La altillanura no es solo baldíos

Lun, 25/11/2013 - 21:43
Muchas veces en la larga lucha por mejorar las condiciones de vida del municipio de Buenaventura hemos escuchado cómo la preocupación fundamental de Ministros y empresarios son las condiciones de co
Muchas veces en la larga lucha por mejorar las condiciones de vida del municipio de Buenaventura hemos escuchado cómo la preocupación fundamental de Ministros y empresarios son las condiciones de competitividad del puerto, los resultados de su empresa operadora, la situación de la vía y del transporte de carga y la necesidad de dragar la bahía como instrumento fundamental para el comercio exterior colombiano. Muy pocas veces, sin embargo, se habla de la necesidad de darle a sus gentes una mejor calidad de vida, brindarles oportunidades respetando su cultura e integrarlos al verdadero desarrollo, el humano, más que el empresarial. Está bien que se piense en la productividad, pero muy mal que no se tome como principal elemento la gente que allí habita y sin las cuales no hay desarrollo posible. Así mismo está pasando ahora con la Altillanura, esa región que se conoce también como la Orinoquia y que de repente se convirtió en un sitio estratégico para el desarrollo agrícola del País, su despensa, dicen algunos, cuando allá no existen cultivos, ni riego, ni infraestructura productiva. Precisamente por ser olvidada los territorios de la Orinoquia están conformados principalmente por terrenos baldíos, es decir tierras que desde la colonia figuraban con un solo dueño, la nación, aunque en realidad tenían habitantes que las ocupaban desde ese entonces y aún antes. Los primeros ocupantes, las comunidades indígenas compuestas por una variedad de etnias de las que muy pocos de los que hoy reclaman tierra, han oído hablar. Pero allá estaban ellos, los indígenas viviendo en sus formas precarias pero autóctonas y soberanas de ocupación. Formas casi siempre nómadas, de recolección, pesca y caza. Después llegaron los colonos, antioqueños, tolimenses, costeños, etc. Gentes que se fueron a construir una azarosa economía de comercio e inclusive intentaron una primera y difícil explotación agropecuaria. Por último llegaron los grupos violentos, aprovechando la pobreza y el abandono, a establecer rutas para el narcotráfico, en alianzas non santas entre narcos, paras, guerrillas y militares. Lo que nunca llegó fue el Estado. Todavía hoy, la Orinoquía es un territorio sin vías, sin agua, sin servicios de salud, sin educación. Es decir un territorio olvidado, inexistente, en manos de la corrupción y la ilegalidad, tierras de frontera y de  conflictivos que casi ningún presidente visita y si lo hace es con algún afán electoral. Ahora quiere llegar la gran inversión privada para convertirla en tierras productivas, con tecnología y cultivos extensivos, lo que sería una oportunidad para sus gentes si se realiza sin exclusiones ni despojos de los derechos adquiridos por los primeros y legítimos habitantes. Tuve la oportunidad de visitar Puerto Carreño la semana pasada y no por eso voy a pontificar como experta en la altillanura, sin embargo hablar con algunos representantes de las comunidades indígenas me dejó la impresión de que una ley de baldíos como la que acaba de retirar el gobierno sería un gran error pues se encaminaba en ese sentido. El Vichada, por ejemplo, es un departamento con grandes potencialidades, siempre y cuando se busque trabajar con sus gentes, sin negarles el derecho a la propiedad ancestral, porque así no tengan títulos son los legítimos ocupantes de muchos años atrás. Este territorio, que podría además ser un emporio turístico, es hoy en día un pueblo sin ninguna capacidad productiva. Todo se importa de Venezuela, Bogotá o Villavicencio. Su belleza natural se desperdicia en medio de un turismo disperso y riesgoso. Viajar a Carreño en avión es mucho más caro que a la Costa, San Andrés o Miami y por tierra es una aventura de varios días y lo peor, no reciben ningún apoyo ni capacitación para ofrecer servicios turísticos de calidad. El Vichada enfrenta la disyuntiva de acoger un desarrollo agrícola excluyente o mantener la pobreza actual soportada en terrenos improductivos y un turismo precario y sin ningún apoyo. Se están desperdiciando las oportunidades y como le pasó o le está pasando a Buenaventura, la prosperidad empresarial llega, pero no significa necesariamente inclusión social o desarrollo con equidad. Los ricos que usan a Buenaventura como Puerto son cada día más ricos y las gentes que la habitan como ciudad son cada vez más pobres. Eso mismo le puede pasar a la Orinoquía y sería un nuevo error en la perspectiva de desarrollo de un país como Colombia que se ufana de crecer a un ritmo importante. Crecer sí, pero con desigualdad y eso no es bueno para la paz. www.margaritalondono.com http://blogs.elespectador.com/sisifus/
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