuela. Eso me dio una oportunidad de incursionar sobre el tema de la muerte. No es que esté pensando en la suya… Es que ya a esta edad…me he acostumbrado. Yo defino la vejez como ese estado de vida en que uno todos los días se despierta sorprendido: ‘¿otro día más con vida?’ Además usted es creyente… Por fortuna. ¿Tiene diálogos con Dios sobre el tema? Ese es un diálogo permanente. Porque uno a esta edad se da cuenta dónde ponen las garzas. ¿Qué piensa de la muerte? Pienso que es otra forma de existir. Justamente acabo de tener la experiencia de la muerte de un hermano, el que me seguía en edad. Tuve la oportunidad de reflexionar con mi familia sobre el tema de la muerte. Es una forma de existencia, que cuando uno llega a ella, se sorprende de ver que esto que a uno le gusta tanto es apenas el borrador de lo que encontrará en esa nueva existencia. Pero ahí nos estamos metiendo en otras honduras… ¿Está aferrado a la vida, no quiere morirse? Soy indiferente. En realidad, en el momento en que llegue la muerte la acogeré con entusiasmo. ¿Usted fue cura? Sí, yo estuve ejerciendo el sacerdocio durante 17 años. ¿Qué lo hizo tirar la toalla? Precisamente que estaba jugando en dos canchas: la cancha del sacerdote y la cancha de periodista. Llegó un momento en que me di cuenta de que eso de jugar en dos canchas es bastante complicado. ¿Y no había otra tercera cancha, una mujer? Eso fue posterior. ¿Y qué le dejó el sacerdocio? Primero, me dejó disciplina. Segundo, el conocimiento del latín, que me ordenó la cabeza. Y tercero, el conocimiento de la filosofía, que me acabó de organizar la cabeza y me dio método para pensar y transmitir pensamiento. En estos momentos en que dirijo una revista de corte católico, aunque no oficial, para dirigirla y escribir, me sirvieron y también los conocimientos de teología que adquirí. ¿El yagé le mejora la cabeza o se la empeora? El yagé la mejora, porque te hace conocerte a ti mismo. Y si uno recuerda la gran sabiduría antigua que decía: conócete a ti mismo, ese es el mayor y más práctico de los conocimientos. Y si hay tanta bondad en el yagé, Javier Darío ¿por qué no lo ha probado? Por la razón periodística. Por mantener esa distancia que es indispensable para hacer uno su trabajo.
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